Por: Gladys González
El 6 de marzo de 2009, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner inauguró el Salón de las Mujeres Argentinas del Bicentenario, y en esa oportunidad manifestó que su intención era “crear un lugar permanente para las mujeres”, para homenajearlas.
Desde ese Salón, la Presidenta suele anunciarlo y decirlo todo, rodeada de las fotografías de quienes supieron ser protagonistas de sus tiempos, de quienes, en palabras de CFK, “tuvieron la valentía de oponerse a los convencionalismos de su época”.
Cada vez que un jefe de Estado le habla a su pueblo, se supone anuncia o explica las decisiones más importantes de su política pública. Cada vez que nuestra Jefa de Estado lo hace en el Salón de las Mujeres, pareciera que quiere incluirlas en su discurso, al menos hablarles a aquellas que eligió para que la acompañen desde las paredes. Pero si realmente esas grandes mujeres de nuestra historia pudiesen escuchar y ver no sólo lo que se anuncia sino fundamentalmente lo que no se dice pero sucede, no se sentirían tan honradas por tal homenaje.
Y digo esto, especialmente en estos días, cuando hemos tenido que discutir el presupuesto nacional, la ley de leyes, y cuando he podido comprobar, una vez más, que la política de género en Argentina no es prioridad para nuestra mandataria.
Según datos de La Casa del Encuentro, solamente durante el 2009 hubieron 231 femicidios, y desde ese año hasta el 2012, el total fue de 1028 mujeres asesinadas. Durante esos años, el presupuesto del Consejo Nacional de la Mujer, que es el organismo rector encargado del diseño y la ejecución de las políticas públicas de género y que en consecuencia es la autoridad de aplicación en todo lo que respecta a la prevención, asistencia y erradicación de la violencia contra las mujeres, ha sido el reflejo concreto de que el Salón de las Mujeres es solo un símbolo de un relato vacío.
Para el próximo año 2014, el presupuesto destinado al Consejo disminuye un 7,15% respecto del año anterior, como si las cifras de la realidad que padecemos nos mostraran que la política pública que se implementa es exitosa, como si cada mujer que muere asesinada por violencia sexista cada 35 horas en nuestro país y los 30 niños por mes que quedan huérfanos, no fueran indicadores suficientes de que hay mucho más que hace falta hacer.
Hacen falta refugios para mujeres víctimas, botones antipánico, subsidios temporales, planes de empleo para que las víctimas puedan subsistir sin depender del hombre, incorporación de la temática en las currículas escolares, intensas campañas de concientización y prevención, mayor capacitación de todos los operadores del Estado, incluida la justicia, para garantizar fallos con perspectiva de género y el cumplimiento a rajatabla de la ley 26.485. Hace falta voluntad política para asignar los recursos y ejecutarlos, la misma que exige el tema para que la mayoría vigente en el Congreso permita el tratamiento de leyes necesarias para seguir avanzando. Hace falta mucho.
El Salón de las Mujeres Argentinas debiera ser el cajón de resonancia de las voces femeninas, de la causa de las mujeres, sin embargo esos rostros allí retratados, lejos de inspirar decisiones políticas con perspectiva de género, parecen ser solo imágenes estáticas, como si los tiempos de las heroínas fuesen solo del pasado, como si las grandes luchas por los derechos de las mujeres ya hubiesen librado todas las batallas.