Por: Horacio Minotti
Desde que el oficialismo postuló a Carlos Zannini como candidato a vicepresidente de Daniel Scioli, se multiplicaron las voces opinando sobre el rol político de ese cargo. Los que quieren mostrar al gobernador bonaerense como continuador del modelo K resaltan que lo acompaña un hombre muy fuerte del entorno íntimo de la actual presidenta. Los que buscan que Scioli mantenga cierto caudal de voto independiente refutan que Zannini no tendrá rol alguno, porque el vicepresidente es meramente decorativo.
La historia de los vicepresidentes desde la recuperación democrática puede darnos algún indicio sobre la veracidad de alguna de esas afirmaciones. Si nos remontamos al primer vicepresidente de la nación de la era posdictadura, podría afianzarse la postura de quienes dicen que este no tiene rol político. El cordobés Víctor Martínez, que secundó a Raúl Alfonsín en la fórmula, tuvo una escueta y gris participación en aquel Gobierno radical.
Sin embargo, avanzando a la presidencia posterior, el bonaerense Eduardo Duhalde, vicepresidente de Carlos Menem, tuvo una actividad política bastante más intensa, contrapuesta en muchos casos a su presidente. El gabinete del riojano se dividió a principios de su gestión en dos grupos que la prensa llamó “Celestes” y “Rojo Punzó”. Duhalde integró el grupo Celeste. Menem asumió en medio de una crisis económica hiperinflacionaria y tardó dos años en controlarla, en 1991, cuando se impuso la convertibilidad.
Esos dos años fueron tremendos para Menem y las internas se multiplicaron. Escribía el recordado Hugo Gambini en la revista Redacción: “lo terrible es que se ha deteriorado la credibilidad presidencial, a tal extremo que no son pocos los que le prueban la banda a Duhalde, hasta se habla de una nueva ley de acefalía”.
En sintonía, un artículo de la revista Somos, del 25 de marzo de 1991, firmado por Jorge Grecco, se titulaba “Operación Chaleco”, y describía cómo la mitad del gabinete de Menem consideraba que no estaba en condiciones psiquiátricas de seguir con el gobierno y pretendía su destitución por tales motivos para promover la instalación de Duhalde en el gobierno.
Pensar que el vicepresidente era ajeno a tales múltiples conspiraciones es subestimar a un Duhalde que llegó al poder tras la caída de un gobierno constitucional. Menem lo resolvió: se deshizo de la sombra del hombre de Lomas de Zamora y lo envío como candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires. Pero cuando Menem intentó volver a la competir por la presidencia en 2003, su mayor enemigo fue Duhalde. Le impidió usar el sello del Partido Justicialista (PJ), inventó un candidato hasta entonces inexistente: Néstor Kirchner y dividió al PJ para neutralizar al riojano. Y cumplió su objetivo. Si todo esto es un vicepresidente decorativo, no quiero imaginar lo que es uno con el aparato kirchnerista detrás.
Para su segundo período, Menem eligió un vicepresidente con escaso peso territorial y sin estructura política. Le resultó bien, Carlos Ruckauf nunca fue una amenaza.
Si Carlos “Chacho” Álvarez se considera decorativo en el Gobierno de Fernando De la Rúa, tenemos problemas de lectura. Desde el principio, el vicepresidente de la Alianza fundó un engendro que llamó “oficialismo crítico” y que fue una oposición interna.
Chacho jaqueó y desmoronó al gobierno. Propició una investigación por supuestos sobornos en el Senado para la sanción de una ley laboral. La Alianza tuvo su principal base electoral en el discurso de la transparencia. Cuando Álvarez puso en tela de juicio ese capital político, el gobierno cayó en picada. Para colmo de males, Chacho renunció justamente por dichos sobornos, dejó al gobierno rengo y herido de muerte. Poco tiempo después, De la Rúa, vacío de poder, debió abandonar la Casa Rosada. Álvarez, de decorativo, nada.
La Presidencia interna de Duhalde no tuvo vicepresidente, de modo que debemos pasar directamente a Néstor Kirchner. Su primer vicepresidente fue el propio Scioli. En principio, uno tiende a decir que el exmotonauta no causó problemas, pero esto no es tan cierto. En diciembre de 2005, en plena sesión del Senado, la senadora Cristina Kirchner, apostrofó durante por más de una hora a Scioli, acusándolo de montar una operación mediática en su contra. Al otro día, el presidente Kirchner despidió a todos los sciolistas que trabajaban en la Secretaría de Deportes de la Nación, reducto que detentó para “contener” a los suyos.
En el año 2010, con Scioli ya como gobernador y Cristina como presidente, se registró una nueva escaramuza. Al gobernador se le ocurrió declarar que tenía “las manos atadas” para solucionar el problema de la inseguridad, en elíptica referencia al gobierno nacional. En un acto público compartido con Kirchner, el expresidente lo apuró: “Gobernador, diga quién le ata las manos, con nombre y apellido. ¡No tenga miedo!”. Scioli se mantuvo en silencio y se olvidó del tema.
Como se dijo, Cristina ya era presidente y su vicepresidente, el radical Julio Cobos, inventor del radicalismo K. Algunos dicen que Cobos fue un presidente anodino, y tal vez así haya sido, pero le generó al Gobierno una crisis de proporciones inimaginables, con su voto “no positivo” en el Senado para desempatar la votación por “la 125” y lo puso al borde del colapso de gobernabilidad. Es cierto, luego Cobos fue segregado y se mantuvo en el ostracismo, pero esto se debió a que el radicalismo lo rechazaba por haberse ido con el Gobierno, y los radicales K lo abandonaron cuando “traicionó” al gobierno, por lo cual quedó sin sustento político.
Pero al margen de si la 125 era una medida apropiada, o no lo era, el vicepresidente Cobos generó un daño político catastrófico al Gobierno, que lo llevó a perder las legislativas de 2009. No es poco para una persona sin poder territorial y sin soporte de una estructura política.
El último y actual vicepresidente es Amado Boudou. La selección fue cuidadosa: un hombre absolutamente “del palo” y elegido por la presidenta y nadie más, sin posibilidad alguna de una construcción política propia. Boudou también hizo daño, pero no por disputar política, sino porque se destaparon múltiples hechos de corrupción que lo involucraron.
En conclusión: solamente dos vicepresidentes cumplieron el precepto de ser decorativos, Martínez y Ruckauf. Duhalde, Álvarez y Cobos disputaron políticamente con sus presidentes, buscaron dañarlos y en buena parte lo consiguieron. Respecto a Scioli, debe decirse que planteó algunas disputas, pero por cuestiones de carácter o de estrategia retrocedió cada vez que lo corrieron. Pero lo intentó.
Ahora bien, Zannini es, después de Cristina, el dirigente de mayor peso de kirchnerismo que viene de gobernar 12 años y ha contado con el aparato y la caja del Estado. Ha demostrado vocación de poder y cuenta con el respaldo de La Cámpora. Su grupo político, que no es el de Scioli, ha poblado las listas de candidatos a legisladores nacionales, para dominar el Congreso y varios ítems más que podrían considerarse.
Si Scioli gana las próximas presidenciales, El Chino es, por lejos, el vicepresidente que llega con más poder propio a su cargo desde la recuperación democrática. Ni Duhalde, ni Álvarez, ni Cobos controlaban el Congreso, ni los precedían 12 años de acumulación de poder y dinero desde el Estado nacional. Quien lo considere decorativo vive en Dinamarca o le está mintiendo a la gente.