Por: Gustavo Gorriz
Se ha cumplido esta semana el centenario de la muerte de Julio Argentino Roca. Pero sucede que quien fue presidente constitucional de los argentinos durante doce años y un caracterizado representante de una época particularmente creativa de nuestro Patria fue ignorado por la mayoría de los medios. Muy pocos se ocuparon con seriedad del acontecimiento, entre ellos, este portal que vertió acertadas opiniones y le otorgó al “zorro” el lugar que creo, se merecía. Ergo, poco queda por decir agregar, pero permítanme hacer algunas reflexiones que aplican a él y a otros próceres de nuestra Patria.
La primera de ellas es la impresión de que tenemos muy poco respeto por la historia y que en muchísimos casos, predomina directamente el desconocimiento, la ignorancia o simplemente la consigna del ahora. El caso de Roca es paradigmático, porque como ya se ha dicho en este portal, su figura es criticada pese a representar casi todo lo que un sector, el más proclive a descalificarlo, debiera valorar y defender a ultranza por lo que su obra representó en el pasado. Fue hombre del interior, fue defensor de la descentralización de Buenos Aires, y fue clave en la decisión de fijar el destino de la Patagonia para nuestro país; se enfrentó además con la Iglesia por la educación laica y fue generador de medidas sociales revolucionarias para la época. Además, fue un firme defensor de nuestra soberanía en Malvinas y propulsor de la Doctrina Drago que impidió a nivel internacional el cobro de deuda entre países por la vía armada. Realmente, resulta inconcebible imaginar tan pertinaces ataques si no aceptamos que quienes los realizan, poco o nada han profundizado sobre lo que Roca representó para sus contemporáneos.
La segunda observación está vinculada a la pésima costumbre de descontextualizar la obra y las acciones de los hombres y mujeres que forjaron nuestra historia. Se los trae al presente, aplicando sobre ellos la mirada actual con los elementos de juicio de los que hoy se dispone, con los conocimientos y hasta, en algunas oportunidades, con las leyes y costumbres de uso en la actualidad. Este verdadero absurdo de darles carnadura de siglo XXI a personalidades que con sus indudables claroscuros batallaron en otros siglos y en condiciones absolutamente diferentes, lleva a generar contradicciones absolutamente injustas con las realidades que entonces se vivieron.
Justamente, Roca es quizás el ejemplo más claro de esta contradicción y es probable que su lucha contra los indios mapuches, en lo que se denominó “La conquista del desierto”, sea la más injusta de esas apreciaciones. Allí obtuvo una victoria definitiva sobre un territorio que aún estaba en disputa, al que fue enviado por el Congreso nacional y con la aceptación de toda la ciudadanía. Negoció con la mayor cantidad de poblaciones indígenas posibles y expulsó a los araucanos (mapuches) chilenos de un territorio que no les era propio, del cual habían previamente desplazado a los “originarios” tehuelches. Esos malones asolaban el territorio, impedían el desarrollo de la región y ponían en riesgo la propia soberanía territorial.
Es curioso, pero este aniversario trajo a mi memoria la obra de Félix Luna “Soy Roca” (1989), de la cual conservo aún el sinsabor de llegar a sus últimas páginas y pensar que estaba terminando esa biografía novelada tan cargada de pasión, tan cargada de grandezas y debilidades, en la que podía vislumbrarse a Roca en toda su dimensión humana y develar el pensamiento de aquella época de dirigentes sin par.
Ese recuerdo de Félix Luna, por carácter asociativo, también trajo a mi memoria una pequeñísima anécdota que no deseo dejar de relatar en la que creo es fácil observar la pasión de los argentinos de hacer política de nuestro pasado. Nuestra editorial TAEDA concluyó hace más de una década, que el primer gran bicentenario que se aproximaba era el de las Invasiones Inglesas (1806-1807), por esa razón en aquel momento nos abocamos a investigar y publicar una obra que sería editada posteriormente junto con la Fundación Caras y Caretas. La dirigió la notable editora Graciela García Romero, quien convocó a doce historiadores expertos en diferentes temas. Buscamos siempre a los mejores, sin considerar ni una vez su posición ideológica ni política, entre ellos estaba obviamente, don Félix Luna, ya en los últimos años de su vida.
La obra fue editada con éxito y cuando se acercaba el bicentenario, decidimos realizar alguna tarea más, por lo que nos acercamos a universidades y organismos gubernamentales vinculados a esta celebración. Curiosamente, uno de estos funcionarios con quien habíamos logrado avanzar bastante en la idea de hacer una acción común, se llevó nuestra obra para un análisis con su equipo de trabajo. Al volvernos a reunir un par de semanas después de este primer encuentro, su respuesta a nuestra invitación fue negativa y se fundamentó en que uno de estos doce autores, justamente, Félix Luna, “representaba los intereses del puerto de Buenos Aires”.
Me despedí algo estupefacto de este caballero y recuerdo haberle comentado mi convencimiento de creer que conocía las miles de diferencias que teníamos los argentinos, pero que ubicaba su origen en morenistas y saavedristas en 1810 y que no había notado que ellas provenían de antes de la creación de nuestro Estado.
Muchas veces, de las cosas más pequeñas se pueden sacar grandes conclusiones, y es probable que en esta minúscula anécdota, incluso ajena a Roca, encontremos el germen del desprecio que padece hoy quien fuera figura estelar de la generación del 80. También podría inferirse que es un germen que padecemos todos los argentinos al privilegiar nuestras diferencias, antes que todas aquellas cosas que tenemos en común y que podrían acercarnos para trabajar juntos por un futuro mejor.