El error argentino: debatir hechos y no ideas

George Chaya

El sostenimiento de la libertad necesita forzosamente del debate ideológico. Los representantes políticos que en democracia niegan la importancia de la ideología, no sólo traicionan a los ciudadanos que los votan, sino a la raíz y al concepto de la función política y a la democracia misma.

No es correcto afirmar que la Argentina está partida en dos por un conflicto entre izquierdas y derechas. Lo está por aquellos que niegan y vulneran las libertades y los que pretenden recuperarla. Pero lo ciertamente preocupante es que tal controversial puede que no garantice a la oposición mantenerse al margen de la ruptura que se vislumbra en la actual crispación política, económica y social en una sociedad que ha sido llevada a la negación de la ideología.

Los últimos años de la historia política argentina se han visto plagados de inacción en lo relativo al necesario y saludable debate de ideas. Esto fue obviado a partir de lo que se dio en llamar: ‘transversalidad’; una inteligente maniobra que permitió al ex presidente Néstor Kirchner generar poder y afianzarse por encima del escaso 22% que lo deposito en la presidencia en 2003.

Revisando los años transcurridos y con la desaparición física del presidente Kirchner, tal transversalidad se convirtió en una suerte de vulgar travestismo político, y lo único que ha mostrado como diferente a lo conocido, es que ese gobierno, que llego al poder a través de la derecha, para luego fingir gobernar por izquierda, naufraga por estos días  en el populismo que estimuló acosado por movimientos sociales de base clasista y popular. Este es el dato innovador de lo que se conocía de la Argentina, donde muchos llegaban por izquierda y luego se revelaban gobernantes de derecha.

Quienes detentan el poder han ejecutado maniobras políticas estimulando un penoso y anacrónico populismo clientelista manipulando y utilizando a los que menos tienen. Así, abusan de las clases pobres que ampliaron a través de su gestión de gobierno, algo reprochable por cierto, pues se pretendió que la ciudadanía olvide las lecciones de la historia sobre populismos autoritarios que, dicho sea de paso, han causado desolación en gran parte de la humanidad, incluidos los del siglo XX y los que presenciamos en los inicios de este siglo XXI, caracterizados por la negación del debate de las ideas.

Lo que sucede en Argentina, al igual que en todos países gobernados por los personalismos populistas, como Venezuela, Ecuador y Bolivia, hay un profundo temor al debate ideológico. De allí que este último sea cercenado con el fin de forzar el propio dictado de la troika gobernante a fuerza del poder de su ‘caja’ y la confrontación de clases.

Argentina vive en el error de la negación ideológica, su decadente panorama político, económico y social confirma la necesidad de clarificar las ideas y renovar un ‘pacto social’ definitivo que deposite al país en el sitial que merece en el concierto de las naciones y no en este limbo actual en el que navega a la deriva. Aunque siendo justos, no solo Argentina padece esta problemática. Tal endemia se ha extendido de forma exponencial en América Latina el último decenio.

En la confusión ideológica reinante hace falta generar un sano debate en el terreno de las propuestas y proyectos, plantear con nitidez en qué consiste la ideología que cada individuo y cada grupo político defiende, y el espacio natural donde debe tener lugar ese debate es dentro de las instituciones, tanto igual como se realiza en naciones donde existe auténtica libertad bajo un sistema incluyente que permita e impulse dicho debate.

No hay que temerle a las izquierdas verdaderamente progresistas ni a las derechas liberales. Una clase política temerosa condena a su sociedad a la decadencia absoluta. La aceleración de la historia vivida desde los años ‘70 que erróneamente continúa de camino hacia ningún sitio y es estimulada desde el seno mismo del oficialismo cual círculo vicioso de venganzas, corrobora una clara polarización de las ideas y los modos de entender el mundo moderno. La ideología de los totalitarismos autoritarios del siglo XX (desde el comunismo al fascismo) incluidas todas su vertientes estalinistas y nacional-socialistas fueron derrotadas por la ideología de las democracias liberales.

En otras palabras, la caída del Muro de Berlín significó la derrota de una ideología: la socialista-comunista por parte de otra: la demócrata-liberal, la cual resultó mucho más propicia para el progreso real del ser humano, de sus libertades individuales y por el respeto de los derechos humanos. Con todo, la supervivencia de varias dictaduras en el mundo confirma que aquella derrota de los totalitarismos fue parcial. De hecho, lo que vino después, ha ido abonando el terreno para la confirmación definitiva de lo anterior.

Es por tanto una encrucijada clave para la historia de la Argentina, porque además de ese choque clasista que estimula la dirección política desde el gobierno no sólo en lo ideológico, también en lo religioso, social y económico, es visible también una fragmentación alarmante de su seno social.

La ola de violencia y crímenes de la delincuencia común sobre ciudadanos inocentes, hace tiempo ha dejado de ser una sensación como se sostiene desde altas esferas de gobierno. Es una realidad innegable que golpea penosamente y diario a cientos de familias argentinas. El avance del narcotráfico, la pobreza y la exclusión social confirma una vez más la necesidad de hacer frente desde las ideas a quienes quieren cercenar la libertad y las bases democráticas sobre las que Argentina ha logrado los mayores avances en el pasado. Nadie ignora que el asesinato de cientos de ciudadanos en ocasión de robo durante este año tiene que ver con la desidia de quienes cargan con la responsabilidad de brindar seguridad a sus gobernados, pero los niveles de ineptitud e inoperancia para poner coto a estos flagelos son alarmantes. Por ello se debe entender y transmitir con claridad los peligros provenientes de los enemigos de la democracia y las libertades públicas.

Los personalismos autoritarios generan confrontación y violencia por acción u omisión como eje central de su discurso, su ideología indefinida y gestión de gobierno así lo muestra. Los sectores que idolatran el totalitarismo comunista -Corea del Norte, buena parte de la política China y Rusa pasando por el modelo castrista cubano, su aliado, el bolivarianismo venezolano, mas el esnobismo progresista de sus nuevos socios yihadistas son ejemplos significativos de un fenómeno central que expone los peligros a los que se somete la libertad de los individuos, al tiempo que manifiesta la profundización del error de la negación ideológica.

El problema actual Argentino, radica en la cada vez más obvia polarización social, aspecto que en el largo plazo estará perjudicando su vida política nacional y su sociedad civil, sobre todo en los tiempos actuales de crispación clasista, algo que se escucha y percibe cada vez con mayor asiduidad con la absurda confrontación de “negros contra blancos” fogoneada por punteros políticos financiados por dineros venezolanos que aterrizan en organizaciones sociales de dirigentes ricos y seguidores sumidos en la pobreza. Otros países pueden permitirse el lujo de polarizarse y dividirse, Argentina no debería hacerlo.

Lo que los comentaristas y analistas políticos en sumatoria no plantean, es precisamente lo que desde siempre he sostenido defendiendo la importancia de la defensa de la libertad sobre la base de un ideario claro y bien diseñado, sobre fundamentos de una ideología reflexionada y pensada. Ellos son correctos políticamente y no mencionan que entre las ideologías conocidas y que hemos experimentado en el mundo, sin temor a las críticas lo cierto es que la ideología liberal-demócrata ha mostrado ser la más adecuada en la defensa de las libertades y los derechos políticos, civiles y humanos. Aunque desde los autoritarismos populistas y personalistas que se aprecian en varias latitudes del planeta la ideología sea demonizada. Y si no me lo cree piense el lector ¿Donde está ubicado hoy Brasil ideológicamente desde su gestión real de gobierno en la economía?

Los transversalistas prefieren hablar de “diálogo”, “apaciguamiento”, “pragmatismo”, “centrismo humanista, falso progresismo” y otras cuestiones de similares aspectos que en nada benefician el avance y la prosperidad en el mundo. Bajo esos términos desarrollan su propia ideología, que no es otra que la de liquidar la ideología de la libertad de sus ciudadanos, única razón por la que nacieron las ideologías progresistas radicalizadas.

Este es el debate de ideas a clarificar y corregir. Es claro que el progresismo miope de las izquierdas huecas y el narcoterrorismo se han encargado de borrar ese ficticio centro entre socialistas, nacionalistas, progresistas y humanistas pacifistas. Ellos no muestran ningún pudor en autoproclamarse como personas “regionalistas desde lo ideológico”, en tanto que los parlamentarios opositores y hasta los demócratas siguen predicando un irresoluto y poco claro centrismo.  Esa “moderación ineficiente”, o a lo sumo ese “centro-derecha o centro-izquierda”, es tan invisible y “correcto políticamente” como falaz y sin destino. Por eso la necesidad del debate ideológico resulta ahora más necesaria que nunca.

En Argentina, la derecha y la izquierda deben aprender de sus aciertos y también de sus errores. Sin embargo, lo importante es la necesidad de vivir de acuerdo con su ideología natural, de forma clara y directa, explicando a los ciudadanos de forma abierta, honesta y apasionadamente, tanto en la teoría como en la práctica sus postulados. Es allí donde se debe clarificar el debate y donde se debe avanzar en la batalla de las ideas para hacer frente a las fallidas ideologías de los autoritarios y demagogos cuyas banderas van desde los extremismos a los centrismos falsamente llamados “moderados” o “progresistas”.

La exigencia de expresar una ideología, implica tener que exponer los aciertos históricos de las respectivas agendas políticas. La de los progresistas y transversalistas, por mucho que quieran disfrazarlas, han sido y son, las historias de proyectos políticos fracasados que han llevado a la postergación, la decadencia intelectual y moral, la miseria, el atraso, la muerte y la desgracia de la Argentina a través de su historia. Todo ello, sin ningún crédito ni futuro, se llame “transversalismo, socialismo, progresismo, socialdemocracia o cualesquiera de esos eufemismos” inventados por políticos inoperantes que han utilizado a las masas para su propio enriquecimiento traicionando a su patria y a sus conciudadanos al momento de asumir sus responsabilidades.