Por: Horacio Minotti
Hay un proceso que no suele guardar las habituales garantías de los estados de derecho. Por eso, en ellos no juega la prescripción ni tampoco el instituto de la “cosa juzgada”. Son los juicios de la historia, esos espacios en la memoria o en los libros donde, los que llegaron a lugares cuya presencia cambió, de un modo u otro, el curso de los acontecimientos, serán juzgados.
Todo lo que hayan hecho a lo largo de los años, será puesto en una balanza. Se sopesaran pros y contras, se destacarán virtudes y defectos y, naturalmente, habrá un modo en que en el futuro, se reconocerá a dicho personaje. O simplemente será olvidado, sólo mencionado en una cena multitudinaria en una casa de barrio, por alguno de esos memoriosos: “-¿Te acordás de Aníbal?. -¿Quién?. – ¡El de los bigotes!. –Qué sé yo, ni había nacido”. El que uno no recuerda porque “no había nacido”, no quedó en la historia.
Parece que en los últimos tiempos el juicio de la historia les ha importado a pocos. Como primera medida, porque, claro, la sentencia del mismo no conduce a prisión, ni a tener que devolver nada ni indemnizar a nadie, con lo cual, mucha ave rapiña con poder, que llegó a donde está al solo efecto de alzarse con dineros ajenos, difícilmente ande preocupado por el juicio de la historia.
Por otro lado, tal proceso se produce a varios años vista, cuando se apaciguan las pasiones y surgen las razones, y seguramente todos a los que la historia evalúe, recibirán sentencia cuando ya no estén en este mundo. Es cierto, estarán sus hijos tal vez, seguramente sus nietos, pero a este tipo de gente no parece importarle mucho.
El juicio de la historia no puede controlarse comprando magistrados, ni amenazándolos, ni dominando la Procuración General, o el Consejo de la Magistratura. Y no se puede comprar al historiador porque seguramente no sepan quién es, hoy tal vez no tenga más de 20 años.
Uno puede hacer un ejercicio de imaginación y estimar que la historia de estos últimos 12 años tendrá seguramente matices. Hablará de un gran crecimiento económico, de la salida de la Argentina de una crisis gravísima, de un gobierno con alto respaldo en las urnas. Pero también resaltará miserias importantes. La alianza internacional con dictadores diversos como Kadafi o Dos Santos (Angola), la búsqueda desesperada de estrechar vínculos con Irán, el país, en principio, responsable de la voladura de la AMIA con sus 85 muertos, el intento apasionado por encubrir tal aberración, la muerte eternamente dudosa de un fiscal federal después de haber denunciado a la Presidenta y varios de sus funcionarios, y cada paso dado en pos del control del Poder Judicial buscando casi, un cambio en la forma de gobierno, la fundación de un unicato.
Cuando la historia se populariza y se difunde, el imaginario colectivo suele obtener un conocimiento genérico resaltado algunos pocos hechos que quedan fijados como grandes hitos, momentos claves, que describen la época y el personaje. “San Martín liberó medio continente y cruzó Los Andes”. “Belgrano creó la bandera”. “Julio Cesar fue asesinado por su hijo, Bruto, y le costó años dominar la Galia”. “Alejandro Magno fue el conquistador de todo el mundo conocido y llegó al poder muy joven”. Todos conceptos generalísimos y reduccionistas apoyados en un conocimiento superficial y genérico, etiquetas que definen una persona o una época.
¿Qué hitos forjarán la historia de estos 12 años?. Difícil saberlo, pero empiezo a creer que la arremetida feroz de un grupo de operadores, la mayoría de ellos de baja estatura intelectual, contra un juez de la Corte Suprema de 97 años, será uno de esos dos o tres hechos que la historia plasme en la mente de la sociedad futura. Y la resistencia de este hombre mayor pero calmo, extraordinariamente inteligente e instruido, gladiador de tantas batallas en pos de la democracia, la difusión de los derechos de todos y la Constitución Nacional, establecerán una marca indeleble de la época.
A nivel jurídico Carlos Fayt ya dejó su sello. Incluso en su visión de la Sociología y las Ciencias Políticas. Su obra como académico, sus decenas de libros todos innovadores y extraordinarios y sus fallos, por ejemplo sobre libertad de prensa en el Alto Tribunal, le han dado no solamente reconocimiento mundial, sino un sitio cercano a Juan Bautista Alberdi y Dalmacio Velez Sarsfield.
Pero el hoy anciano jurista, no por ello débil como algunos creen, dejará una marca adicional, de evidente contenido político. Porque se ha constituido en el último bastión de resistencia republicana real de este país institucionalmente hecho trizas. Todo lo que hagamos los que creemos en sus valores y su capacidad, es insuficiente frente a la atroz avanzada del gobierno, y para peor, no veo que tampoco estemos haciendo mucho.
A su soledad y su coraje, debe combinársele también su desprendimiento. ¿Qué tiene que ganar Fayt con esta resistencia? ¿Por qué debería tolerar un minuto más de agravios y presiones de estas lagartijas? Nada para él. Fayt sabe que es la piedra angular de la resistencia final de un sistema de gobierno en el que cree, y que está muy cercano a derrumbarse si él se derrumba. El juez está haciendo su último acto de servicio a la Patria. Su última corajeada seguramente sea su más importante legado, su mensaje más vivo y estruendoso hacia una sociedad que debe despertar.
“No habría tiranos si no hubiese esclavos, y si todos sostuvieran sus derechos, la usurpación sería imposible. Luego de que un pueblo se corrompe pierde la energía, porque a la transgresión de sus deberes es consiguiente el olvido de sus derechos, y al que se defrauda a sí propio, le es indiferente ser defraudado por otro”. (Bernardo de Monteagudo).