Durante los últimos días los medios argentinos y las redes sociales dedicaron una buena parte de su tiempo y espacio a la fugaz aparición (de sólo 24 segundos) de una joven compatriota playmate en el primer debate electoral camino a las elecciones presidenciales en México. Más allá de lo llamativo, irrisorio y colorido de la situación, todos pasan por alto un dato que no parece menor: en México se realizan debates electorales. Durante la década del noventa, cuando el régimen político se encontraba en una lenta senda de democratización para la elección de sus autoridades, México privilegió todo lo que tuviese que ver con recuperar un proceso electoral lo más equilibrado y limpio posible. Y en la construcción histórica de una elección transparente uno de los pasos fue la promoción de los debates. Por eso, ya en 1994, el candidato del oficialista Partido de la Revolución Institucional (PRI) debatió por televisión con sus dos principales rivales. Desde entonces se ha desarrollado de forma ininterrumpida esta sana tradición democrática (desde 2007 impuesta por ley) de enfrentar a los candidatos y sus propuestas ante las cámaras. En esta oportunidad, el organizador fue el Instituto Federal Electoral, y los candidatos debatieron en el formato que ellos y sus representantes acordaron unánimemente. El orden que sobrevoló al debate en su mayor parte era tal que, si se lo miraba con el televisor sin volumen, daba la sensación de que se trataba de presentadores hablando de un mismo tema, sin diferencias entre sí, sin interrupciones, casi como un noticiero previamente guionado. Según el IFE, el evento contó con la más amplia cobertura de la historia electoral de México con 577 permisionarios públicos de la radio y la televisión mexicana, además de 484 concesionarios privados, sumado a que el debate fue seguido por 294 mil usuarios desde 25 países a través de Internet. En la Argentina y en el resto de la región se lo pudo ver en vivo y en directo en CNN en Español y también por Telesur. Pero México no es el único país de la región que ha logrado consolidar esta tradición democrática. En países como Brasil, Costa Rica, Perú, Colombia y Chile, está incorporándose como un requisito informalmente obligatorio para el candidato a presentarse a un debate presidencial. Por el contrario, en las últimas elecciones nacionales en Argentina ni siquiera se discutió la posibilidad de realizar un debate, mientras que para las elecciones a jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, los candidatos no pudieron ponerse de acuerdo para asegurar la participación de todos. Ahora, tras este episodio en México surge la inquietante duda: ¿tan lejos estamos en la Argentina de la posibilidad de un debate electoral serio que ya nadie repara en el hecho?