A fines de este año expirará el mandato del actual secretario general de las Organización de Naciones Unidas (ONU), el surcoreano Ban Ki-Moon. Por tradición, el puesto rota entre las regiones del globo y le tocará a Europa del Este proponer a sus candidatos. Bulgaria acaba de nominar a Irina Bokova, actual directora general de Unesco. No estoy lo suficientemente familiarizado con su gestión administrativa como para evaluarla desde ese ángulo. Políticamente, sin embargo, durante su mandato en ese organismo ocurrieron algunas cosas desagradables que despiertan reparos y me llevan a hacer la pregunta contenida en el título de esta nota. Desde el punto de vista de la igualdad de género, la elección luciría correcta, al dar ese puesto clave del sistema de la ONU por vez primera a una mujer. Pero eso podría ser todo lo positivo del asunto.
La señora Bokova tiene un pasado rojo destacado. Fue miembro activo del Partido Comunista Búlgaro durante la Guerra Fría, cuando su padre, Georgi Bokov, era el editor responsable del Rabotnichesko Delo, su publicación oficial. Estudió en el Instituto de Relaciones Internacionales de Moscú, una usina ideológica de diplomáticos comunistas. Permaneció en el partido hasta que pasó a llamarse Partido Socialista Búlgaro. De aceptarla, quizás la ONU busque balancear su propia historia al untar como líder máximo a una búlgara con pasado comunista como contrapeso a haber electo a un austríaco con pasado nazi, Kurt Waldheim. De cualquier forma, la gente cambia. ¿No fue acaso el nicaragüense Sergio Ramírez un vicepresidente sandinista y el peruano Mario Vargas Llosa alguna vez un izquierdista?
Lastimosamente, no le agrega mucho el haber asistido el año pasado al Día del Desfile de la Victoria en Moscú, el más grande despliegue militar en la historia de Rusia. A diferencia de otros líderes del mundo libre, que rechazaron la invitación del Kremlin, en protesta por la invasión de Ucrania, Irina Bokova aceptó el convite del autoritario Vladimir Putin y se mostró al lado de, por ejemplo, Raúl Castro y Xi Jinping. La revista británica The Economist informó que ella es “la candidata preferida de Rusia”.
Mientras Bokova dirigía la Unesco, Siria se desintegró en una guerra civil espantosa y aquel organismo oportunamente condenó al régimen damasceno por sus atroces violaciones humanitarias. A la vez, en una movida grotesca, en noviembre de 2011, Unesco aceptó la inclusión de Siria a dos de sus comités; uno de los cuales lidia con asuntos humanitarios. De este desarrollo no se puede responsabilizar exclusivamente a la señora Bokova. La decisión la tomaron las naciones árabes —las que, en notable contradicción, al día siguiente suspendieron a Siria de la Liga Árabe— y países occidentales que, absurdamente, en simultáneo pujaban por condenar a Siria en el Consejo de Seguridad. La ONU desde hace largo tiempo es un gran circo.
Y como en todo circo, abundan las payasadas. Tales como dar lugar a la misógina República Islámica de Irán en la junta de ONU Mujeres, poner a la intolerante Arabia Saudita a la cabeza de un panel del Consejo de Derechos Humanos que designa expertos en asuntos humanitarios y recompensar al genocida Sudán con un puesto de liderazgo en la Unesco.
También está ese incómodo asunto con Palestina. El mismo año que dio la bienvenida a Siria a dos de sus comités, Unesco reconoció al inexistente Estado de Palestina como Estado miembro, a un costo de ochenta millones de dólares anuales que Estados Unidos dejó de aportar al presupuesto del organismo. Un capricho político un poco caro. Pero fue el año anterior en el que Unesco se lució, al designar a la Cueva de los Patriarcas y a la Tumba de Raquel como “parte integral de los territorios ocupados palestinos”. De este modo, el lugar de descanso de los patriarcas y las matriarcas del pueblo judío fue nominalmente eliminado de la historia judía por la Unesco. El año pasado, una resolución en su recinto pretendió que este órgano declarara al Muro de los Lamentos judío como un lugar santo del islam. La directora general se opuso.
No se debe sobredimensionar el papel que puede ejercer un funcionario en el juego de la política de las Naciones Unidas, por más alto que sea su rango. En última instancia, sus directores y sus secretarios generales no son más que empleados de un foro gobernado por los Estados-miembros que lo componen. No obstante, ellos sí pueden marcar el tono de la agenda y la docilidad ya mostrada por Bokova ante sus patrones no es auspiciosa.