Preguntas sobre la muerte

Jorge Castañeda

Para sacar un balance de la gestión de Hugo Chávez en Venezuela y analizar su legado en América Latina habrá que esperar. No por principio: para contar con cifras duras y elementos contundentes para ambas diligencias. Los datos tendrán que ser levantados por entes confiables, los mismos que proporcionan números económicos y sociales de otros países, para poder comparar resultados sobre todo del gasto de más de un billón (en castellano) de dólares a lo largo de estos 14 años y los resultados precisos en materia social: educación, salud, vivienda, pobreza, desigualdad. Asimismo, habrá que ver cómo sobreviven varios países a la probable interrupción, a mediano plazo, del inmenso subsidio chavista a sus economías: Cuba, Nicaragua, Bolivia, El Salvador y, en menor medida, República Dominicana.

Por el momento sólo podemos hacernos algunas preguntas sobre lo que ya sucedió, a saber, la agonía y muerte de un gobernante con suerte hasta que se le agotó. Las interrogantes que siguen merecerán respuesta durante la campaña electoral que comienza en Venezuela, pero también en la conciencia de las personas que siguen acontecimientos como éstos.

¿Qué hubiera sucedido en otro país si durante dos años el jefe de Estado en funciones se atendiera médicamente en otra nación bajo un sigilo completo, que aseguraba que los gobernantes del segundo país supieran más de su estado de salud que la población, la oposición, los médicos y hasta el Poder Legislativo y Judicial del suyo? ¿Qué pasaría si en otro país las principales decisiones médicas las tomaran no sólo galenos extranjeros y subordinados por completo al poder político de ese otro país? ¿Una cosa son los jeques del Golfo Pérsico que se atienden de sus males cardíacos en el Cleveland Clinic, donde el gobierno de Estados Unidos sabe cómo van, pero difícilmente da órdenes a los cardiólogos de lo que deben hacer y no hacer? ¿Qué hubiera acontecido en otro país si durante dos años un gobierno extranjero coadyuvara a mantener un velo de silencio y de secreto casi perfecto sobre el destino más elemental del gobernante de otra nación?

¿Cuándo supieron Chávez y sus colaboradores que su cáncer era terminal y que le quedaban pocos meses de vida? ¿Lo supieron antes de lanzar su candidatura a la Presidencia el 11 de junio de 2012? ¿Lo supieron antes de los comicios celebrados el 16 de diciembre del año pasado? ¿Se enteraron a mitad de la campaña? ¿Cómo hubiera reaccionado el electorado venezolano de haber votado con pleno conocimiento de causa: que la persona a la que iban a elegir a la Presidencia no iba a tomar posesión y fallecería dos meses después? ¿Cómo hubieran respondido los votantes venezolanos si a media campaña se hubiera filtrado, pero con fundamentos y de manera fidedigna, que ese era el verdadero estado de Chávez y que en realidad estaban eligiendo a Nicolás Maduro a la Presidencia y no a Hugo Chávez?

¿Es imaginable hoy en día algo por el estilo? El único ejemplo que recuerdo es el de Franklin D. Roosevelt en las elecciones norteamericanas de noviembre de 1944, cuando fue electo por cuarta vez en condiciones de salud guardadas en secreto, pero que llevarían a su muerte a escasos seis meses más tarde. Esto, hace 70 años.

¿Bajo qué condiciones de sedación, de dolor, de sufrimiento, de angustia, tomó Chávez decisiones importantes a lo largo de los 2, 3, 6 y 9 últimos meses, desde el momento en que probablemente se enteró del desenlace fatal que se asomaba en el horizonte? ¿A qué tantas presiones estuvo sujeto por parte de los cubanos? ¿Con qué tanta autonomía y consciencia pudo resolver asuntos delicados como la devaluación del bolívar, el curso de la campaña presidencial, el apoyo o el sabotaje a las conversaciones de paz en Colombia?

Por ahora estas son las preguntas que deben importarle a los venezolanos y que ojalá obtengan respuesta a lo largo de los siguientes 30 días. Y sobre todo, si Hugo Chávez murió donde y cuando se dijo.