El tono lo marcó inicialmente un evento en el King’s College London que contaría con una disertación del ex titular del Shin Bet y prominente pacifista israelí Ami Ayalon: fue cancelado cuando opositores enajenados arrojaron sillas, rompieron ventanas, activaron alarmas contra incendios y todo el edificio debió ser evacuado. Luego vinieron los reportes sobre antisemitismo en el Club Laborista de la Universidad de Oxford que dieron cuenta, entre otras perlitas, de una canción popular entre sus miembros titulada “Cohetes sobre Tel-Aviv”. Siguió con la elección al Centro Nacional de Estudiantes de la musulmana oriunda de Argelia y antiisraelí rabiosa Malia Bouattia. Continuó con las revelaciones acerca de problemáticas asociaciones pasadas del candidato laborista a alcalde de Londres, el musulmán Sadiq Khan, quien no es un islamista pero se ha relacionado con muchos de ellos previamente: con Daud Abdullah, del Consejo Musulmán de Gran Bretaña, que boicoteó el Día de Recordación del Holocausto; con Azzam Tamimi, quien exaltó “la yihad contra el racismo, contra el sionismo” de los palestinos; con Ibrahim Hewitt, de Interpal, incluida en la lista de organizaciones terroristas del Departamento del Tesoro de Estados Unidos; y con Stop Political Terror, una organización ya desaparecida que contaba entre sus patrocinadores al predicador de Al-Qaeda Anwar al-Awlaki. “Todos los musulmanes británicos están en contacto con extremistas en algún momento”, ofreció en defensa propia el ahora primer alcalde musulmán de la capital de Inglaterra.
Finalmente, “el pequeño problema del antisemitismo en la izquierda británica”, como lo llamó Douglas Murray, eclosionó con los despidos de las filas laboristas de Naz Shah, diputada musulmana que ideó una “solución” al “problema” de Israel (trasplantarlo a Estados Unidos), y del ex alcalde de la capital inglesa Ken Livingstone, quien aseguró que Adolf Hitler habían sido un sionista y postuló que un antisemita es aquel que odia a todos los judíos y no sólo a los que viven en Israel. “Total, que en el plazo de una semana la dirección del Partido Laborista se vio obligada a suspender a una de sus más recientes representantes y a uno de sus más antiguos barones, y por la misma razón”, anotó Murray. Y esa razón, resta aclarar, es el rampante antisemitismo en la estructura del Partido Laborista de Jeremy Corbyn, cuyo ascenso a la cumbre el año pasado selló el derrotero hacia el fanatismo de un partido que supo tener entre sus líderes a figuras como Tony Blair, en un pasado no muy lejano.
Una introducción al señor Corbyn puede comenzar por señalar su oposición a las intervenciones militares contra Saddam Hussein en Irak, en 1990, contra Slobodan Milosevic en Kosovo, en 1998, contra los talibanes en Afganistán, en 2001 y contra Muamar el Gadafi en Libia, en 2011; aunque apoyó la intervención militar de Vladimir Putin en Ucrania, en 2014. Él fue un invitado frecuente en el órgano de propaganda ruso Russia Today, Press TV de Irán y Al-Jazeera de Qatar. “La elección de Corbyn, también muy fan en su día de Hugo Chávez, como líder del Partido Laborista, en septiembre, colocó en primera fila a los que comparten su irredento infantilismo político y dio luz verde a aquellos sectores que siempre denunciarán a Barack Obama antes que a Vladimir Putin, a Israel antes que a Irán”, observó John Carlin en El País.
Asimismo, será pertinente recordar sus simpatías públicas por movimientos terroristas tales como el palestino Hamas y el libanés Hezbollah, a cuyos representantes invitó al Parlamento británico. “Será mi honor llevar a cabo un evento en el Parlamento donde nuestros amigos del Hezbollah hablarán”, dijo en 2009. “También he invitado a nuestros amigos de Hamas a que vengan a hablar, a su vez”, agregó. ¿El fundamento? Así lo declaró Corbyn: “La idea de que una organización que está dedicada al bienestar del pueblo palestino, a lograr la paz de largo plazo y la justicia social y la justicia política en toda la región debería ser etiquetada como organización terrorista por el Gobierno británico es realmente un gran, gran error histórico”.
A lo largo de su carrera, Corbyn se vinculó asiduamente con importantes referentes del firmamento extremista, tal como documentó Liam Hoare en la revista The Tower. En 2009 participó de una conferencia en el Parlamento junto al activista libanés Dyab Jahjah, quien en 2004 afirmó: “Todo soldado americano, británico y holandés muerto es una victoria” y posteriormente se le prohibió el ingreso al Reino Unido por otra exclamación ofensiva. En 2012, Corbyn convocó al Parlamento al jeque radical Raed Salah, del Movimiento Islámico de Israel, un teórico conspirativo del 9/11 y propagador del libelo de sangre antijudío medieval. “Él está lejos de ser un hombre peligroso”, indicó el laborista a su audiencia y, dirigiéndose al jeque, agregó: “Se le asegurará a usted un recibimiento muy cálido y yo ansío expectante servirle té en la terraza porque usted lo merece”. En 2015, iba a compartir mesa con el caricaturista antisemita brasilero Carlos Latuff y se salió del evento sólo cuando la prensa lo denunció. Paul Eisen, un notorio negador del holocausto, confesó: “Durante la época en que yo me sentí marginado y aislado Jeremy siempre me saludó”.
Su elección como líder del Partido Laborista despertó el respaldo de figuras ultra antisionistas como el cantante Roger Waters, el diputado caído en desgracia por justificar una violación, George Galloway, el saxofonista Gilad Atzmon y Jenny Tonge, expulsada años atrás del Partido Demócrata Progresista por su radicalismo. Al poco tiempo del triunfo de Corbyn, ella pronunció: “Me he encontrado con líderes de Hamas tanto en Damasco como en Gaza. También lo ha hecho Jeremy Corbyn. Todos estamos favorablemente impresionados por estas personas. Todos creemos que era muy importante escuchar sus puntos de vista. Dijeron un montón de cosas sabias”.
Este es el tipo de gente que Corbyn atrajo al Partido Laborista. Posiciones que antes pertenecían al campo de los lunáticos ahora parecen aflorar como postulados centrales del laborismo británico. “El nuevo líder del segundo partido político más grande del Reino Unido tiene algunas ideas atemorizantes acerca de Israel y el Medio Oriente”, decían el año pasado los editores consternados de un medio inglés, “y sus amigos son más atemorizantes todavía”. En cualquier caso, la transformación del laborismo en una usina de radicalismo ideológico es un reflejo de lo mal que están las cosas en la cultura política inglesa. Y eso, francamente, es lo más aterrador de todo.