Por: Jorge Castañeda
Si entiendo bien -sin estar en los cuartos de guerra la probabilidad de equivocarse es elevada- existen dos enfoques ante la secuencia, el contenido y la prioridad sustantiva de las reformas en puerta. Por un lado se encuentran los “pactistas”, es decir, el gobierno, el PRI y la facción maderista del PAN, que prefieren sacar adelante una reforma política “lite”, seguida de reformas energética y fiscal de gran envergadura, y dejar para después las grandes transformaciones… políticas: reelección de diputados, senadores y presidentes municipales; segunda vuelta en la elección presidencial, por lo menos; referéndum constitucional vinculatorio sin mayores restricciones; regulación flexible de las candidaturas independientes; ajustes al régimen político incluyendo la ratificación de un jefe de gabinete. Por el otro lado se encuentra la mayoría de los senadores del PAN, los del PRD y quizás algunos aliados de éstos en la comentocracia o en la sociedad civil. Han concluido que la única manera de lograr las reformas políticas enumeradas consiste, en lo que al PAN se refiere, en condicionar sus votos por la Reforma Energética Constitucional a la aprobación previa de estos cambios; en lo que se refiere al PRD, en sujetar un comportamiento de oposición “leal” a la inversión privada en Pemex y al IVA en alimentos y medicinas a la misma aprobación.
Los argumentos detrás del primer enfoque no son despreciables. Los resumo: impera hoy en el país una poderosa inercia reformista, basada en el impulso del Pacto por México, y en la confianza que se ha ido construyendo entre los actores políticos; no hay que descarrilarla sobrecargándola: al imponerle a Peña Nieto y al PRI cambios que en el mejor de los casos podrán aceptar más adelante, o que de plano lo atragantan, sobre todo la reelección y la segunda vuelta. Mejor aprobar las modificaciones al 27 constitucional que permitan detonar la Inversión Extranjera tanto en Pemex como en el resto de la economía, y asimismo, consumar una reforma fiscal que financie la agenda social del propio Pacto por México, la seguridad y la infraestructura. Si se insiste en anteponer la reforma política sobre todo, compuesta por transformaciones de gran calado y a la vez de medidas terapéuticas, no se va a lograr ni lo uno ni lo otro. Mejor alcanzar lo alcanzable hoy y dejar para después lo demás, por deseable y necesario que sea.
Los argumentos que respaldan la otra postura también deben tomarse en cuenta. En síntesis, el único motivo por el cual EPN aceptaría lo que hasta ayer le resultaba inaceptable, a saber, reelección, segunda vuelta, referéndum vinculatorio, candidaturas independientes viables, y la vieja idea de jefe de gabinete propuesta por Manlio Fabio Beltrones, es porque si no, carece de instrumentos para aprobar una reforma energética constitucional. Los senadores del PAN tienen la sartén por el mango hoy, y sólo hoy. Si le regalan al gobierno la reforma energética sin antes consumar su reforma política, habrán perdido su única oportunidad.
Al final, todo esto se resolverá en negociaciones entre actores políticos con poder real; el peso de la comentocracia resultará mínimo. Pero simplemente por no dejar, confieso que me inclino por la postura de los senadores del PAN y del PRD, sobre todo en lo que se refiere a la reelección, segunda vuelta, referéndum y candidaturas independientes viables. Siempre he sostenido, solo o en compañía de varios colegas, en particular de Aguilar Camín, que estas reformas políticas son indispensables para México; que sin ellas y algunos elementos técnicos adicionales, no emanarán mayorías legislativas en los próximos años; y encierran la misma trascendencia que otras reformas, también deseables, como del 27 constitucional y del IVA. Creo que de adoptarse el segundo enfoque, el de la Cámara alta por así decirlo, el gran ganador sería EPN: de aquí sí saldría una verdadera transformación del país. Ojalá los senadores del PAN y del PRD tengan la habilidad y las canicas para convencerlo de esta versión tropicalizada de la enchilada completa.