La Argentina y los argentinos nos hemos caracterizado a lo largo de nuestra historia por ser una sociedad partida. También exageramos nuestras aptitudes y nos cuesta reconocer al otro. Eso nos ha impedido avanzar muchas veces. Pero de todos modos pudimos afrontar circunstancias difíciles. Porque a pesar de nuestras contradicciones también poseemos una gran capacidad para apostar por nosotros mismos y dar todo para salir adelante.
La historia de divisiones es larga. Primero fueron los conflictos en la construcción de la nación, luego entre conservadores y radicales. Después vivimos 50 años en donde se alteraron gobiernos de facto y gobiernos democráticos. No obstante, por ejemplo, entre 1932 y 1973 mientras la población se duplicó, la economía creció casi 5 veces. La Argentina supo ser un país de pleno empleo y generó la clase media más importante de toda América Latina así como la clase obrera mejor paga. Ver a nuestros países hermanos crecer y desarrollarse más aceleradamente que nosotros no es un tema menor.
Desde 1983, cuando recuperamos la democracia, pudimos consolidar un sistema que ha dejado en el pasado cuestiones que nos hicieron mucho daño. Esto es la consecuencia del esfuerzo ciudadano y da satisfacción el poder civil del Nunca más. Igualmente, en estos 30 años no cumplimos los objetivos de bajar los niveles de pobreza y desigualdad o fomentar el desarrollo y el crecimiento de manera sostenible. Incluso algunos problemas crecieron y se convirtieron en crónicos. Como el flagelo cotidiano de la inseguridad, principal preocupación de la población.
Si en otras épocas existió lo que debidamente se llamó el “péndulo cívico-militar”, en la actualidad observamos un “péndulo democrático”. Es decir, dentro de las reglas de la democracia, en la Argentina se suceden gobiernos que, incluso desde el mismo partido político, deshacen todo lo que se hizo antes e intentan comenzar de cero. Quienes defendían una cosa antes hoy dan su vida por exactamente lo contrario. En otros países distintas personas/partidos continúan las mismas políticas. En nuestro país las mismas personas/partidos hacen cosas diferentes. Estatizamos todo, privatizamos todo. Y los servicios no están nunca como deberían. Y la gente sigue viajando como ganado.
Personalismos y delirios de grandeza son algunas pero no todas las explicaciones de la encrucijada en la que nos encontramos. Los partidos tradicionales no han sabido articular las demandas de la gente para poder crear un sistema político confiable y después de la crisis de 2001 la gente, huérfana de una contención ante tantas malas noticias, buscó el liderazgo de un gobierno que no sólo abusó de esa confianza sino que también dilapidó una década en la que se nos presentaron todas las oportunidades posibles para poder, de una vez, superar los grandes problemas estructurales que aquejan al país.
Hay que dejar de ir de un extremo al otro como si el relato fuera lo único que importa. Es todo lo contrario. Cuando nos pongamos de acuerdo en las cosas que realmente le van a cambiar la vida a la gente, habrá tiempo para discutir el resto. La gente asimila lo que ve en quienes ejercen el poder. La afecta y eso alimenta la división. Pero no hay dos Argentinas. Nos tenemos que olvidar del Boca-River para todo. Hay una sola Argentina. La que quiere dejarle un futuro mejor a sus hijos y al mismo tiempo realizarse.
Para eso hay que dejar la improvisación. El panorama del mundo que viene, con las economías emergentes pujantes y demandantes, demuestra que sólo a través de políticas de estado, de largo plazo y consensuadas podremos estar a la altura de las circunstancias. Llevar al país al lugar que merece y puede estar. Ser protagonista como supimos serlo. No encerrarnos en nosotros mismos.
Fortalecer las instituciones. Aprovechar nuestras ventajas comparativas y anticiparnos a lo que se viene. Ser líderes en la región y ejemplo en diversas áreas para el resto del mundo. Comenzar de una vez por todas, de manera definitiva, la lucha contra la desigualdad estructural y la pobreza.
Estos y muchos otros temas más forman parte de la agenda que será nuestro mayor desafío de los próximos años. Conseguirlo significará cambiar la manera con la que desde el oficialismo se intenta imponer un discurso y una forma de debatir autoritaria mientras se desperdician oportunidades.
En definitiva, una manera de hacer política que está terminando y una que comienza a asomar.