Por: Francisco Quintana
El recurso comunicacional de la era kirchnerista fue tapar con palabras que sonaban a republicanismo y democracia los desastres que catalizaron con leyes y acciones. Desarmaron las instituciones, resquebrajaron el republicanismo y defendieron una democracia sin oposición.
Ejemplos sobran. Con la Ley de Medios presentaron como objetivo ampliar la difusión de ideas, pero ver al Jefe de Gabinete en una conferencia de prensa romper un artículo de un diario o mirar 678 en la Televisión Pública, financiado con el dinero de todos, hace ruido.
Idéntico modus operandi con la reforma de la Justicia, con la que prometían acabar con “las corporaciones” para dar respuesta a las demandas de la sociedad. Sin embargo, ya se entreveía por la hendidura que esas reformas sólo llevarían a que garantizarles a los funcionarios del gobierno más poder e impunidad. Una agenda oculta.
En otro momento, llegó el caso del fiscal Campagnoli y para dibujar su persecución para echarlo por la investigación sobre el patrimonio presidencial, crearon un tribunal de enjuiciamiento digno de una parodia. Afortunadamente la alerta social pudo desarmar a tiempo ese dispositivo para evitarlo.
Y un día, apareció muerto un fiscal federal, poco tiempo después de presentar una denuncia gravísima contra la Presidenta de la Nación y el Canciller en la justicia; y a pocas horas de ampliarla ante el Congreso.
Ahí sí, ya las palabras dejaron de alcanzar. Intentaron descontroladamente imponer otra agenda: una reforma al servicio de inteligencia del que se sirvieron durante más de 10 años, la presentación de un candidato pobre en antecedentes para ocupar el cargo de juez en la Corte, un viaje a China, una torcedura de tobillo como cuestión de Estado. Lamentable. Doloroso.
La muerte de Nisman cambió las reglas de lo posible. De pronto, ya las palabras no calmaron, porque no podemos ni queremos creer más en ellas. Las palabras desfasadas de su contenido nos abrumaron. Es el límite. El fin de este juego macabro. Por eso, la marcha del 18 de febrero es tan significativa, porque es alzar la voz, en el silencio más absoluto. No más palabras. Cambios.