Por: Francisco Quintana
La sucesión de casos de violencia en el ámbito escolar conocidos recientemente nos lleva a repensar las formas que adopta este fenómeno. Comprenderlo implica un análisis que trascienda la conducta individual y que busque sus respuestas en los comportamientos que tenemos como sociedad.
El líder, la gorda, el feo, el ganador y la cheta son algunas de las etiquetas que se convirtieron en determinantes del éxito o fracaso en los diferentes niveles de socialización de nuestra cultura. En este marco, la complejidad de la violencia escolar supera los límites de la escuela y requiere deconstruir los roles naturalizados del dominador como del dominado y desactivar las relaciones invisibles de subordinación que acompañan las interacciones diarias.
Conocidas son las teorías y estudios que analizan las causas múltiples y variadas de esta realidad; no obstante el origen de las conductas violentas va más allá de una forma agresiva de solucionar un conflicto o de la imposibilidad de apelar al diálogo para su resolución. Vivimos tiempos caracterizados por la disolución de las formas más elementales de coexistencia social y que nos exigen una nueva forma de entender la paz.
Resulta incuestionable que los medios de comunicación constituyen potentes instrumentos de creación y recreación de nuestras identidades convirtiéndose así en modelos de referencia para la sociedad. Las pantallas de cine, la televisión, internet o los videojuegos nos invaden con todo tipo de imágenes violentas favoreciendo, reforzando y perpetuando la conducta agresiva.
En la actualidad, los medios de comunicación nos alertan cada día con mayor intensidad sobre los casos de acoso escolar. Sin embargo, su tratamiento resulta inadecuado al generar una percepción distorsionada y trivial del problema. Asimismo, hoy la tendencia radica en acompañar estas noticias con testimonios de videos realizados por los mismos productores de violencia gestando así una doble victimización.
Visibilizar las situaciones de acoso escolar nos obliga a abordarlas de manera multidisciplinar y a crear estrategias de intervención que contribuyan a una convivencia más armónica y solidaria.
En nuestro país existe la Ley 26.892 de “Promoción de la convivencia y el abordaje de la conflictividad social en las instituciones educativas”, que aún no fue reglamentada. En ese sentido y forzada por la opinión pública se lanzó la Guía Federal de Convivencia Democrática con intenciones de orientar a las instituciones educativas y a los docentes ante esta problemática.
Debemos ser conscientes de la importancia de propagar la tolerancia hacia lo distinto instaurando un cambio de actitud que adopte la diferencia y la diversidad como un valor en una escuela que se proclame como constructora de una sociedad más justa, menos violenta y más participativa.