Quisiera creer que las pálidas reformas en la economía cubana propuestas por el presidente Raúl Castro permitirán elevar la calidad de vida y contribuirán al despegue productivo de una nación atada de manos y experta en sostenerse con subsidio extranjero.
Pero la ambigüedad e ineficiencia probada de un sistema calcado del modelo soviético, el apego al poder, la mentalidad de patriarcas de los líderes históricos de la Revolución cubana, aupados por un grueso segmento de burócratas, empresarios militares y oportunistas de ocasión, me hace llegar a una conclusión simple y dura.
Cuba no funciona porque tiene un gobierno inepto. Quienes apoyan al sistema seguirán intentando tapar el sol con un dedo y leerán de carretilla los pliegos de siempre, donde se nos dice que ahora somos soberanos. Pobres, pero dignos, con una salud pública y una educación gratuitas en todos los niveles y un Papá Estado que a pesar de los malos tiempos, velará para que los desposeídos no se mueran de hambre.
Ciertos logros del régimen verde olivo han tenido un alto costo. Se cercenó el juego democrático y la opción de cohabitar con otros partidos políticos. Fidel Castro era el Mesías. O estabas con él o eras un apátrida.
Si hoy tenemos una economía que naufraga el culpable es el gobierno. Si la gente que trabaja piensa primero en robarle al Estado y después en trabajar, es porque devenga un salario insuficiente y la culpa debe recaer en los gobernantes.
Se puede intentar buscar excusas o pretextos culpando al embargo de Estados Unidos de las precariedades en la isla. Pero a mí no me valen. Cuando estábamos amamantados por la teta soviética, la calidad y productividad laboral ya era baja. Castro administraba la economía como una finca particular y desangró el país en una larga y costosa guerra civil en África. Los medios oficiales suelen publicar sobre el costo de las guerras de Estados Unidos en Irak y Afganistán. Nunca he visto una nota referida al oneroso precio que pagamos los cubanos por proyectos bélicos y subversivos en otras partes del mundo.
Anciano y repleto de achaques, Fidel Castro descansa en un sitio desconocido. Elegido a dedo, ahora gobierna su hermano Raúl. Aunque públicamente alabe a Fidel, enterró cien metros bajo tierra el voluntarismo, algunas normas absurdas que convertían a los cubanos en ciudadanos de cuarta categoría, cerró ministerios y despidió a todo el personal de confianza que laboraba con el comandante.
Pero sus reformas ambiguas no han provocado el despegue económico que la población pide y necesita. Con 81 años, es probable que el General se sienta atrapado en un laberinto. Si pisa a fondo el acelerador de los cambios, el coche se descarrila. Con parches tibios, el país seguirá atrapado en el burocratismo, la corrupción e ineficiencia.
Nadie mejor que las autoridades conocen la situación real de Cuba. El discurso incongruente, hablando de cambiar de mentalidad, exigiendo a los amanuenses de la prensa una labor crítica o pedir que se eliminen las trabas productivas, despierta suspicacia entre la población.
Es papel mojado. Letra muerta. En la práctica, poco o nada se hace para cambiar el estado de cosas. Algunos alegan que es una manera de comprar tiempo. Oxígeno político y propaganda para crear una imagen reformista, de cara al exilio cubano y las galerías foráneas.
Tras esa ambigüedad, se esconde la esencia del régimen administrado por los Castro. Es imposible prosperar y crecer económicamente en una nación donde enriquecerse es un delito.