Por: Jorge Castañeda
El 9 de febrero pasado el diario Reforma de México publicó una nota que cabeceaba “Ponderan los alcances de figura anticorrupción” sobre la Comisión Nacional Anticorrupción que algún día verá la luz del día, donde citaba la opinión de la bancada del Partido de la Revolución Democrática en el Senado: “La bancada del PRD plantea que debe ser mexicano de nacimiento, con una edad mínima de 30 años, abogado con experiencia de 10 años y tener 2 años de residencia en el país”.
El 25 de septiembre de 1919 fue fundado el Partido Comunista Mexicano por, entre otros, Manabendra Nath Roy (el célebre agente indio del Komintern, cuya casa en la Colonia Roma es un antro de moda) y Mikhail Borodin (famoso personaje de La condición humana de André Malraux). El jefe de la bancada del PRD en el Senado, Silvano Aureoles Conejo, seguramente no ve vínculo alguno entre estos dos asuntos, ni recuerda que el PRD nació con el registro del PCM, y a su vez surgió de la fusión del Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT) y del Partido Socialista Unificado de México (PSUM), y que este último surgió del viejo Partido Comunista Mexicano, que obtuvo su legalización en 1978. Sin embargo, el vínculo es evidente.
Traté ya de señalar en mi libro Mañana o pasado: el misterio de los mexicanos el carácter aberrante de la obsesión mexicana de negarle acceso a los mexicanos por elección (es decir, naturalizados) a una inmensa cantidad de puestos, de cargos públicos, tanto de elección popular como por designación: presidente, gabinete, gobernadores, presidentes municipales, regidores, diputados federales, senadores, miembros de la Suprema Corte, miembros de las juntas de gobierno del Banco de México, del IFE, de la UNAM, del INEGI, etc, etc, etc. Subrayé que resultaba particularmente imbécil que un país que cuenta con más del 10% de sus habitantes residiendo en otro país, donde se les niegan todo tipo de derechos, abandere semejante exclusión. Es absurdo atribuir esos excesos al terror que desde el siglo XIX le tenían las elites mexicanas al fantasma de la doble lealtad, de los agentes encubiertos que llegaron a nuestra patria para arrebatárnosla.
Sin embargo, ni en mis peores delirios antinacionalistas pensé que en el año 2013 la fracción en apariencia moderna, conciliadora,
reformadora de la izquierda mexicana volviera a la misma idiotez: excluir naturalizados, de un nuevo cargo ni siquiera aún creado. Entiendo que gente como Silvano Aureoles y sus colegas -como Jesús Ortega, Jesús Zambrano, Mario Delgado, Armando Ríos Piter y otros- busquen sacar al PRD de la ciudad medieval o de la fortaleza asediada adonde ha sido arrinconada y hundida por Andrés Manuel López Obrador desde hace ya casi 15 años. Valoro, reconozco y admiro sus esfuerzos. Pero si no son capaces de despojarse de las telarañas del trasnochado nacionalismo mexicano que se refleja en esta postura peor que decimonónica, su aggiornamento se limitará a fotos con Enrique Peña Nieto, sonrisas cordiales y negociaciones exclusivamente burocráticas.
Seguro eso es mejor que nada, el cambio de contraste por el sexenio anterior es notable y encomiable. Pero si sólo se trata de eso, el
Peje les va a ganar el mandado. A él no le preocupan estas pequeñeces ni le interesan las ideas vanguardistas, la apertura de México al
mundo o la modernidad. Para él y sus seguidores de Morena, todo esto en concreto, es un pleito de callejón, de rompe y rasga, patín y
trompón. La única opción de triunfo, en el seno de lo que se llama la izquierda mexicana, consiste en la batalla de ideas. Y con ideas como la que se manifiesta en la declaración de la bancada del PRD en el Senado a propósito de los integrantes de la Comisión Nacional
Anticorrupción, no se llega ni a primera base, para recurrir a una metáfora, que sin duda le gustaría al tabasqueño.