La sombra de Huitzilac

Jorge Castañeda

Más allá de los inventos y las tonterías que aparecen aquí y allá en la prensa nacional, lo que cuenta sobre la balacera en Huitzilac, Morelos, es la regla de oro en el trabajo de inteligencia: qué sabemos, qué pensamos, y qué no sabemos. Lo que sabemos: dos funcionarios de la embajada de Estados Unidos, acompañados de un marino mexicano, fueron baleados por un número indeterminado de policías federales; los norteamericanos y su acompañante marino viajaban en un auto con placas diplomáticas, los norteamericanos eran de la CIA; 12 policías federales mexicanos se encuentran arraigados y acusados, parece ser, de abuso de autoridad. Estos son los datos duros que disponemos por ahora. ¿Qué no sabemos? ¿Qué pensamos?

Qué no sabemos: ¿qué hacían los dos funcionarios de la CIA en una brecha de Morelos que conducía a un supuesto campo de entrenamiento de la Marina? ¿Qué hacía el capitán de corbeta que los acompañaba? ¿Traducía, era enlace o conducía? Los federales que dispararon contra la camioneta, ¿lo hicieron por confusión, porque la camioneta no se detuvo cuando fue interpelada o justamente porque se trataba de un vehículo con placas diplomáticas ocupado por funcionarios de inteligencia de Estados Unidos? ¿Los “agentes de la CIA” eran sólo instructores de tiro? ¿Eran asesores con funciones más complejas? ¿Iban de “visita” al campo de tiro? Obviamente es una imbecilidad preguntar si hay agentes de la CIA en México: por supuesto que sí, por lo menos desde la época del legendario Winston Scott que llega a México a finales de los años cincuenta. Pensar otra cosa es demagogia o idiotez.

¿Qué pensamos? Dos hipótesis distintas, aunque complementarias, parecen a estas alturas ser las sensatas. Por un lado es obvio que el gobierno de Felipe Calderón ha celebrado acuerdos con el gobierno de Estados Unidos, primero con Bush, y luego con Obama, de cooperación contra el crimen organizado y/o el narcotráfico de un alcance muchísimo mayor que lo que existía antes del 2006. Esa cooperación incluye, probablemente, rubros de inteligencia, intervenciones telefónicas, aviones sin tripulación, presencia norteamericana en centros militares y de inteligencia mexicanos, y posiblemente acompañamiento de personal mexicano en misiones ultrasensibles. Nada de esto es seguro, y mucho menos comprobable. Creo que es factible. Nada más.

Por otro lado es evidente, como lo sugirió The New York Times hace tres días, que hay personal de élite de la Policía Federal, de la Sedena y de la Semar que ha recibido una capacitación supuestamente de excelencia en Estados Unidos en estos últimos años, algunos de ellos ahora resulta que se pasaron del otro lado, como los Zetas hace 15 años. Es el costo inevitable de una guerra en mi opinión aberrante, pero que encierra corolarios inesquivables. No hay manera de crear cuerpos de elite en el seno de las Fuerzas Armadas o civiles mexicanas, ni de construir una Policía Federal de gran envergadura sin apoyo externo; en el mundo real no hay más apoyo externo para México que el de Estados Unidos; y es 100 veces más económico el apoyo estadounidense dentro de México que enviar a mexicanos a formarse o perfeccionar su entrenamiento en Estados Unidos.

Entiendo muy bien que el gobierno de Calderón no haya querido nunca explicitar todo esto, no porque no sea perfectamente defendible dentro de su estrategia equivocada, pero inscrita en la realidad -del combate al narcotráfico- el problema era pensar, como tantas otras cosas, desde las cifras del INEGI hasta las de decomisos de marihuana, heroína y metanfetaminas en México, que nunca se iba a saber la verdad. El episodio de Huitzilac no es de La sombra del caudillo, pero de nuevo este oso de la PF muestra los riesgos de esta política pública. Yo discrepo por completo de la estrategia de Calderón. Pero entiendo y apoyo que recurra a la ayuda de Estados Unidos para la misma: sin dicho apoyo es inviable. La pregunta es por qué no lo dice o, si se prefiere, por qué lo esconde.

 

© 2012 Jorge G. Castañeda

Distribuido por The New York Times Syndicate