Por: Gustavo Gorriz
Por estos días, pareciera que poco o nada puede agregarse a las atrocidades a las que el Estado Islámico está sometiendo a la humanidad, y el solo hecho de hacer su enumeración eriza la piel. De este modo, vivimos a diario y en directo, como un detalle más de nuestra cotidianedidad, la mutilación, la muerte, la destrucción del patrimonio cultural universal.
Como si esto fuera poco, hace solo unos días, John Brennan, director de la CIA, ha advertido que la lucha llevará muchos años y que la complejidad de las nuevas tecnologías permitirá a estos grupos ultrarradicalizados “coordinar operaciones, atraer nuevos miembros, diseminar propagandas e inspirar simpatizantes en todo el mundo”. Musulmanes enamorados de la muerte van encontrando adhesiones que crecen hora por hora y ya ni sorprende ver que desde el propio occidente provienen sus más crueles asesinos, a veces nativos de segunda o tercera generación, deseosos de participar de estas brutales y macabras ceremonias que hoy intentan crear un califato en Siria e Irak, pero que mañana, si fuera posible, procurarán arrasar con los “perros infieles” en el mundo entero.
Este es un vector que atrasa miles de años y nos acerca a esos estados primitivos donde solo la bestialidad y la fuerza se imponían sobre cualquier razón. Ni vale la pena extenderse, pero vale decir solo como ejemplo, que la excusa de la Jihad para perseguir y matar cristianos por apóstatas es que “tuvieron mil cuatrocientos años para convertirse al Islam”. Nada importa que haga dos mil años que existe la religión cristiana, es decir, antes que la de ellos y que se diera misa tanto en Mosul o Hatra o Qaraqosh, ciudades en la actualidad, bajo el imperio del fuego y de la muerte.
Existe en forma simultánea, sin ninguna vinculación aparente con ese vector que atrasa, otro vector que adelanta y a una velocidad que seguramente será superior al del EI. Ese vector es el avance tecnológico. Mientras no podemos sustraernos de esta violencia global, de “esta nueva guerra mundial”, en palabras del propio Papa Francisco, mientras desplazados y refugiados cruzan fronteras por millones, huyendo de la “limpieza cultural” y del horror de la muerte, hay hora por hora un mundo nuevo que late y se reproduce sin cesar.
Una nueva biología, el ADN, la ingeniería genética, el genoma humano, la clonación y la terapia genética pueden ser solo palabras para los legos –entre los que me incluyo–, pero que cambiarán la medicina y la expectativa de vida para siempre. El avance científico crece a un ritmo exponencial, a un ritmo que aplica a todo su quehacer, ese quehacer que ha quedado definitivamente relacionado en el mundo entero a través de internet. Si al genoma humano le sumamos drones, máquinas 3D, robótica, nanotecnología, interconexión total, hologramas y prototipos de teletransportación, entre otros de cientos de futuros e inmediatos desarrollos, se plantean en estos campos desafíos que modificarán de manera visceral nuestra vida cada cinco años. No hace falta ser un experto en historia para entender que en otros tiempos este tipo de cambios tan radicalizados ocurrían cada cien o doscientos años.
Desgraciadamente, todas estas posibilidades extraordinarias, también favorecen y de manera exponencial, la difusión, la disponibilidad, el abaratamiento de su producción y, fundamentalmente, la facilidad de acceso, cuyo mal empleo conlleva grados de letabilidad absolutamente desconocidos. Dónde, cómo y de qué manera se cruzan ese vector que avanza hacia el futuro con aquel que atrasa en el fanatismo es una incógnita que ojalá nunca tengamos que develar.
Este es el mundo en que vivimos, no es el mundo por venir, en todo caso, solo faltan partes de desarrollos que ya están ahí a la vuelta de la esquina. Me permito disentir respetuosamente con la presidente Cristina Kirchner cuando sugiere que “no exporten a nuestra patria esos conflictos”. El conflicto en la aldea global es de todos y está cada día estará más cerca. En estos días, Abu Mohammed Al Adreami, vocero de ISIS, amenazó con ataques a la Casa Blanca, a la Torre Eiffel y al Big Ben en Londres. “Antes de llegar al Andaluz, poder musulmán en la España de la Edad Media”. Buenos Aires no está en sus planes hoy. ¿Estará mañana? Rudi Dornvuch (1942-2002) famoso economista alemán, entre sus muchas muestras de talento dejó esta frase memorable y perfecta para el hoy: “Las cosas tardan más en llegar de lo que pensamos y luego van más rápido de lo que esperamos”. Sin duda, las plegarias sirven, pero actuar con energía y responsabilidad, tal vez sirva mucho más