Free Cities, innovación libertaria

Leandro Fleischer

Cuando me enteré por primera vez sobre el proyecto de las free cities, me pareció un tanto extraño, quizás hasta demasiado utópico, aunque lo suficientemente interesante como para comenzar a leer acerca del tema. Sin embargo, pude comunicarme con el escritor Ricardo Rojas, especialista en todo lo que hace a este proyecto y le pedí que me amplíe los conocimientos para volcarlos en un artículo que en un breve espacio pueda explicar que son las free cities y por que las mismas serían beneficiosas para la humanidad toda.

Para comenzar, es necesario saber cómo se llegó a la idea de free city. Según Rojas, ésta “surgió en los últimos tiempos para contrarrestar los inconvenientes que tienen las nociones de Estado, soberanía y gobierno que aplican el monopolio legal de la fuerza y la regla de la mayoría, lo que lleva a que existan bastantes problemas para ejercer derechos de propiedad y establecer reglas ágiles para la convivencia”.

Rojas brinda el ejemplo de Hong Kong, ciudad construida en un territorio cedido a Gran Bretaña en 1898 y devuelta a China en 1997, como una chárter city, que si bien no es lo mismo que una free city, tiene similitudes con ésta. En palabras del intelectual: “la Corona inglesa simplemente sancionó una carta constitucional con muy pocas reglas y dejó a los habitantes del lugar crear las suyas propias, al tiempo que se garantizó el libre mercado, lo que produjo que Hong Kong creciera hasta convertirse en la rica región que es hoy, a tal punto que cuando los chinos recuperaron el territorio, mantuvieron prácticamente las mismas reglas que ya existían”.

¿Son entonces las Malvinas una especie de chárter city? Para el escritor no es así porque “los isleños tienen la desgracia de estar cerca de Argentina. Si las islas estuvieran en medio de la nada, probablemente su situación sería similar a la de Hong Kong, ya que el gobierno inglés no se preocuparía tanto por tener bases militares allí ni los malvinenses tanto interés en que las autoridades británicas se metan en su territorio. En tales circunstancias sería mucho más fácil que se dieran las condiciones para organizar una free city en ese lugar”, aclara Rojas.

Otro ejemplo interesante de chárter city que yo desconocía es el que originalmente se estableció en el actual Estado de Pensilvania que, como explica el intelectual, “fue un gran territorio que regaló el rey de Inglaterra a William Penn (hijo de un almirante que había prestado importantes servicios a dicho país y amigo personal del rey). Penn era muy religioso y fue perseguido por sus creencias. Sin embargo, quiso que en su territorio hubiera libertad económica y de conciencia para atraer personas que pudieran vivir en paz y prosperidad sin temor a ser perseguidas. Las reglas allí consistían solamente en definir derechos de propiedad y resolución de conflictos. El éxito fue tal que comenzaron a surgir ciudades grandes como Filadelfia, cuna de la independencia estadounidense”. Rojas se refiere a este tipo de ejemplos nombrados anteriormente como los que “nutrieron a los teóricos para hacer algo parecido en el siglo XXI”.

La free city en teoría parece ser una gran idea, pero para ello es necesario tener un territorio. Además es fundamental cambiar el paradigma ya conocido de Estado, soberanía y gobierno como se plantea al principio del artículo, tarea que seguramente no es para nada sencilla de llevar a cabo debido a que, según Rojas, “hay estados soberanos ya establecidos con legislaciones muy invasivas en casi todo territorio en el mundo”.

No obstante, a pesar de las trabas que los gobiernos suelen imponer, el surgimiento de una free city quizá no sea un sueño utópico después de todo. El escritor se refiere a la posible creación de una ciudad de este tipo: “la idea de Paul Romer, un economista y empresario americano, de reflotar la chárter city, llegó al gobierno de Honduras hace pocos años. En 2010, dada la difícil situación económica del país centroamericano, el presidente Lobo adoptó esa idea con la finalidad de crear zonas libres que atraigan inversión y producción, como un modo de ayudar a que el país abandone la pobreza”.

El gobierno quiso poner en marcha este proyecto, pero como era de esperarse, se encontró con algunas trabas; entre ellas que la Corte Suprema declaró inconstitucional la reforma. No obstante, tras varias idas y vueltas, aparentemente Honduras estaría encaminada a instalar una free city en parte de su territorio, aunque no se trate del ideal buscado. Rojas se refiere al proyecto hondureño como “free city estatal”, ya que, explica, “la tierra sigue siendo fiscal y se la da en usufructo por 99 años y el Estado fija ciertas reglas básicas, como por ejemplo que no se les pueda prohibir el ingreso a hondureños”. El escritor aclara además que todavía hay cuestiones no resueltas como quién arbitraría en un conflicto penal.

El punto que más me sedujo de la free city es que las políticas económicas que se llevarían a cabo dentro de ella serían todo lo contrario a las populistas conocidas tanto por los argentinos como por los habitantes de otros países latinoamericanos. Me atrevería a decir que esta ciudad estaría vacunada contra el populismo. ¿Por qué? El objetivo del gobierno hondureño, que bien explica el intelectual, responde a la pregunta: “La idea es que se radiquen empresas con la garantía de que se respetará el derecho de propiedad, que no serán sometidos a impuestos excesivos, reglamentaciones, etcétera. Estas Regiones Especiales de Desarrollo, como se las conocieron originalmente en Honduras, podrían celebrar tratados de libre comercio con otros países, lo cual es una ventaja enorme para cualquiera que quiera producir. Los gastos administrativos serían muy bajos. Aunque a la ley original se le introdujeron muchos cambios, se permitía a estas regiones organizar su propia administración de justicia, pudiendo contratar incluso jueces extranjeros, lo que le garantizaría al inversor una mayor tranquilidad”.

Otro punto importante a tener en cuenta es la variedad de free cities que podrían existir, lo que llevaría a los individuos a instalarse en lugares que se adapten más a sus necesidades. Según Rojas, “en caso de que estas ciudades comiencen a establecerse en todo el mundo, como cada una desarrollaría sus propias reglas sin imposiciones estatales y tendría objetivos diferentes (producciones variadas, comercio, finanzas, algún estilo de vida en particular, protección ambiental, etcétera), las personas podrían elegir la que más se adapte a sus conveniencias, para radicarse en ella”.

En cuanto a quién será aquel que decida las reglas en un principio, el escritor dice que “seguramente en cada free city existiría un desarrollador que establecería algunas reglas generales de inicio, e incluso el mecanismo por el cual se elaboren las reglas a futuro. No se necesitan demasiadas reglas para organizar una sociedad libre”.

Si para generar riqueza hace falta inversión, la única manera de atraer tal inversión es garantizando la libertad para emprender y comerciar. La free city, al cumplir con estos requisitos fundamentales para el progreso, promovería a través de la creación de riqueza empleo para muchas personas, y posibilidades empresariales para otras, contribuyendo a sacar a millones de la pobreza. Estas ciudades podrían convivir con los Estados y enriquecer a las personas que viven dentro de ellos. Incluso una modalidad podría prever el pago de un canon al país que tenga soberanía sobre el lugar. Es decir, en un principio, los servicios estatales para los individuos que no disponen de recursos no se cancelarían, sino que por el contrario, mejorarían, aunque paulatinamente y mientras las sociedades se vayan enriqueciendo, muchos comenzarían a inclinarse por los privados que habría tanto en las free cities como fuera de ellas, ya que éstos serían muy económicos y de gran categoría, dada la libre competencia que genera un libre mercado.

Por otro lado, seguramente la libertad en estas ciudades no se limitaría al ámbito económico, sino general, ya que el objetivo es producir y convivir armónicamente. Limitar las libertades individuales implicaría incrementar los conflictos y muchos de los que residan o trabajen en las free cities se trasladarían a otra, lo que conduciría, además, a que la prosperidad se detenga o incluso disminuya.

Si los políticos realmente quieren lo mejor para los habitantes de cualquier país, deberían intentar mejorar la situación de los ciudadanos (sobre todo en el Tercer Mundo) con una free city. Nada tienen por perder y mucho por ganar dejando que se instale una o más free cities en parte de su territorio, a menos que su objetivo no sea elevar el nivel de vida de las personas, sino mantenerlas pobres y dependientes del Estado para incrementar su poder al mejor estilo populista.