Por: Lucas Arrimada
Una de las áreas estratégicas pendientes de desarrollo a nivel político e institucional en nuestro país es el siempre débil sistema federal. Argentina nunca se consolidó como una república federal y ese mandato constitucional sigue, a toda vista, esperando que alguna de las futuras generaciones tome en serio la descentralización del poder y el crecimiento equilibrado del par Nación-Provincias.
En nuestro país, especialmente en los grandes centros urbanos se desconocen los beneficios sociales cotidianos del federalismo como forma de vida. En contraste, las prácticas centralistas, unitarias, que tienen su correlato con nuestra historia de dictaduras, cultura autoritaria y falta de política democrática, son las responsables de varios de los descalabros que hacen inviable nuestra distribución poblacional y que así hacen imposible atemperar y controlar, encauzar y reducir el conflicto social en las grandes ciudades.
En nuestro contexto y en condiciones de crecimiento demográfico y económico moderado pero sostenido la ecuación podría ser simple: a más federalismo, menos inseguridad.
Si pensamos el federalismo como una práctica política y legal, como una práctica cotidiana, el federalismo viene a descentralizar todo tipo de poder: institucional, social, político, fáctico, económico, etc. Así, la existencia de asimetrías demográficas, esto es, de ciudades sobredesarrolladas con cordones de pobreza extrema, desigualdad explosiva y violencia institucional son producto de una realidad unitaria bajo una constitución formalmente federal.
El federalismo es un relato retórico más que una práctica institucional, un proyecto inconcluso más que una base institucional de una democracia territorial.
Muchos siguen enceguecidos por la inercia de prácticas centralistas que nos mantienen, como sociedad demográficamente organizada, en el siglo XIX. Por un lado, eso produce provincias débiles con poca población más allá de las capitales, predominio del empleo estatal y desiertos llenos de potencialidad, zig zags entre vacíos de inversión económica y la explotación indiscriminada -que encubren saqueo de recursos- en condiciones privilegiadas, junto a una ausencia de masa poblacional. Por otro lado, tenemos centros urbanos con problemas en las políticas públicas fundamentales, urbanizaciones precarias, ghettos sociales, exclusiones manifiestas, segregación educativa o de clase, contaminación ambiental –típicamente en la cuenca del Riachuelo-, pobreza estructural en contextos de inflación amenazante y una demanda constante por más y mejores políticas de seguridad.
Sin duda, en el marco de políticas de diseño federal esta tendencia en lugar de aumentar, se debería morigerar gradualmente gracias a políticas de descentralización poblacional e incentivos hacia la descentralización administrativa, social y otras políticas complementarias como la migración interna, incluso dentro de las provincias hacia centros urbanos alternativos. Incentivos que debería acompañar una aumento de la conciencia social y cultural de lo diverso y extenso de nuestro país, de sus atractiva amplitud territorial y de la calidad de vida usualmente desconocida en las “grandes ciudades”.
Inseguridad, federalismo y largo plazo: una política cultural e institucional puede reconducir esos procesos con más razonabilidad que la improvisación y el cortoplacismo miope.
Después de 161 años de Constitución nacional el desafío sigue siendo cumplir su programa, “implementar su carta de navegación”, construir el federalismo, poblar nuestro territorio de una forma más equilibrada y armónica, menos disfuncional y más balanceada. La desconcentración demográfica, podría hacer posible en el mediano y largo plazo, mejores condiciones de vida que reducen la conflictividad y la inseguridad. Hasta podría generar la modificación de ciertas distorsiones en la representación política en el Poder Legislativo.
Economía, cultura de la responsabilidad, educación ciudadana, políticas públicas basada en derechos fundamentales y un control democrático de las fuerzas de seguridad seguramente son algunos tópicos de un temario a expandir. Claro que, por sí mismo, las políticas de descentralización institucional y demográfica resultan innovadoras e importantes pero sin políticas complementarias quedará en un buen comienzo. Rara vez, la atrofia unitaria y asimetrías poblacionales de nuestro federalismo se identifican como parte de las facetas claves de la inseguridad.
Nuevamente, la Constitución -al menos en este aspecto-, no dificulta sino ayuda con una política pública en un doble nivel constitucional: 1. Reducir la inseguridad, asegurando mayor bienestar social, sin respuestas violentas ni inconstitucionales, acordes a las mejores políticas de derechos humanos y 2. Cumplir una de las deudas con la Constitución: descentralizar el poder, consolidar el federalismo como forma de vida para beneficio de todos.