El pequeño kirchnerista ilustrado frente a la realidad

Ignacio Pérez Riba

Los 10 años de kirchnerismo nos dejaron muchas cosas. Lamentablemente muchas más negativas que positivas. Pero donde más ha dejado heridas es en el humor social y en la manera de relacionarnos. Como sociedad, como personas que comparten algo y tienen que dialogar y vivir en conjunto.

Lo demás, desastres económicos, despilfarros fiscales, incongruencias políticas y poco respeto institucional, lo vamos a poder revertir en 2015. Para lo otro, podemos empezar desde ahora.

La distancia entre la realidad y el relato crece cada vez más. Podemos decir que empezó con la intervención del Indec, pasó por restarle importancia a las masivas movilizaciones del último año y llegó hasta la negación de reconocer el mensaje que la gente envió contundentemente a la clase política el pasado 11 de agosto en las elecciones primarias.

La clase dirigente y sus maneras de actuar y dirigirse afectan la vida cotidiana de la gente. No somos los mismos que en 2003. Desde el gobierno se hizo todo lo posible para que el diálogo sea sinónimo de debilidad, que la diversidad sea reemplazada por la aceptación sin discusión. Algunos ejemplos nos sirven para ver cómo ganó esa lógica impuesta desde el kirchnerismo en algunos de nosotros:

Gran parte del espectro político y la mayoría de la gente reclama por una justicia independiente. El gobierno intentó dominar el Poder Judicial para que falle a su gusto. Una justicia verdaderamente independiente y entonces realmente eficiente y para la gente necesita no estar contaminada por los otros poderes. Tanto de las corporaciones económicas como políticas. Frente a esto, desde el oficialismo sólo se escucharon insultos y agravios. Básicamente, que si te manifestás en favor de una justicia no partidizada significa que sos un defensor de las corporaciones, de la dictadura y trabajás para Magnetto.

Al kirchnerismo le gusta decir que el mundo se nos cayó encima. Pero no podría haber un mejor escenario global para nuestra economía. En vez de encerrarnos cada vez más, tenemos que abrirnos al mundo, fomentar la inversión, que genera crecimiento a largo plazo y trabajo genuino. Ser parte de una economía global que cambia constantemente. No se puede con una lógica que atrasa, por lo menos, 30 años.

Nos cansamos de escuchar como respuesta a esto que conectarnos con el mundo es someternos al imperialismo yanqui, dejar de lado nuestra idiosincrasia o no proteger el consumo y el trabajo de los argentinos. Nada más lejano de la realidad. Si decimos que nos parece mejor financiarse tomando deuda como lo hacen todos nuestros vecinos en vez de dilapidar los ahorros de nuestros jubilados nos devuelven con que no estamos a favor de la causa Malvinas o trabajamos para la embajada de Estados Unidos. Y eso lo dice gente que pasó de argumentar a favor de una estatización (que quedó claro fue un fracaso) a 12 meses después defender, como si fuera lo único en esta vida, un acuerdo con la multinacional Chevron. Del cual los argentinos ni siquiera conocemos lo que se acordó concretamente.

El gobierno perdió el apoyo de la gente porque no la escucha. Los argentinos están mucho más preocupados por la seguridad, la inflación y el trabajo que por la guerra santa contra Clarín o la perpetuidad de la presidenta. Pero siguen sin reconocer su error. Hablan de que son la primera minoría nacional, que ganaron en Antártida. Es sorprendente que no puedan ver la realidad y aún más que los que lo hacen actúen como si no.

Los temas que mencioné, y muchos otros, no deberían ser temas polémicos. De esos los hay y sobran. Pero existen varias áreas en donde deberíamos estar de acuerdo todos los argentinos y construir una base democrática y republicana por sobre la cual proyectarnos. Estamos perdiendo el tiempo discutiendo sobre cosas que no valen la pena.

El gobierno, y todos los que trabajamos en la función pública, tenemos que aprender de la gente. No tanto mandar sino entender lo que pasa y facilitar el desarrollo. No hay que imponer nada cuando se puede aprender del otro. La razón no la da el 54%. Ni el 46% o el 70%. Los votos no pertenecen a los políticos. Detrás de ellos está la gente. Que a pesar de todo todavía tiene esperanza. De crecer y dejarles un futuro mejor y con más oportunidades a sus hijos. Es ahí donde vive la fe en un país mejor.