Las acusaciones alucinatorias del sociólogo Jorge Elbaum contra la dirigencia judía de la Argentina, publicadas inicialmente en el diario oficialista Página 12 y tomadas luego por la presidenta de la nación para canalizar públicamente sus propias impresiones confabuladoras, la subsiguiente denuncia presentada en base a ello contra la AMIA y DAIA por un conocido filo-nazi local y -como piėce de résistence- la estrambótica carta de renuncia como socio de la AMIA del canciller Héctor Timerman, la que contiene y refuerza las fantasías ya anunciadas, han creado un cierto momento conspirativo en el país.
El ciudadano medio debe ser perdonado por sentirse desorientado ante la repentina avalancha de acusaciones desaforadas esgrimidas por los propagadores de estas teorías conspirativas. Según Elbaum, ella implica, además del fiscal Alberto Nisman, al financista Paul Singer (muy conveniente, dado el desprecio hacia su figura en la narrativa K), think tanks estadounidenses especializados en política internacional tales como la Foundation for the Defense of Democracies, referentes de la comunidad judía norteamericana, como Abraham Foxman de la Anti-Defamation League, la plana mayor de la dirigencia judía argentina de AMIA y DAIA y notables personalidades del quehacer nacional: el escritor Marcos Aguinis, el filósofo Santiago Kovadloff y el constitucionalista Daniel Sabsay. Lo que todos ellos tiene en común es ser críticos del acercamiento argentino a la República islámica de Irán, lo cual posiblemente explique también la mención a Carlos Alberto Montaner, un pensador disidente cubano (ipso facto enemigo de los Castro y CFK) y una de las voces más influyentes de Latinoamérica que ha cuestionado la política exterior argentina.
Para Cristina Fernández de Kirchner el complot denunciado es perfectamente lógico, puesto que “todo tiene que ver con todo cuando se trata de la geopolítica y el poder internacional”. Para ella, estamos ante un “modus operandi global” que “genera operaciones políticas internacionales de cualquier tipo, forma y color”.
Si hasta acá el asunto ya lucía retorcido, los aportes de Juan Gabriel Labaké y Héctor Timerman le han adicionado otra vuelta de tuerca. El primero incorpora al listado de confabuladores a la Radio Jai, la única emisora judía de América Latina, y honra así los delirios ya expresados en un libro de su autoría titulado AMIA y Embajada. ¿Verdad o Fraude? en el que afirma: “es muy probable que ambos atentados [contra la Embajada de Israel en 1992 y contra la AMIA en 1994] hayan sido perpetrados por grupos fundamentalistas religiosos judíos de Israel, amparados y apoyados por un sector del Shin Beth. Me inclino a creer que fue el Gush Emunim y no el Jabad Lubavitch…”. (El Centro Simon Wiesenthal tuvo el tino de notar esta cita). Para quienes no estén familiarizados con la sociedad israelí, el Shin Bet es su servicio de contraespionaje, Gush Emunim es un movimiento nacionalista religioso y Jabad Lubavitch es una agrupación ortodoxa hebrea que tiene su sede mundial en Brooklyn. Como dijo la presidenta, parece que todo tiene que ver con todo.
Y el ilustre canciller en su carta indignada enviada a la AMIA compone un collage formidable: se compara a sí mismo con el padre del sionismo político Theodor Herzl, hace un paralelo entre los dirigentes comunitarios argentinos con los del Gueto de Varsovia, inserta la saga de la familia Graiver y Papel Prensa y nombra a Clarín, La Nación y La Razón. Sí, ya entendimos: todo tiene que ver con todo.
Estos complots atribuidos hoy a los judíos de la Argentina y del exterior tienen un precedente famoso. En 1905 apareció el libro Lo grande en pequeño: el advenimiento del Anticristo y el dominio de Satán en la tierra del místico ruso Sergei Nilus, que contenía un apéndice titulado Los protocolos de los sabios de Sión. Allí se exponían por vez primera los presuntos planes secretos de la judería global para controlar al mundo entero por medio de la manipulación económica, la desinformación de los medios de comunicación y la promoción de los conflictos religiosos. (¡Piense hoy, respectivamente, en Paul Singer, Radio Jai y Jabad Lubavitch!). El eco contemporáneo de esta patraña está en la plataforma del Hamas palestino que acusa a los judíos haber instigado las revoluciones francesa y bolchevique, y en la propaganda del régimen iraní, que acusa a los judíos de haber inventado el mito del Holocausto para extorsionar a las naciones gentiles.
Invariablemente, se ha acusado a las víctimas de ser conspiradoras. Los Protocolos fueron publicados en épocas de la Rusia zarista, donde los pogromos contra judíos eran recurrentes. Irán niega la existencia del Holocausto en tanto planifica la comisión de uno nuevo; contra el estado judío. La presidenta argentina tacha a las principales víctimas del ataque a la AMIA de ser ellas las obstruccionistas. Esta es la quintaesencia del antisemitismo conspirativo.
Puede que a Cristina Fernández, Héctor Timerman, Jorge Elbaum y (quizás) Juan Gabriel Labaké no les gustará la comparación. Pero, a diferencia de sus descabelladas alucinaciones conspirativas antijudías, los hechos históricos son incontestables.