Drones y el estrés de matar

Gustavo Gorriz

Los drones llegaron no solo para quedarse, sino que, más que pronto, formarán parte de nuestra cotidianeidad y seguramente modificarán el paisaje urbano de manera sorprendente. Para quienes no están familiarizados con ellos, deberían ir comprendiendo que su vertiginoso desarrollo hace imparable su inminente aparición en nuestras vidas. Como muchos otros inventos trascendentes, se repite la siguiente historia: fueron imaginados por escritores de ciencia ficción de la talla de Ray Bradbury o Isaac Asimov, o por directores de cine como Steven Spielberg, James Cameron o Hayao Miyazaki. También se repite el hecho de que fueron los militares y la industria bélica quienes iniciaron el desarrollo que luego encontró rápidamente uso civil.

Las noticias vinculadas a ellos y a la constante evolución de sus capacidades son casi diarias y van del festejo por los logros científicos crecientes a la preocupación constante por los peligros que generan, algunos de ellos gravísimos, como por ejemplo, los ocurridos con la aviación comercial en los últimos meses.

Hoy, ya en manos de compañías privadas, los drones pueden aplicarse tanto a la seguridad como a la meteorología, a la fotografía, a la logística y al cine. También, a la vigilancia fronteriza, a la previsión de incendios y en breve, hasta realizarán el tradicional delivery. Incluso Facebook acaba de crear un innovador sistema para llevar Internet a áreas remotas del planeta mediante la fabricación de un dron que puede permanecer en el aire alrededor de 90 días, funcionando con energía solar y volando a una altura menor de 30 km del suelo. Su nombre es Aquila y procura acercar la web a lugares remotos en países en desarrollo. Como puede apreciarse, el uso de los drones es infinito, pero se mantiene aquello de que es la industria bélica la que aún hoy impulsa su desarrollo, y hay un gran empeño militar para su uso por razones vinculadas a la eficiencia, a la economía de recursos y a las posibilidades que le brinda a las operaciones militares, ya sean estas de vigilancia, de inteligencia o de acción directa.

Las Fuerzas Armadas más desarrolladas llevan más de una década empleando los drones, que se han vuelto indispensables en Afganistán, Libia, Somalía, Siria, Yemen o Irak y que realizan también operaciones secretas en otras docenas de países, muchas de ellas, por cierto, al margen de la legalidad internacional.

Sin embargo, al optimismo y al éxito inicial por los grandes logros y nulos costos en términos de personal, en la utilización de los drones han comenzado a surgir los primeros y muy graves problemas. Hay un incesante incremento de requerimientos de ese tipo de operaciones (aumentaron un 1000 % en la década) y a ese incremento se contrapone una importante reducción de operadores militares. Por ejemplo, ya la Fuerza Aérea de los Estados Unidos tiene un importante éxodo de pilotos de drones y manifiesta una incapacidad para mejorar el nivel de reclutamiento de ese personal. ¿Qué ocurre? ¿Dónde y cuándo comenzaron a surgir esos problemas? Aparentemente, son de larga data y nacen de una combinación de incesante exceso de trabajo, bajas expectativas profesionales y estrés vinculado con la actividad, que no fue en su momento adecuadamente contemplado.

Las acciones de videovigilancia y las operaciones militares son desgastantes y suelen estar acompañadas además por la falta de un adecuado descanso, producto de su crecimiento geométrico. Asimismo, los pilotos consideran que no hay incentivos académicos ni profesionales, y que los ascensos en sus respectivas carreras no son los imaginados originalmente dentro de sus respectivos escalafones. Sumado a todo lo anterior, casi la totalidad de los pilotos manifiesta el devastador efecto que les provocan en la vida familiar las operaciones militares que realizan. En ellas, las más de las veces, hay altísimos componentes de ansiedad, adrenalina y, en muchas ocasiones, estos ataques remotos implican realizar acciones que se cobran vidas humanas. Incluso en algunas de esas operaciones existen “daños colaterales”, con muertos civiles e incluso niños, cuando están en juego objetivos como un líder del Estado islámico o un terrorista buscado durante años.

Inicialmente se pensó lo contrario, es decir, que evitar que los pilotos de naves tripuladas estuvieran en masa en las zonas de operaciones permitiría que este otro tipo de “combatientes” llevara una vida más normal y sin tantos efectos del estrés postraumático propio de la guerra convencional. Quedó claro el error y la conciencia plena de que estos soldados entienden claramente que su accionar no es sobre un videojuego, sino sobre vidas humanas que quedan afectadas para siempre. A los pilotos les resulta intolerable cerrar sus computadoras y encontrar un mensaje de sus esposas para que pasen por el supermercado o retiren a los chicos del colegio. Este tipo de trastorno de estrés postraumático (TEPT), presente tanto en aquellos que participan en una guerra como en otras situaciones límites (violaciones, desastres naturales, violencia doméstica, etcétera), generalmente provoca actitudes de evasión, revivir los hechos ocurridos, hiperexcitación o estados de ánimo negativos, todos ellos detectados tanto en estos militares como en aquellos que han puesto el cuerpo en el campo de batalla afgano o iraquí.

No hay duda de que los drones se seguirán desarrollando y que su empleo seguramente crecerá de manera exponencial. Ahora bien, lo que nos señala el surgimiento de estas graves dificultades es que se deberá analizar muy profundamente cómo atenuar las causas que provocan los trastornos y determinar acciones claras y concretas que permitan reducir su impacto. Al respecto es muy interesante leer los puntos de vista de P. W. Singer, uno de los mayores expertos en tecnología bélica del siglo XXI, quien no solo desarrolla desde hace años la importancia del empleo de los drones, sino que además plantea incómodas preguntas, como por ejemplo: ¿Cómo devuelve el terrorismo una acción realizada por drones provenientes de países desarrollados? ¿Cómo evitar que las filmaciones realizadas por drones no se filtren y se vuelvan un mero entretenimiento? También fue el primero en preguntarse sobre el efecto psicológico que estas acciones tienen sobre pilotos que no comprometen su físico a ningún riesgo y ejecutan operaciones devastadoras.

Miles de veces nos sorprendemos con actos violentos inexplicables, que son particularmente frecuentes en territorio estadounidense y que se llevan docenas de vidas en colegios o lugares pacíficos por la acción de personas desequilibradas que estuvieron vinculadas previamente a acciones de guerra en distintos lugares del planeta.

Los drones generan casos de estrés extremo en estos pilotos que, alejados de las zonas de conflicto, igualmente, están sometidos a tensiones propias de la guerra convencional. Por esa razón deben ser objeto de todo cuidado antes de que esas situaciones de estrés los haga perder el control y generar consecuencias violentas, que ya hemos visto muchísimas veces en las noticias, sin encontrarles naturalmente una explicación convincente.