Por: George Chaya
En dos semanas el presidente Barack Obama tiene previsto organizar una cumbre en Camp David con los líderes de los Estados miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG). El evento se producirá en un momento en que el Oriente Medio está experimentando turbulencias como no se han visto desde hace más de un siglo.
La agitación, o como algunos sugieren, el caos, responde a numerosas causas, entre ellas la implosión de los regímenes despóticos militares que había sido ignorada hasta el presente. También al hecho de que por primera vez en al menos dos siglos una fuerte dosis de sectarismo ha sido inyectada en un cóctel mortal de rivalidades tribales, políticas e ideológicas.
Sin embargo, la razón principal del caos actual bien podría ser el desmantelamiento del tradicional equilibrio de poder que había asegurado en la región una cierta estabilidad estratégica desde la década de 1920.
Inicialmente, ese equilibrio fue garantizado por Gran Bretaña y, en menor medida, por Francia. Con posterioridad, desde los años ´50 los EE.UU. y la ex-URSS aseguraron un determinado statu quo en el contexto de la Guerra Fría que mantuvo cierto control regional. Con la desintegración de la URSS la tarea recayó en los EE.UU. con algún acompañamiento de la Unión Europea, ello significó un trabajo lento y progresivo aunque de aporte y contribución.
Para reforzar el equilibrio de poder el CCG entró en vigor inicialmente como una alianza política, pero sin excluir perspectivas económicas y de defensa. Para fortalecer más el nuevo equilibrio de poder, en 2005 Washington se acercó a siete naciones del Oriente Medio para forjar vínculos especiales y acercarlas a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), mientras que intento avanzar en varios relanzamientos del proceso de paz en la cuestión palestino-israelí. Para el año 2008 el nuevo equilibrio de poder en la región parecía lo suficientemente sólido como para servir a su propósito por varias décadas más.
Sin embargo, por razones que sólo se pueden encontrar en una serie de increíbles errores de juicio del presidente Obama, el primer mandatario norteamericano decidió desmantelar ese equilibrio. Su retirada prematura de Irak y sus posiciones posteriores lo llevaron a la demolición del proceso de paz entre israelíes. Más tarde, al ponerse del lado de los Hermanos Musulmanes en Egipto sin conocer o ignorando deliberadamente los verdaderos fines de esa organización, brindo su ayuda para que tomaran el poder luego de abandonar a un aliado natural de EE.UU. -al presidente Hosni Mubarak- , esto significó el peor bache en el camino de su administración, por no mencionar su postura flip-flop sobre Siria donde un día apoyó a Assad y otro pretendió derrocarlo para, al final de día, no hacer nada al respecto.
Hoy, Obama tal vez se dio cuenta de las consecuencias potencialmente desastrosas de sus políticas y decidió acercarse al régimen Khomeinista iraní con la esperanza de transformarlo de enemigo en amigo ofreciéndole la condición de “potencia regional” y aun de aceptar “el umbral de su capacidad nuclear”. Sin embargo, el problema es que la búsqueda de Obama de alcanzar una alianza entre su gobierno y el régimen de Teherán se basa en “pura ilusión”.
Después de haber operado como un enemigo declarado contra EE.UU. por más de tres décadas, el régimen khomeinista no puede de pronto convertirse en garante de una estabilidad que considera mortal para sus ambiciones revolucionarias asociándose con quien aún sigue denominando “el gran satán”. Para ser el “líder regional” que Obama desea, el régimen Khomeinista debería cambiar sus políticas de estado de manera rotunda para que éstas puedan encajar con el resto de la región y, desde luego que ello no está en los planes de Teherán.
Al igual que un rompecabezas, un equilibrio de poder regional se compone de muchas y diferentes piezas que son más o menos iguales, aunque sólo sea porque encajen en un patrón más amplio. El problema es que -en el Oriente Medio actual-, el régimen Khomeinista no encaja con ningún patrón que refleje las realidades de la veintena de países que conforman el llamado “Gran Oriente Medio”.
Es poco probable que el régimen khomeinista sea capaz de obtener la confianza que el resto de la región le ha retirado. Nadie ignora que Teherán está proveyendo dinero, logística, armamento y propaganda a Hezbollah y a otros grupos terroristas presentes en la guerra civil Siria, en Líbano e incluso en Irak y Yemen. Esto hace que no tenga ninguna posibilidad de obtener suficiente apoyo popular para construir un sistema regional consensuado entre los árabes, y la peor negación de Obama es la ideología del “walayat al-faqih” (el gobierno de Dios) sobre la que Irán se sustenta, que en última instancia no es ni más ni menos -en términos de marketing de la calle árabe- que el mismo rechazo de la “dictadura del proletariado” en el occidente actual.
Tal vez la esperanza de Obama -aunque suene utópica- es que la facción de Rafsanjani gane la lucha por el poder en Teherán, se deshaga de Khamenei, y transforme la República Islámica en una gran pieza del rompecabezas que encaje en un nuevo equilibrio de poder regional. La esperanza, sin embargo, no es una base suficiente y sólida para la estrategia de Obama, más bien es el perfecto ejemplo de su tozudez.
En cualquier caso, los que están familiarizados con la política iraní saben que la facción del ex presidente Rafsanjani representa una minoría dentro del establishment khomeinista y tiene pocas, sino nulas posibilidades de sobrevivir al enfrentamiento directo con la facción liderada por Khamenei y sus seguidores. Peor aún, un Irán atenazado por la crisis económica de las sanciones vigentes, la desconfianza social y una lucha por el poder dentro del régimen, no ofrecen condiciones positivas para proporcionar a Obama y los demás países árabes la estabilidad que el propio Irán carece.
Obama cree que permitiendo a Teherán mantener su capacidad de avance en su proyecto nuclear ayudará a la facción de Rafsanjani, de la cual el presidente Rouhani es miembro, y que de ese modo apaciguaría a la República Islámica. De hecho, lo contrario puede ocurrir una vez que Irán se sienta a salvo de mayores presiones de EE.UU. y tendría todas las opciones para reanudar su proyecto de “exportar su revolución” con mayor vigor aun.
Lo cierto es que todavía no sabemos a qué nivel se llevará a cabo la próxima cumbre de Camp David o qué tipo de programas estarán sobre la mesa de negociaciones. Aun así, una cosa es clara ya que la cumbre se produce semanas después del inicio de las conversaciones finales sobre un acuerdo nuclear con Irán que deberá definirse a finales de junio, sin embargo es poco probable que a Obama le interese la opinión de sus aliados sobre las posiciones que decida adoptar en las negociaciones de Viena, y ese punto genera profundo desagrado en los países árabes sunitas. Aunque el presidente estadounidense puede estar buscando nada más que una foto para afirmar su voluntad de arreglo regional sin consultar a sus socios antes de “comprar la alfombra que Irán está dispuesto a venderle”.
Lo más que se podría esperar de estas decisiones de la administración estadounidense, es una serie de movimientos destinados a “limitar los daños”. Obama es demasiado reticente en aceptar que ha cometido errores en varios asuntos en materia de Oriente Medio, por lo cual, tal vez, la única cosa que se pueda hacer es contemporizar con el inquilino de la Casa Blanca sin ignorar que los pocos meses que restan de su presidencia estarán plagados de peligros y en la “esperanza” que la perspectiva de una próxima administración estadounidense pueda revertir los errores cometidos por él.