Por: Jorge Castañeda
Se acerca el momento de hacer las cuentas de costos y resultados de la guerra contra el narco de Felipe Calderón. Muchos son conocidos: los 60 mil muertos, los más de 60 mil millones de dólares gastados en seguridad por encima de lo que se gastaba antes, el incremento en los secuestros, la extorsión, los asaltos y robos; las violaciones a los derechos humanos, y el deterioro de la imagen de México en el mundo, todo esto en cuanto a los costos. En lo tocante a resultados, algunos también ya se conocen: el número de capos capturados o ejecutados; el crecimiento de los efectivos de la Policía Federal; los decomisos de armas, aviones, vehículos y, en mucho menor medida, de cocaína, heroína, marihuana y metanfetaminas. Pero entre los costos escondidos figura uno que, a pesar de las proclamas del gobierno y del optimismo de ciertos observadores externos y empresarios internos, no se ha detectado con precisión. Me refiero al monto de la Inversión Extranjera Directa (IED) en México.
No es fácil establecer una relación directa entre la guerra y el monto de la IED. Intervienen muchos factores, pero parecería que son todos a favor de un mayor monto IED en México: la cantidad de dinero circulando por el mercado mundial de capitales, la falta de oportunidades atractivas en otras regiones del mundo, la relativa estabilidad política mexicana, y el buen desempeño macro de nuestra economía augurarían buenos resultados. Pero no hay tales, sobre todo si los comparamos con años anteriores tal y como se debe hacer la comparación, es decir, como porcentaje del Producto Interno Bruto de México (PIB), y no sólo en términos absolutos.
Analizar de esta forma la IED nos da también una idea de lo lejos que estamos del porcentaje del PIB necesario para complementar la inversión pública y privada nacionales imprescindibles para elevar el ritmo de crecimiento del 3% o 3.5% promedio de los últimos 15 años al 5% o 5.5% que todos deseamos. En 1981, el año pico del boom petrolero lopezportillista pero con una economía fundamentalmente cerrada, la IED alcanzó el 1.2 por ciento del PIB (todos los datos citados se basan en dólares corrientes para cada año). Para 1990, debido a la crisis de la deuda y el estancamiento de la economía mexicana, cayó a 0.9 por ciento y empezó a recuperarse sólo a partir de 1994, cuando entró en vigor el TLC, y aumentó a 2.6 por ciento. El 95 fue, con la excepción de 2001, el mejor año de todos, en parte por la caída del PIB 6 por ciento: la IED representó 3.3 por ciento del PIB. En los siguientes años se mantuvo estable y fue 3.1 por ciento del PIB en 2000; llegó a 4.8 por ciento, la cifra récord, en el 2001 -en parte debido al bono democrático de Fox y en parte por la compra de Banamex por Citibank. Hasta 2007 se mantuvo en 3 por ciento, pero a partir del 2008 (extrañamente el año en que realmente comienza la violencia) empieza a descender: a 1.8 en 2009, repunta ligeramente a 1.9 por ciento en 2010 debido a la compra de FEMSA por Heineken; pero para 2011 cae a 1.7 y el estimado para 2012 es de 1.6 por ciento del PIB. El año que entra seguramente habrá un nuevo pico gracias a la adquisición de Modelo por InBev; pero los tres casos (Banamex, FEMSA y Modelo) se trata de activos ya existentes y ”one time only’’. La tendencia es evidente. Estamos hoy apenas por encima de donde estábamos en 1981 y por debajo del periodo 1995-2007.
Si México necesita elevar su tasa de inversión (formación de capital) a unos 25 puntos del PIB, en lugar de los cerca de 20 que tenemos ahora (China está en más de 40), esos cinco puntos adicionales sólo pueden provenir de dos fuentes importantes: la inversión privada nacional y la IED. El sector público debe invertir más en infraestructura y en energía, pero difícilmente contará con los recursos. En lugar de incrementar la IED como porcentaje del PIB, como sucedió hasta el 2007, vamos en picada desde 2008. ¿Tiene esto algo que ver con la guerra?
© 2012 Jorge G. Castaneda
Distribuido por The New York Syndicate