El nuevo escenario brasileño y el Mercosur

Hernán Aruj

Las recientes protestas en Brasil y las medidas adoptadas por el gobierno federal para dar respuesta a los heterogéneos reclamos han permitido que desde Argentina diferentes medios realicen explicaciones disímiles de lo que acontece. Los más opositores al gobierno argentino creen ver en las protestas brasileñas una oleada similar a Libia, Egipto o Turquía, donde confluiría un rechazo a la clase dirigente con el uso de nuevas tecnologías por parte de ciudadanos jóvenes insatisfechos, autoconvocados y con poca -o nula- identificación partidaria.

Desde ámbitos oficiales se mira con atención estos problemas regionales, aunque cabría preguntarnos si no existe una posibilidad de retomar la convergencia entre los países más grandes del Cono Sur a partir de los hechos.

Muchos reclamos, ¿una sola causa?

La presidenta Dilma Roussef ha dejado claro en los últimos días que se escuchará al pueblo, que entre otras reclama mejoras en salud, educación, el fin de la corrupción y exige una política económica efectiva para enfrentar la crisis mundial.

Aquí es donde la última década de crecimiento y mejora para casi 40 millones de brasileños que ingresaron a la clase media parecería no haber sido acompañada por políticas públicas que mejoraran los servicios públicos de las colapsadas metrópolis. El inicio de las movilizaciones tuvo que ver con el aumento del boleto urbano.

El modelo económico brasileño de Lula y Dilma combinó mejoras sociales con políticas económicas de tipo de cambio sobrevaluado y metas de inflación. Más que un estímulo a la producción interna, el BNDES en la última década financió la expansión internacional de las grandes empresas brasileñas, consolidándolas en la región como “translatinas” (Petrobras, Vale o Embraer, por citar algunos casos).

La política industrial interna se limitó a aumentar o reducir el impuesto a los productos industriales (IPI) y otras medidas de menor impacto. Los altos precios de ciertas materias primas, como la soja y el mineral de hierro, han llevado al aumento de la participación de los bienes primarios en las exportaciones brasileñas. Y, en general, la decisión de mantener una política ortodoxa en materia fiscal y monetaria ha consolidado un comportamiento económico mediocre en Brasil durante los últimos dos años. Su crecimiento ha estado por debajo del promedio mundial, y con tasas de aumento del PBI de las más bajas de América del Sur, la tendencia a compensar sus déficits mediante flujos comerciales favorables con sus vecinos cuestiona su pretendido liderazgo regional.

La inacción del gobierno brasileño frente a la intempestiva reacción de la minera Vale a abandonar su proyecto de explotación en Mendoza es prueba de ello. Argentina logró sustraerse a esa tendencia regional. La primera respuesta del gobierno brasileño, la propuesta de reforma constitucional, fue cambiando por planes específicos de mejoras puntuales de servicios públicos. Esto se encuentra más a tono con el rechazo que generan los multimillonarios fondos destinados a la copa mundial de 2014 en comparación con la escasa inversión pública.

El riesgo que se corre es que ciertos medios continúen alimentando el rechazo a las medidas sociales de ambos gobiernos, o continúen denostando el Mercosur, usando protestas que reclaman mejoras en ciertos servicios públicos.

¿Se puede elaborar una mirada regional?

Estados Unidos ha realizado con éxito propuestas de tratados de libre comercio con Perú y Colombia que desarmaron la Comunidad Andina de Naciones; planteó una oferta de negociación a la Unión Europea, y alienta el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP en inglés) como forma de aislar a China.

El ingreso de Uruguay como observador a la Alianza del Pacífico, que incluye a Perú, Colombia, Chile, Estados Unidos y varios países asiáticos pero no a China e India, despertó las críticas de diversos analistas. El sociólogo brasileño Teotonio Dos Santos fue claro: “es una propuesta para que se pongan al servicio de Estados Unidos” (…) “Considero que se trata de una aventura y que los países que se embarquen van en un sentido antiintegración”.

Contraponiendo a la estructura productiva generada en México posteriormente a la vigencia del tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá, cabe preguntarnos si el destino de Brasil, de quien se espera que en definitiva asuma ese liderazgo que por el peso específico de su economía debería ejercer, es convertirse en exportador de productos primarios recibiendo la tecnología a través de empresas multinacionales con sede en los Estados Unidos.

¿Sería una opción viable aceptar la “pax china” que nos inundaría con productos industriales producidos con salarios de hambre y dumping ecológico? Estas son las posturas contrapuestas de hoy, ya que el proceso de liberalización global de la Ronda Doha se encuentra trabado por la negativa de los países desarrollados a reducir sus estímulos y ayudas ilegales a ciertas producciones.

Aquí es donde los gigantes del Cono Sur pueden buscar una convergencia de políticas que estimulen sus propios desarrollos frente a las presiones aperturistas del exterior. Argentina ha seguido ese camino, y Brasil parece adoptarlo con mayor entusiasmo luego de las protestas callejeras. La alianza estratégica de ambos países, el mayor involucramiento del Estado en la economía, el fortalecimiento de la inversión pública como remedio de la caída de la privada, muestran un modelo de crecimiento diferente a los ajustes salvajes que en Europa crean cifras escandalosas de pobres y desocupados. La pregunta es si se va a ceder ante la presión de renunciar a políticas industriales propias o se va a profundizar la integración productiva para ganar márgenes de autonomía y mejorar los niveles de calidad de vida de la población local. No parece que ambas mandatarias quieran oír los cantos de sirena del libre cambio con su receta de reducción de la demanda.

El Mercosur puede, para nosotros, ser una respuesta más que el problema ante los desafíos del mundo actual. Quizá se trate de un planteo demasiado optimista, pero el fortalecimiento de la producción nacional y la mejora de la calidad de vida tienen el masivo apoyo de las clases populares en nuestros pueblos.