Por: Jorge Ramos
¿Por qué están tan enojados los españoles? La lista es larga y, creo, tienen toda la razón para estarlo. Pero, de entrada, digamos lo obvio: la crisis se ve y se siente en España. Cinco años en el hoyo no se pueden ocultar.
Hacía tiempo que no regresaba a España y el recibimiento en esta ocasión no fue festivo. Muchos de los restaurantes a los que fui eran atendidos por muy pocos y cansados camareros. La misma persona que nos recibió en la puerta en un restaurante de Barcelona tomaba reservaciones, sirvió el vino, apuntó la orden y atendió todas las mesas del piso al mismo tiempo. Misión imposible e interminable.
Aun los hoteles de cuatro o cinco estrellas tienen empleados malhumorados haciendo más cosas de las que quisieran. El mismo joven que subió las maletas a mi cuarto en Madrid estaba encargado de la seguridad del hotel y servía el desayuno en la mañana.
Incluso en la luminosa y fiestera isla de Ibiza se vive la crisis. Un nuevo hotel de moda (que cobra cifras absolutamente desproporcionadas por cuartos mínimos y minimalistas el pasado verano) pecaba de un servicio mediocre y una actitud arrogante, todo con una máscara “cool” y al ritmo de música tecno.
Al regresar mi auto rentado –un descapotable cuyo techo nunca se pudo retractar porque estaba atorado– la mujer de la agencia empezó a gritarme y a acusarme de crímenes contra la humanidad. Amenazó con una cuenta de miles de euros por una descompostura de la cual ellos eran responsables. Como en las caricaturas, esa mujer llevaba una nube sobre su cabeza. Ese malestar que uno detecta como visitante, estoy seguro, se vive también en el centro mismo de la sociedad española.
¿Por qué tanto enojo? Son varias cosas: una larga crisis económica, políticos sin liderazgo que han abusado del sistema, un futuro poco promisorio y hasta una familia real que no aterriza en la realidad. Uno de cada cuatro españoles no tiene empleo. Y uno de cada dos jóvenes menores de 25 años forma parte del paro. Eso cabrea a cualquiera.
Cómo no estar enojados si los políticos de Valencia autorizaron en la época de las vacas gordas la construcción de la “Ciudad de las Artes y las Ciencias” y ahora, en la época de las vacas flacas, aún deben más de 900 millones de dólares. Cómo no estar enojados si la nación tiene una deuda que equivale a más de 27 mil euros por cada uno de los 47 millones de españoles. Cómo no estar enojados si uno de los principales miembros del equipo España –Cataluña– quiere independizarse y crear su propio equipo. Millones de catalanes están convencidos que solos les irá mejor que con el resto de España. No hay nada peor que estar con quien no quieres estar. Ya veremos si en la casa España caben todos, como dijo el rey en su discurso de Navidad.
Cómo no estar enojados si se sospecha que el yerno del rey, Iñaki Urdangarin, malversó millones de euros de fondos públicos para su beneficio personal a través del Instituto Noos. Es inevitable preguntarse si, de verdad, la monarquía española nunca supo nada al respecto. Cómo no estar enojados si un escándalo de corrupción embarra a la cúpula del Partido Popular, con acusaciones de sobresueldos, gastos superfluos y nula transparencia. Y, a pesar de todo, siguen como si nada en el poder.
Tengo un particular cariño por España. Ahí creció mi hija y ahí he pasado innumerables veranos y navidades. Alguna vez pensé, como muchos, que España era el mejor país para vivir: por su gente, geografía, comida y por entender, como pocos, cuáles eran las cosas importantes de la vida. Por eso he notado un significativo cambio de actitud; de marcado optimismo y energía a un inocultable cansancio por tanto golpe.
Durante mi reciente visita cometí el error de tuitear que me parecía que había muchos españoles que estaban muy enojados. A los pocos segundos recibí respuesta de uno de ellos, invitándome, muy amablemente, a que me largara del país. No me atreví a contestar.