Los acontecimientos en Israel y Palestina se suceden con extrema velocidad. Antes de que nos percatemos, nos vemos sobrepasados por una avalancha de información que desorienta. Por varios días ya, jóvenes palestinos, aparentemente desvinculados de agrupaciones terroristas, han estado atacando a israelíes con piedras, puñales, destornilladores, bombas molotov y los han embestido con sus vehículos, en un frenesí de violencia radical que preanuncia una nueva, tercera, intifada. Quizás estemos en ese momento bisagra a partir del cual todo empeora, en el que cada día arroja otra tragedia que se suma a la del día anterior, dando forma a un ciclo de violencia cada vez mayor, difícil de parar y menos aún de comprender. Es este, entonces, el momento justo para preguntarnos cómo ha comenzado este lío. Prestemos atención ahora, antes de que —atrapados en el tsunami de datos, análisis, opiniones— olvidemos la génesis, enteramente evitable, de este festival de odio insensato.
Todo empezó con una mentira. Una mentira flagrante, malintencionada y peligrosa, lanzada con descaro por líderes palestinos y árabes-israelíes. En las vísperas del Año Nuevo judío, miembros del Movimiento Islámico en Israel se atrincheraron, armados, en la mezquita Al-Aqsa, a la espera de que religiosos judíos fuesen a rezar a la explanada que las alberga para atacarlos. (Las mezquitas fueron construidas sobre las ruinas del templo hebreo edificado por el rey Salomón). La Policía israelí los dispersó y la patraña surgió: los judíos quieren dañar las mezquitas santas del islam. Arrojar semejante acusación infundada en la región más religiosa y conflictiva del mundo es un acto de irresponsabilidad e incitación extraordinario. Eso sólo bastó para encender la mecha. Luego, el Gobierno palestino en Cisjordania, Hamas en Gaza, y parlamentarios árabes y miembros del Movimiento Islámico de Israel echaron más leña al fuego con otras provocaciones.
El jeque Mohamad Sallah instó, cuchillo en mano, desde el atrio de la mezquita Al-Abrar en la Franja de Gaza: “¡Apuñalen! Oh, jóvenes de Cisjordania… córtenlos en partes”. El parlamentario de Hamas, Mushir Al-Masri, blandiendo un puñal clamó ante una multitud en Khan Yunis: “El puñal es nuestra elección. El puñal simboliza la batalla de Cisjordania y Jerusalén”. La agrupación Fatah, del presidente palestino Mahmoud Abbas, publicó folletos que celebran como “mártires” a palestinos que han asesinado a israelíes; los folletos llevan las fotos de Abbas y Arafat. Integrantes del Comité Central de Fatah, entre ellos Nabil Shaath, ex negociador principal de la Autoridad Palestina, fueron a dar sus condolencias a la familia de Mohamed Halabi, quien días antes mató a dos israelíes. La Asociación de Abogados Palestinos concedió una membresía honoraria post mortem a este joven matador. Los parlamentarios árabe-israelíes Hanin Zohabi, Basel Ghattas y Ayman Odeh participaron en manifestaciones palestinas en las que se coreó: “Sacrificaremos nuestras vidas por la mezquita Al-Aqsa”.
Y en las vísperas de que todo estallara, el presidente palestino, desde el podio de las Naciones Unidas, anunció dramáticamente al mundo entero que los Acuerdos de Oslo —los que rigieron las relaciones palestino-israelíes por las últimas dos décadas— estaban caducos.
Recordemos este momento. Recordemos este instante en que la hoguera fue encendida. Recordemos quién la prendió y quién alentó su difusión. Antes de que las llamas de la violencia se hayan elevado a proporciones infernales y muchas más familias de palestinos e israelíes queden enlutadas por sus muertos, antes de que la prensa internacional nos inunde con sus reportes y las naciones del mundo envíen a sus diplomáticos con urgencia, recordemos. Recordemos cómo empezó esta nueva, caprichosa, inútil y mentirosa intifada.