Por: Jorge Ramos
Es un fenómeno raro: el papa Francisco es, sin duda, uno de los personajes más populares del mundo; igual sale en la portada de Time que en Rolling Stone. Pero la iglesia que dirige está bajo ataque y muchos de sus miembros quieren que cambie. El mensaje de los católicos es claro: “Me gusta el papa, pero cambien la iglesia”.
A finales del año pasado el pontífice había ordenado que se enviara un cuestionario a los católicos del mundo para saber qué pensaban sobre su religión y su iglesia. Pero la cadena de noticias Univision se adelantó al Vaticano: pidió a la empresa Bendixen & Amandi International que hiciera una encuesta con 12 mil personas en 12 países, representando cuatro continentes, y los resultados fueron contundentes (la encuesta la puedes ver acá). En pocas palabras, hay mucho que cambiar.
Entre los católicos, 58 % no está de acuerdo con la prohibición de la iglesia al divorcio, 65 % cree que el aborto debe ser aceptado en ciertos casos, 78 % aprueba el uso de anticonceptivos, 50 % quiere que los sacerdotes se casen, 45 % desearía que las mujeres pudieran ordenarse como sacerdotes, y 30 % apoya el matrimonio entre personas del mismo sexo (en España y en Estados Unidos el apoyo es mucho mayor: 64 %y 54 %, respectivamente).
“Esta encuesta mundial es una derrota para la ideología de la fortaleza”, dijo en una entrevista el vaticanista, Marco Politi. “Pero no estamos en tránsito a una revolución”. Politi está claro. La iglesia católica es una institución vertical, se gobierna de arriba para abajo. Y si el Papa y el Vaticano no están dispuestos a cambiar algunos preceptos, no va a pasar nada.
Lo más interesante de todo es que los católicos no quieren cambiar a su Papa: 87 % tiene una opinión buena o excelente respecto a Francisco. ¿Cómo no apreciar a un papa que no quiere juzgar a los gays, que acepta que se le acerquen los niños y que besa públicamente a los enfermos? Son, todos, grandes gestos populistas y funcionan.
Pero más allá de su sobria personalidad, de su estilo relajado y de su actitud generosa, el papa Francisco sigue atado a los viejos dogmas de la iglesia. Los gays son oficialmente rechazados, las mujeres no pueden ser ordenadas y se mantiene la absurda prohibición al matrimonio de los sacerdotes; es más, ni siquiera ha cedido en el uso de condones para controlar el sida en África.
Lo peor de todo es que el papa Francisco no se ha atrevido a enfrentar la peor crisis dentro de su iglesia: el abuso sexual de sacerdotes a niños. No ha dicho nada importante ni valioso. Pero Naciones Unidas sí.
El Comité de la ONU sobre los Derechos del Niño reportó, después de una larga y exhaustiva investigación, que el Vaticano no ha reconocido “la magnitud de los crímenes sexuales” de sus miembros, que “los abusos se siguen cometiendo de forma sistemática”, y le ha pedido al Papa que entregue a los pederastas a la policía. No lo vamos a hacer, contestó el Vaticano. Dijo, como excusa, que el documento era una interferencia en el “ejercicio de la libertad religiosa” y, una vez más, se engavetó el asunto.
El papa Francisco me cae muy bien. Estuve en Roma cuando lo nombraron pontífice. Es maravilloso que sea el primer papa argentino. Me encanta que hable a la prensa y no use zapatos rojos. Me gusta su personalidad y lenguaje sencillo. Pero esto no sirve de nada si sigue protegiendo a pederastas, en lugar de ponerse del lado de los niños abusados sexualmente. La encuesta de Univision dice, incuestionablemente, que la iglesia tiene mucho que cambiar y que hay un papa que puede promover ese cambio. Pero todavía no estoy muy seguro que se atreva.