Por: Jesús Cariglino
Finalmente, Juan Carlos Fábrega decidió abandonar la presidencia del BCRA. La realidad es que la noticia no sorprende, si se tiene en cuenta la larga historia de enfrentamientos que el ahora ex presidente del BCRA tuvo con Axel Kicillof y el “reto” público que le hizo la Presidente en su discurso de ayer.
Teniendo en cuenta que hace mucho tiempo que el BCRA ha dejado de ser una institución independiente de los deseos y lineamientos que emanan desde el Poder Ejecutivo, la salida de Fábrega no tiene demasiadas implicancias para la situación económica. No debemos engañarnos. Quizás Fábrega no estaba de acuerdo con los lineamientos de política monetaria/cambiaria provenientes de la Presidenta y su círculo íntimo, pero lo cierto es que aplicaba dichos lineamientos de la misma manera que los aplicaba Mercedes Marcó del Pont antes que él. En otras palabras, el BCRA de Fábrega no era una institución más independiente de lo que era bajo el mandato de antecesora.
Teniendo esto en claro, es difícil pensar que el nombramiento de Alejandro Vanoli tenga alguna implicancia en la práctica. La razón es sencilla: el BCRA seguirá, en la práctica, manejado por el mismo grupo de personas que lo viene manejando hace varios años, y que está conformado por la Presidenta y su círculo íntimo (al cual pertenece por estos días, circunstancialmente, Kicillof). Seguramente, habrá menos “cortocircuitos” en el día a día, pero nada significativo va a modificarse en la práctica.
Por eso, el panorama para lo que viene en materia económica continúa siendo sumamente desafiante. Porque el BCRA seguirá emitiendo gigantescas cantidades de pesos para financiar el creciente desequilibrio de las cuentas públicas. Porque la inflación, aun cuando ya se ubica en torno al 40% anual, seguirá creciendo. Porque el dólar oficial seguirá “barato”, lo que asegura más caída de reservas, más restricciones cambiarias y comerciales y más brecha.
Lo único relevante de la salida de Fábrega es la ratificación (una vez más) de que los intentos de moderación y racionalidad económica son inaceptables en el kirchenrismo. Por tanto, es difícil pensar que, aun bajo las peores circunstancias, pueda producirse un cambio de las políticas económicas actuales, que evite una profundización de la ya de por sí complicada situación que atravesamos actualmente.