He leído en algún lado que hace pocos días celebró su cumpleaños “La Pantera Rosa”. Tan magno acontecimiento nos lleva inevitablemente a posar los ojos en el inefable Inspector Clouseau, cuyas pistas lo conducían al verdadero delincuente, pero su acierto marchaba en correspondencia con la proverbial mala suerte que lo acompañaba: siempre había algún gato negro en su camino. Como la mitológica Casandra, condenada a vaticinar siempre la verdad, que nunca creerían los destinatarios de sus oráculos.
Y si de mala suerte se trata, nada mejor que dirigir la mirada al gobierno de nuestro país, que al igual que el famoso inspector, todo le sale mal. Primero fue el arreglo con el Club de París; se le dieron instrucciones al Ministro de Economía (u obró por su cuenta) para que no “se fijara en gastos” y a cualquier costa trajera un acuerdo. Nos iba a costar unos dólares de más, pero para eso se contaba con el relato; convencer a la gilada (nosotros) costaba un discurso y el empleo de la cadena oficial. Todo muy económico; más aún: barato.
Por desgracia, en medio del paseo descargó una lluvia intensa y para colmo de males el paraguas había quedado en casa: justo cuando se preparaba el festejo, a un juez se le ocurrió citar al vicepresidente para una indagatoria.
Cuando se jugaba la final contra Alemania y el relato daba para asociar campos de concentración, nazismo, poderes centrales y capitalismo salvaje, a la Corte de Estados Unidos se le dio por sumarse a una conspiración que hace varias décadas nos tiene naufragados.
Cualquier espectador avisado se da cuenta que en esa final se nos negó el arco, a pesar de que el gobierno, al mejor estilo Luis Elías Sojit hubiera deseado un penal controvertido. Y como en ese partido Monseñor Bergoglio no quiso ponerse la camiseta de Rodrigo Palacio, el shot le salió desviado. ¡Es el espíritu del Inspector Clouseau el que sigue rondando por Balcarce y Rivadavia, trayendo infortunios y convirtiendo las ocasiones de celebración en muestras de torpeza!
Pero …¡¿qué está diciendo?! El Inspector Jacques Clouseau despertaba hilaridad en el público, sus “bloopers” eran aplaudidos, en cambio ahora debemos reírnos de nosotros mismos, como si estas desventuras no penetraran la epidermis argentina y tocaran su carne viva. El default limitado afecta a un pueblo que, en el pasado, pudo exclamar con orgullo que sus deudas las honraría por “sobre el hambre y la sed…”. Entonces sí hubo una verdadera conspiración para que los bonos de nuestro país bajaran, comprarlos y después esperar la inexorable recuperación que habría de producirse en “el granero del mundo”. La frívola Vanity Fair levantó la noticia, pero el serio Times la hizo suya: el escenario fue tan bien montado que hasta los propios argentinos creyeron que su economía marchaba al quebranto.
Decía San Agustín que él sabía el significado de la palabra “tiempo”, pero que si alguien le pidiera que la revelara carecería de medios para hacerlo. No es éste el caso de nuestro gobierno: sobrarían las palabras para explicar lo inexplicable.