Por: Jorge Castañeda
En los últimos días se han producido cambios importantes en uno de los diarios más nuevos e innovadores de la Ciudad de México. La Razón es evidentemente un periódico de baja circulación, de poca publicidad, de escasos recursos nacionales e internacionales, pero provisto de un diseño, una concisión, un excelso elenco de editorialistas y una agilidad periodística notables. El diario pudo alcanzar estos logros gracias a la generosidad de Ramiro Garza Cantú, el propietario, de la visión y el talento de Ana, su hija, administradora, y hasta la semana pasada al talento de Pablo Hiriart, el director. Ojalá el periódico sobreviva. ¿A qué?
A la incidencia de la crisis venezolana en el equipo de colaboradores y quizás en la línea editorial de La Razón. Cualquier lector menos chismoso que el autor de estas líneas se preguntará qué diablos tienen que ver Nicolás Maduro, los estudiantes de Caracas o la represión en Altamira, con la renuncia de Hiriart y de columnistas como Fernando Escalante, Salvador Camarena y Gil Gamés. Parece que mucho.
Según lo que se ha podido indagar sobre los motivos de los cambios en La Razón, tanto por las cartas, entrevistas y filtraciones de los interesados, como por chismes de todos, sucedió más o menos lo siguiente. A pesar de que el periódico, en mi opinión, perdió mucho de su frescura e independencia con la llegada del PRI a Los Pinos, convirtiéndose a veces en un nuevo El Nacional, mantenía un punto de discrepancia importante con el gobierno. Se trata del repudio y la crítica casi constante, a través de una cobertura seria pero claramente orientada, de la debacle venezolana, del creciente autoritarismo de Maduro, y de la hecatombe económica en la que se encuentra ese país. Como se sabe, el gobierno ha decidido ser extraordinariamente prudente con cualquier acontecimiento delicado en Venezuela o en Cuba, por razones que no comparto. Es cierto que Maduro tiene, como Cuba desde hace muchos años, su quinta columna en México: parte de la izquierda partidista, algunos decrépitos círculos bolivarianos, y La Jornada. Esta, en lo que se refiere al Castro-Chavismo no es “casi” El Nacional: es Granma o Pravda. Todo lo usual ha sido descrito y criticado por un articulista como Fernando Escalante o como Gil Gamés en múltiples entregas.
A raíz de esos artículos y de otros donde se menciona a La Jornada, y de la propia cobertura antichavista del periódico, la directora de La Jornada, que sostiene una vieja amistad con el dueño de La Razón, aparentemente protestó y pidió que cesaran dichos ataques. Existe la versión, no corroborada, de que a pesar de esa amistad, insinuó que posiblemente aparecerían en La Jornada reportajes vinculando a las empresas de don Ramiro con el caso Oceanografía. El hecho es que según Hiriart, Escalante y muchos otros, Garza Cantú les pidió que “le bajaran un poco” a los ataques a La Jornada y tal vez a Maduro (esto es menos probable), petición que, después de pensarla unos días, rechazaron, y se fueron.
¿Reviste la menor importancia todo esto en México, con todos los problemas que enfrentamos? Sí y no. Obviamente frente a los sucesos en Michoacán o en la Línea 12 o en la economía, La Razón es peccata minuta. Las susceptibilidades de La Jornada también, por no hablar de lo que piense Maduro de lo que pensamos algunos mexicanos de su gobierno. Pero por otro lado, para todos aquellos que piensan que México puede ser una isla (de preferencia no tropical, ni bananera) y que lo que pasa en el mundo no nos afecta, el microcosmos Nicolás Maduro-Carmen Lira-Ramiro Garza Cantú-Pablo Hiriart-Fernando Escalante-Gil Gamés demuestra lo contrario. Qué bueno, y ojalá éste sea el meollo del asunto y no un problema de egos o de hostile takeover. Y ojalá los partidarios del “pragmatismo nacionalista” en el gobierno o en la izquierda entiendan que si a ellos no les importa lo que sucede en Cuba o en Venezuela, a Cuba y a Venezuela sí les importa lo que sucede en México. Hasta en La Razón.