Jorge Luis Isidoro Borges, un compatriota notable al que sus ideas le cerraron injustamente el camino de Estocolmo, fue un acérrimo enemigo del Estado, entendido este como emprendedor de actividades económicas. Es suficiente leer alguno de sus cuentos relacionados con cuchilleros famosos por su valor y su hidalguía para llegar a esa conclusión. Decía el inigualable vate en uno de ellos: “La hoja del peleador orillero, sin ser tan larga —era lujo de valientes usarla corta— era de mejor temple que el machete adquirido por el Estado, vale decir con predilección por el costo más alto y el material más ruin” (Borges se refiere en este caso a la pelea entre el malevo y el policía).
El pensamiento del escritor argentino nos lleva a la malograda licitación que realizara el pasado Gobierno de la señora Cristina Fernández de Kirchner respecto del operativo Cunitas, el cual debe inscribirse en una de los fracasos más atrayentes de su efímero reinado.
No sólo, según trascendiera, son “ruines” (para emplear un término borgeano) los materiales empleados, sino que la confección misma adolece de tantas fallas que un Gobierno serio tendría que haberlas rechazado, a estar a lo dicho en diversos medios. Inscríbese este fracaso en los tristemente famosos casos de los guardapolvos quemados o la leche en mal estado que convirtiera, lamentablemente, en célebres los nombres de Bauzá y Spadone.
Este columnista muchas veces se preguntó cómo era posible que el beneficiario de una licitación, obtenida por medios irregulares o de favor, que de pronto se encuentra con semejante beneficio, no pusiera de sus manos el empeño suficiente como para hacer quedar bien a quien lo patrocinara. Tantas veces fue pensado, tantas la vergüenza por semejante inocencia ha recaído sobre mi persona.
Con una mente lineal, he supuesto que quien gestionara el triunfo en la licitación de un amigo lo hacía a título de “gauchada”, desinteresadamente, como una suerte de extra a quien por su militancia o sus convicciones hiciera tanto y sin ningún interés, “por la causa”. En realidad, parafraseando a Enrique Santos Discépolo, podría asegurarse que ni fue desinteresada la gestión ni altruista la militancia, de ahí que a ninguno importen los alcances del pecado.
La otra razón (pensado a favor de quien construyó las cunas “truchas”) es que el adjudicatario debía entregar tanto retorno al licitante que no le quedó otra posibilidad que utilizar el material más ruin y la confección más penosa para entregar el objeto de la licitación. Habría, pues, un exceso en quien reclamaba el retorno y una inmoralidad en el adjudicatario.
De cualquier forma, la Justicia deberá efectuar las investigaciones debidas hasta el esclarecimiento de los hechos necesarios para decidir la sentencia definitiva. Eso sin duda será en el ámbito judicial, porque en el político o en de la opinión pública la decisión está tomada.