Por: Itai Hagman
En las PASO se hizo visible el proceso de estancamiento y retroceso del kirchnerismo tanto en cuanto forma de construcción política como en cuanto orientación general de la política económica. Los problemas concretos que hoy emergen como la inflación, la escasez de divisas, el colapso en el sistema de transporte o la precarización laboral, son síntomas de problemas estructurales que no se han encarado decididamente. Pero lo que explica el revés político no son los problemas en sí, sino la percepción de que el gobierno no ofrece explicaciones, respuestas ni convocatorias a la población a dar una pelea para avanzar sobre quienes generan estos problemas, a saber, el poder económico concentrado. En lugar de esto, nos convoca a “defender lo que se hizo hasta ahora”.
La derecha golpea por distintas vías. Algunas tienen que ver con deficiencias reales del gobierno, como los casos de corrupción de funcionarios de primer nivel. Otras se construyen en batallas contra un supuesto avance autoritario frente al que se convoca a defender las “libertades civiles” y el “funcionamiento de la república”. Otra vez, el gobierno opta por no convocar a la población ni plantear medidas de fondo. Todos estos ingredientes confluyen en un escenario de cambio de ciclo; en el debilitamiento de una fuerza política, que si bien sigue siendo la primera minoría a nivel nacional y probablemente la estructura más importante, ha encontrado problemas serios para hacer confluir voluntades cuando de la épica que miraba hacia el corto plazo se pasa a un menos atractivo llamado a defender lo logrado.
En este punto, existe la tentación de trazar un paralelo con el resurgimiento kirchnerista que le siguió al retroceso que significaron la crisis del campo y las elecciones de 2009. Pero si comparamos uno y otro momento aparecen algunos elementos objetivos que entonces estaban ausentes. Por un lado, la emergencia de una figura desde el interior del peronismo con capacidad de colocarse a la cabeza de un espacio político y social opositor (donde ya están jugando importantes actores empresariales que ven allí una versión más “previsible” del modelo) con posibilidades ciertas de disputar la presidencia en 2015. Por otro, se conjugan los límites internos del “modelo” económico que refuerza los niveles de precarización de las condiciones de vida del pueblo trabajador, con el cuello de botella histórico que sufre la economía argentina ante cada período de crecimiento, por la incapacidad de generar las divisas necesarias para financiar el crecimiento industrial.
En el terreno político la principal limitación del kirchnerismo es que más allá de las idas y vueltas, finalmente siempre tuvo en el centro de su política al Partido Justicialista. Y la mejor demostración de ello es que los posibles herederos del kirchnerismo después de una década son justamente los sectores más retrógrados de esa estructura, como Scioli o el propio Massa. Esta experiencia refuerza nuestra convicción de que es necesario recorrer un camino independiente de las estructuras tradicionales del sistema político argentino, aun cuando sea más trabajoso, evitando la tentación de aparentes atajos que terminan disolviendo la posibilidad de proyectos superadores. El testimonio de sectores de la izquierda y la centroizquierda que se sumaron al kirchnerismo a lo largo de estos años es elocuente en este sentido, tanto como el de quienes apostaron a una alternativa con “gobernabilidad” desde las estructuras de la oposición.
En el terreno económico, es necesario convenir que después de diez años de crecimiento no se ha avanzado en transformaciones estructurales de nuestra estructura productiva. Más bien seguimos teniendo una matriz sumamente concentrada y extranjerizada. Es el resultado de una política de acuerdos y negociación con el capital multinacional, sea industrial, financiero, minero, sojero o petrolero, y también con los grandes empresarios nacionales. Esta década también demostró que no es posible avanzar hacia un país con justicia social sin afectar los intereses del poder económico concentrado.
El debate que planteamos desde Camino Popular es el siguiente: frente a este agotamiento ¿vamos a retroceder o cambiar hacia delante? Si vamos a volver a confiar en las estructuras partidarias tradicionales, sea que se organicen alrededor del PJ como Scioli o Massa o en torno de la UCR como Carrió, Binner o Cobos o en cambio apostamos a una nueva experiencia política. Si frente a las dificultades económicas buscamos un mayor acuerdo con el poder económico, por ejemplo a partir de una fuerte devaluación, de un ajuste de la inversión social, de una reconciliación con los mercados financieros y un regreso al endeudamiento externo, o en cambio nos decidimos por una mayor intervención del Estado para recuperar el control sobre los recursos naturales estratégicos y así obtener los recursos para emprender un proceso de industrialización y desarrollo nacional con justicia social y respeto por el medio ambiente. Esa es la disyuntiva que plantea Camino Popular.