Al rescate de la CIDH

Horacio Minotti

Desde hace tiempo, algunos países del eje regional que integra Argentina vienen tomando políticas hostiles para con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Hace unos meses, Venezuela decidió abandonar el Pacto de San José de Costa Rica, para no ser alcanzado por la Corte Interamericana o por sus normas, en los casos de violaciones a los derechos humanos.

Esta semana, el eje venezolano-ecuatoriano, con el apoyo de Nicaragua y Bolivia, en el plenario de cancilleres de la Organización de Estados Americanos la emprendió con la CIDH en búsqueda de su disolución y especialmente, avanzando contra la Relatoría de Libertad de Prensa.

Es curioso, en nombre de un presunto “progresismo” los países del área que integran un sub-bloque con la Argentina, se muestran disconformes con el organismo que luchó contra las violaciones de los derechos humanos en las dictaduras continentales durante los años de plomo. Parece ser que los estándares de derechos humanos que la Convención exige, son demasiado altos para nuestros aliados.

“Estamos en rebelión contra este corrupto y pusilánime sistema de derechos humanos”, espetó el embajador venezolano, en una especie de sincericidio brutal. Es que las violaciones a las libertades individuales, haciendo centro en la libertad de prensa o expresión en estos países, requieren necesariamente aislarse de las normas internacionales en la materia de manera urgente, para no quedar envueltos en procesos o dictámenes obviamente condenatorios, en el presente y futuro.

Una delegación de CIDH se apersonó en Argentina en 1979 para evaluar las múltiples denuncias que existían en el exterior sobre violaciones a los derechos humanos en nuestro país. En 1980 emitió su dictamen. A continuación, algunas frases del prólogo: “Se ha llegado a la conclusión de que, por acción y omisión de las autoridades públicas y sus agentes, en la República Argentina se cometieron entre 1975 y 1979, numerosas y graves violaciones de fundamentales derechos humanos reconocidos en la Declaración Americana de Derechos y Deberes del Hombre…personas pertenecientes o vinculadas a organismos de seguridad del gobierno han dado muerte a numerosos hombres y mujeres después de su detención; y preocupa especialmente la situación de los miles de detenidos-desaparecidos, que por las razones expuestas en el Informe se puede presumir que han muerto…se ha utilizado de manera sistemática la tortura y otros tratos crueles, inhumanos y degradantes”.

Dicho informe fue el principio de la debacle de la dictadura, y erigió una bisagra: desde entonces los genocidas comenzaron un proceso de mayor cuidado en sus acciones criminales, basados en la necesidad de mantener cierta mínima relación con el resto del mundo que observaba, azorado.

Esta CIDH es la que casualmente, Venezuela y Ecuador rechazan, buscan minimizar y diluir. Si bien la Argentina por ahora se mantiene al margen de la ofensiva de modo abierto, la situación es peligrosa a nivel continental. Quien no quiere quedar sujeto a revisiones, normas y tribunales internacionales en materia de derechos humanos, es porque tiene pensado violarlos o de hecho lo hace. No puede existir otro motivo.

Este eje regional de autoproclamado progresismo, con cierto discurso interno humanista, exhibe hacia los organismos de control conductas de rechazo concreto, que resultan una advertencia sobre el riesgo inminente del inicio de un nuevo proceso de oscuridad continental.