Por: Horacio Minotti
La presidente Cristina Fernández de Kirchner declaró hace solamente unos días que el periodismo “dispara balas de tinta para derrocar gobiernos populares”. Se refería evidentemente a la prensa libre, al menos a aquella prensa que no es solventada por el gobierno, la que siguiendo su lógica, sería un ejército mercenario que le brinda a los gobiernos populares “armaduras de papel”, o algo así, para continuar con la licencia poética.
Los medios son empresas. Mantener su funcionamiento, los gastos de papel e impresión de un periódico, un espacio radial o televisivo, el salario de los trabajadores de prensa, tiene un altísimo costo y su sostenimiento depende de una empresa que, como tal, puede soportar dichos costos. Por ende, cuando el empresario construye un medio, selecciona periodistas en base a su gusto, y este gusto, si se trata de periodísticas políticos, posiblemente se relacionen con su forma de ver las cosas y no con la forma del vecino. Eso hace que tal medio tenga determinado perfil y las opiniones en él brindadas, una cierta tendencia.
Sin embargo esto no quiere decir que si un periodista piensa distinto que la empresa en cierto tema, su opinión sea acallada o no se publique. De hecho no tengo la certeza de que todas mis opiniones publicadas en este medio sean del gusto de los demás periodistas, de sus autoridades, ni de él/los propietario/s. El sindicato de trabajadores de prensa es muy fuerte, acostumbrado a este tipo de avatares; los empresarios de medios lo saben y se han acostumbrado a que muchas veces, sus medios vuelquen ideas que no coinciden con las suyas propias. Salvo que uno, como Juan Miceli, trabaje en un medio estatal. Ahí lo despiden rápidamente y no hay sindicato que lo proteja. Los mercenarios de armaduras de papel son implacables.
Así los medios determinan un estilo, y de él se desprende un “target” de lectores, generándose opciones para los diversos gustos (sutiles, explícitos, de opinión, de información más pura, de investigación, etcétera). Ahora bien, lo que no puede hacer el periodismo ni un periodista, ni las empresas de medios es mentir u ocultar la verdad.
Ni sobre lo que piensan los que vuelcan opinión, ni sobre lo que averiguan los que se dedican a la investigación o la búsqueda de información. Las verdaderas balas de tinta consisten el falsear la realidad, o al menos la realidad que la información obtenida ha construido. Para seguir con la frase de la presidente, todos los gobiernos democráticos son populares, son electos y sostenidos por el pueblo. El suyo no es más popular que otros, como por ejemplo el de Carlos Menem, al que el pueblo eligió también dos veces. No cuenta Cristina con el monopolio de “lo popular”. Esto es una etiqueta sin significado real. La loca idea de que es más popular repartir planes sociales que generar trabajo pese a haber contado con 10 años de crecimiento descomunal e ininterrumpido es simplemente un disparate.
Uniendo ambos conceptos, las “balas de tinta” dificilmente busquen derrocar gobiernos. No hay prensa, porque no quedan ciudadanos que no hayan aprendido los beneficios democráticos. Sí hay prensa que piensa distinto, y es casualmente la prensa a la que la presidente no le paga. Y dista mucho de intentar derrocar a nadie, plasmar una opinión diferente. Y tampoco es menos popular quien descubre constantes actos de corrupción y desfalco al Estado, y lo hace saber a sus lectores/oyentes/televidentes. En realidad, es bastante poco popular tener una gran cantidad de funcionarios corruptos en el gobierno.
En lo personal, mis “balas de tinta” obedecen a que tengo a esta altura casi ninguna coincidencia con las políticas oficialistas, aunque me encuentro en las antípodas de cualquiera que pretenda derrocar a este o cualquier gobierno electo por el pueblo. Los gobiernos terminan sus mandatos y los pueblos padecen sus decisiones por el lapso en que han decidido padecerlas. Y como el orden jurídico establece precisamente un orden, ese lapso es de cuatro años. Y si luego el pueblo decide padecer más, serán otros cuatro.
Aun así, la prensa no puede dejar de opinar e informar. Eso brinda luego elementos al pueblo el momento de volver a decidir. Los trabajadores de prensa y las empresas de prensa vuelcan opiniones, no dirigen acciones. Habrá quienes coincidan y quienes no lo hagan, con unos u otros. Eso es lo democrático y, en definitiva, lo popular. Brindarle a un gobierno un contexto completo de fantasías, para que no sienta que se lo quiere derrocar es dañino no solamente para los ciudadanos, sino también para el propio gobierno. Los que le dicen al oído, señora presidente, que es usted perfecta, le hacen daño. Los que le cuentan que sus funcionarios son todos maestras jardineras la están lastimando. Tal vez sean los que, consciente o inconscientemente, quieren derrocarla.
El periodismo no es un terreno de “balas”, sino de plumas. Y si desde él, alguno juega a derrocar gobiernos, los ciudadanos no tardan mucho en darse cuenta, ese periodista o medio pierde credibilidad, pierde lectores y se diluye. Funciona como con los políticos. Cuando mienten mucho, la imagen se deteriora y se pierden elecciones. No hay balas de tinta, ni intentos de derrocamiento, ni gobiernos más populares que otros. Hay opinión, información y ejercicio de la administración más o menos eficiente, más o menos corrompido. Es todo mucho más simple de lo que se pretende plantear.