Por: Jorge Castañeda
Siempre fuimos un país de ritos; nos estamos convirtiendo en uno de homenajes, natalicios, fallecimientos, premios, etcétera. Nos sale bien; alguien debiera crear un startup para alquilar recintos y ritos mexicanos para los festejos de otros países: una especie de maquiladora de momentos memorables. El presidente Enrique Peña Nieto (EPN) preside bien estos eventos. Subrayo dos muy recientes: la inauguración breve pero altamente simbólica, por él y por el presidente François Hollande, de la maravillosa pérgola Ixca Cienfuegos en honor a Carlos Fuentes, y el discurso de EPN en Bellas Artes ante las cenizas de Gabriel García Márquez (GGM). Su staff desenterró una de las pocas frases de GGM directamente vinculadas a México y la citó bien EPN. Se trata del discurso Otra Patria Distinta, pronunciado por GGM el 22 de octubre de 1982, al día siguiente de obtener el premio Nobel, cuando fue condecorado con el Águila Azteca por el presidente López Portillo (JLP) y Jorge Castañeda Álvarez de la Rosa:
“Recibo la orden del Águila Azteca con dos sentimientos que no suelen andar juntos: el orgullo y la gratitud. Se formaliza de este modo el vínculo entrañable que mi esposa y yo hemos establecido con este país que escogimos para vivir desde hace más de veinte años. Aquí han crecido mis hijos, aquí he escrito mis libros, aquí he sembrado mis árboles.
“En los años sesenta, cuando ya no era feliz pero aún seguía siendo indocumentado, amigos mexicanos me brindaron su apoyo y me infundieron la audacia para seguir escribiendo, en circunstancias que hoy evoco como un capítulo que se me olvidó en Cien años de soledad. En el decenio pasado, cuando el éxito y la publicidad excesiva trataban de perturbar mi vida privada, la discreción y el tacto legendario de los mexicanos me permitieron encontrar el sosiego interior y el tiempo inviolable para proseguir sin descanso mi duro oficio de carpintero. No es, pues, una segunda patria, sino otra patria distinta que se me ha dado sin condiciones, y sin disputarle a la mía propia el amor y la fidelidad que le profeso, y la nostalgia con que me los reclama sin tregua.
“Pero … el honor que se confiere a mi persona no solo me conmueve por tratarse del país donde vivo y he vivido. Siento, señor presidente, que esta distinción de su gobierno honra también a todos los desterrados que se han acogido al amparo de México. Sé que no tengo representación alguna, y que mi caso es todo menos que típico. Sé también que las condiciones actuales de mi residencia en México no son las mismas de la inmensa mayoría de los perseguidos que en esta última década han encontrado en México un refugio providencial. Por desgracia, perduran aún en nuestro continente tiranías remotas y masacres vecinas que obligan a un destierro mucho menos voluntario y placentero que el mío. Hablo en nombre propio, pero sé que muchos se reconocerán en mis palabras.
Gracias, señor, por estas puertas abiertas. Que nunca se cierren, por favor, bajo ninguna circunstancia”.
En esos días de terrible crisis económica, también se debatía el país ante la llegada masiva de refugiados salvadoreños y guatemaltecos. Después de un serio tropiezo en 1981 cuando deportó a miles de guatemaltecos en Chiapas, JLP permitió la entrada de decenas de miles. A esos, a los españoles y cono sureños, se refiere GGM en su discurso. Cuando exhorta a JLP a nunca cerrar las puertas, se refería de manera previsora a lo que vendría después: la reubicación de los guatemaltecos y un mayor número de deportaciones. Era un discurso de agradecimiento, de reconocimiento y de advertencia.
A GGM no le gustaban los discursos. En particular, rara vez aparecían tantas referencias a sí mismo como en el aquí citado, más de tribuno francés que de novelista colombiano. Solía solicitarles a amigos notas o sugerencias para esos escasos discursos; a veces se ceñía al texto propuesto, a veces no. Sería interesante, ya que EPN lo cita tan atinadamente, saber si a alguien le pidió notas para ese discurso, y si las incluyó.