El pasado mes de septiembre, inesperadamente Canadá rompió relaciones diplomáticas con la República Islámica de Irán. Ottawa retiró a sus diplomáticos en Teherán y dio cinco días a sus contrapartes iraníes para que abandonasen el país. El ministro de Relaciones Exteriores, John Baird, justificó las razones de la decisión en un comunicado: “El régimen iraní proporciona una ayuda militar creciente al régimen [sirio del presidente] Assad; rehúsa apegarse a las resoluciones de las Naciones Unidas concernientes a su programa nuclear; amenaza regularmente la existencia de Israel y tiene propósitos antisemitas racistas además de incitar al genocidio”. El comunicado agregó que “Canadá considera al gobierno de Irán como la principal amenaza para la paz y la seguridad mundiales en este momento”, indicó que Irán “está entre los peores violadores de derechos de las personas en el mundo” y destacó que Teherán “alberga a grupos terroristas a los que entrega ayuda material”, todo lo cual obligaba a su gobierno “a inscribir oficialmente a Irán como Estado que respalda al terrorismo”. En diciembre, el gobierno canadiense expandió las sanciones económicas contra empresas e individuos iraníes asociados al programa nuclear persa.
Además de estas consideraciones por demás meritorias, Canadá mantenía un viejo rencor con el régimen ayatollah desde 2003, cuando éste encarceló, torturó, violó y asesinó a la periodista canadiense-iraní Zahra Kazemi. Un médico exiliado que previamente había trabajado en el Ministerio de Defensa de Irán y tuvo acceso al cadáver de la víctima dijo haber hallado evidencia de una violación brutal, quemaduras en el abdomen, marcas de latigazos en las piernas, heridas en el cuello, fractura de cráneo, dos dedos rotos, uñas arrancadas, un dedo del pie apastado y la nariz quebrada. El gobierno iraní inicialmente informó que Zahra Kazemi había fallecido por un paro cardíaco durante el interrogatorio.
Pero la impaciencia con la conducta incivilizada de Irán parece haberse agotado en Ottawa el último mes de julio, ocasión en que el agregado cultural iraní allí anunció un plan de infiltración chiíta en el país anfitrión. El attaché Hamid Mohammadi no lo publicitó abiertamente, pero en la era de la Internet aun una entrevista dada en farsi a un oscuro portal iraní puede hallar su camino hacia la esfera pública global. En una entrevista con el portal de los expatriados iraníes en Canadá, Mohammadi se mostró feliz con el creciente número de iraníes que viven allí, que estimó era de medio millón, expresó la intención del gobierno de reclutarlos al servicio de Irán bajo la fachada de un programa cultural y los instó a “ocupar posiciones de alto nivel” y a “resistirse a integrase a la cultura canadiense dominante”.
La cancillería canadiense protestó por estas declaraciones incendiarias, recordó a Irán que los exiliados iraníes residentes en Canadá objetaban al régimen ayatollah, lo urgió que no intentara influir en ellos y le advirtió que no debía usar su embajada en Ottawa con fines de reclutamiento ideológico. El Ministerio de Ciudadanía, Inmigración y Multiculturalismo notificó a las autoridades iraníes que su nación no permitiría que agentes o aliados del régimen se asentaran en Canadá y puso en marcha un proceso de revisión de todas las solicitudes de visado pendientes con el objeto de garantizar que sólo iraníes bienintencionados fuesen bienvenidos.
Irán ya había iniciado su misión. Algunos ejemplos del año corriente solamente parecen sugerir que Irán ha estado activamente haciendo propaganda en Canadá a través de su delegación diplomática, del Centro Cultural de Irán en Canadá, de la Asamblea Islámica de Canadá Ahlul Bayt y del Centro para la Guía Islámica en Toronto. Un informe reciente del Middle East Media Research Institute detalla las siguientes actividades iraníes en suelo canadiense este año.
En mayo, el Centro Cultural de Irán en Canadá anunció la creación del “primer festival internacional de cineastas independientes” que se enfocaría entre otros temas en “el rol del lobby sionista en las crisis norteamericanas y europeas presentes”, “resistencia islámica contra el régimen sionista”, “Iránfobia e islamofobia” y “un mundo sin sionismo”. En junio, el centro iraní junto con la Asociación de Cultura Iraní de la Universidad Carleton en Ottawa, cuyo titular es el hijo del attaché Mohammadi, organizó una conferencia titulada “El despertar contemporáneo y el pensamiento del Imán Khomeini”. En julio, el mismo instituto convocó a la postulación de artículos para un seminario a realizar en agosto en Teherán bajo la consigna “El despertar islámico y liberar la ciudad santa de Jerusalem”. Entre los tópicos sobre los que se invitaba a escribir figuraban “Una nueva intifada en las tierras ocupadas y los obstáculos que enfrenta” y “el papel de la prensa en realizar la liberación de Jerusalem”. En agosto, la embajada iraní en Ottawa marcó el “Día Al-Quds” (Día de Jerusalem) exhibiendo una película sobre la resistencia palestina. En Toronto tuvo lugar una manifestación con cánticos del tipo “sionismo es racismo” y “del río al mar Palestina será libre”. La lista sigue.
Al cortar lazos diplomáticos, Canadá puso término o acotó estas operaciones de adoctrinamiento extremista disfrazadas de eventos culturales. Además de ser una postura de principios, tendrá el beneficio adicional de contribuir a la seguridad de sus ciudadanos. Es reconfortante ver esta toma de conciencia frente al peligro que encarna Irán en el Hemisferio Occidental. Es preocupante advertir que ella parece estar concentrada sólo en su parte norte.