Por: Franco Moccia
Tucumán ha sido cómplice y testigo directo de grandes acontecimientos históricos de nuestro país. Sin ir más lejos, en San Miguel de Tucumán se firmó la independencia argentina en 1816. Pero además, fue cuna de grandes personajes que marcaron la historia argentina a fuego. Dio nacimiento a grandes próceres que lucharon por la nación, por la Constitución y por las libertades ciudadanas. Especialmente, por una democracia plena.
Juan Bautista Alberdi, nacido en la capital tucumana en 1810, fue quien como abogado formó parte de los grandes ideólogos que redactaron la primera Constitución de nuestro país en 1853. Sus pensamientos e ideas volcados en sus escritos anteriormente a la puesta en vigencia de la carta magna, principalmente los que aportó desde su tratado Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, fueron fundamentales y lo convirtieron en autor intelectual de la Constitución Nacional.
Nicolás Avellaneda fue otro tucumano que quedó en la historia argentina. Abogado, fue ministro de Justicia e Instrucción Pública de Domingo Faustino Sarmiento, cargo desde el cual apoyó y colaboró en la instauración de un sistema educativo nacional revolucionario para la época. Tras su paso en el Gobierno de Sarmiento, Avellaneda llegó a la Presidencia desde donde defendió el federalismo, las autonomías provinciales y se opuso a las pretensiones autonomistas de Buenos Aires.
Otro prócer que nos dejó Tucumán fue Julio Argentino Roca, presidente durante dos períodos que logró hacer argentinas las tierras de la Patagonia, lo que permitió triplicar el territorio y cuadruplicar la población. Además, sancionó la ley 1420 de Educación, la de Registro Civil y reglamentó la federalización de Buenos Aires. Fue un estadista que tuvo que tomar decisiones difíciles para un objetivo mayor: la conformación del Estado nacional.
¿Qué pasó desde Alberdi, Avellaneda y Roca hasta José Alperovich y Juan Manzur?
Pasaron muchos años en los que una clase dirigente se creyó dueña de la provincia y hoy, lejos de los laureles históricos de la patria, la provincia de Tucumán está haciendo historia en las páginas más difíciles. No por culpa de su pueblo, sino por decisión egoísta de una clase dirigente que intenta eternizarse en el poder y convertir un territorio con principios independentistas y constitucionales en un feudo del siglo XXI, aplicando prácticas fraudulentas y de intimidación social para lograr un objetivo: sostenerse en el poder.
Argentina no puede seguir el mismo camino. Es hora de una alternancia democrática que recupere los valores sobre los que se construyó la república (que supimos construir). Solo es posible hacerlo evitando el estancamiento de dirigentes en el poder que solamente trabajan para su propio mantenimiento.
Tucumán puede ayudar a recordárselo. Es cuna y pilar de la construcción democrática de nuestro país. Necesita recuperar los valores. Necesita un cambio, al igual que toda la Argentina.