Por: Horacio Minotti
Parece que hasta hace solamente unos días, la inflación no existía. Como la inseguridad era una sensación. En términos inflacionarios eso es bastante más complejo de sostener, porque en cuestiones delictivas, entre los índices que “dibujan” las fuerzas de seguridad, lo no denunciado (casi el 50%) y las investigaciones judiciales interminables, se hace complejo un conteo comprobable. Pero en cuestiones de inflación, la composición de la “canasta medible” no debería ser un problema, a menos que alguien quiera distorsionar las cosas. Si incluyo en dicha canasta el aceto balsámico que está bajando de precio y saco el pan o la leche o los fideos que están subiendo, genero una distorsión.
Esta “sensación” de inflación que todos teníamos -y que el “medidor” oficial llamado Indec nos decía que se trataba de una especie de tara mental nuestra- parece que empieza a ser una realidad, y si bien las huestes de Guillermo Moreno siguen emitiendo las mismas mediciones en base a un esquema de evaluación caprichoso y arbitrio, hay algunos funcionarios oficialistas que empiezan a reconocer su existencia.
El tema es que dicha inflación aún reconocida sigue siendo culpa nuestra. Primero porque la sociedad reclamaba por ella, cuando aún “no existía”, así que al parecer generamos una especie de profecía autocumplida. De tanto ver una inflación inexistente, terminó existiendo. Esto, debe aclarársele a los comunicadores oficialistas, no es siempre así. Si la gente dice ver al basilisco recorriendo la 9 de Julio, no es que el basilisco va a aparecerse ahí, por más que la historia corra de boca en boca… a menos que el basilisco realmente esté.
Resulta que ahora, en campaña, nuestra idiotez e imaginación agorera no son suficientes, o al menos no parece ser un buen discurso para ganar votos tratarnos como los marmotas que somos. Por ende el argumento pasa a ser otro. Ya no es que la inflación no existe, sino que en realidad es culpa nuestra y virtud del gobierno: extraordinario.
Esta es la línea que salió a esbozar el jefe de Gabinete de Ministros, Juan Manuel Abal Medina, al expresar hace unos días que “una de las causas centrales de la inflación es el aumento del poder de compra de la población”, es decir, una mixtura entre las virtud del gobierno y las conductas de los consumidores. Así que en definitiva, la culpa es nuestra, que no dejamos de vivir como bacanes, en este país florido y feliz que el kirchnerismo nos ha proporcionado. Todo indica que aunque no nos demos cuenta, por nuestras propias limitaciones psicológicas, el gobierno nos ha brindado un pasar paradisíaco, no paramos de consumir y de generar inflación.
Somos en realidad un problema para este pobre gobierno que tiene que lidiar con una banda de 40 millones de energúmenos que no paramos de consumir, quejarnos y generarles problemas. Aun si fuese de este modo, debería saber Abal Medina y los sostenedores de esta teoría notable que podrían enumerarse al menos 50 países, muchos de ellos vecinos limítrofes, en los cuales el consumo per cápita es superior y la inflación, ostensiblemente menor. “La inflación no la genera el gobierno”, dijo el funcionario en la misma línea. ¡Y es cierto! El gobierno tiene el deber de generar políticas para minimizarla y controlarla, y eso tampoco lo hace. No tiene políticas, tiene parches de baja o ninguna calidad. O simple despreocupación por el tema. Si el gobierno generase la inflación voluntariamente, estaríamos siendo gobernados por un grupo de esquizofrénicos malvados, con voluntad manifiesta de dañar a los más pobres. Ya no hablamos de utilizarlos y manipularlos o servirse de su pobreza; sino de impedirles comer intencionalmente. Nadie puede creer semejante cosa.
De tal modo, el kirchnerismo ha variado en campaña su discurso sobre el problema de la inflación, dejando de sostener que no existe, y pasando a postular que si bien existe, se trata del resultado de una combinación de sus virtudes y nuestra constante bacanal. Por eso, esta columna es un llamado a la población: dejemos esta orgía consumista de arroces y fideos diversos, evitemos la compra masiva de lechuga y papel higiénico (no sea cosa que empiece a faltar) y dejemos de complicarle las cosas al gobierno.