Si es verdad que la tardanza es mejor que el nunca, corresponde agradecerle al síndico general de la Nación haberse calzado el traje de la abdicación. Gracias, Daniel Reposo, por su renuncia. Como se dijo hace dos días en esta misma columna, el ahora dimitido aspirante a la Procuración General de la Nación tenía al alcance de la mano un último gesto de dignidad para revalidarse. Habría sido soñado si el ejercicio de semejante facultad personalísima se hubiese conocido en la primera persona del interesado, sin intermediarios innecesarios con tonos graves ni anuncios de proyectos de adorno como la Codificación única del derecho privado. Y, sobre todo, sin tanto argumento colateral como convicciones de persecución o revanchismo en batallas menores. Sería mezquino detenernos con persistencia en un modo algo barroco de cuatro extensas epístolas que intentan salpicar a algunos que ya no están con antecedentes prescriptos o recordar historias verdaderas, por cierto, pero ajenas a esta causa. Hay que subrayar la renuncia. Reposo dimitió porque esta misma noche fue notificado de que no tenía los números de la mayoría especial de senadores. Seis titubeantes legisladores que creyeron poder especular hasta el lunes con su voto, no lo garantizaron y empujaron la decisión. Y sin embargo, otra vez, esa actitud zigzagueante de algunos importa poco. Pesa que alguien que no había dicho la verdad a la hora de postularse con sus antecedentes, renunció. Importa que quien no tenía pergaminos para ser procurador no vaya a serlo. La presidente de la Nación debería sentirse fortalecida. La historia, esa misma, que ella valora en cada uno de sus largos discursos, no la encontrará firmando el decreto que proclamaba a alguien carente de pergaminos para representarnos a todos y a todas en el ejercicio de la acción penal y la custodia de la legalidad dentro del sistema judicial. Porque eso será el relato futuro de los hechos de esta noche. No la victoria obcecada que podría haber sobrevenido sobre el que osa pensar distinto por la prepotencia de una mayoría circunstancial a cualquier precio. Pero el que más gana con esta decisión es el propio Daniel Reposo. En su currículum seguirán faltando condiciones de formación académica y constancias de perfeccionamiento profesional, y permanecerán afirmaciones que no son veraces. Al menos en el apartado aptitudes personales y morales, podrá sumar una infrecuente actitud entre sus pares de la política que es la de renunciar. Para la República no importa si semejante acto fue de prepo, inevitable por el temor a la derrota y contra su voluntad o si, en cambio, lo hizo por convicción íntima y personal ante su inconsistencia para el cargo. Sí aplica para su conciencia. Porque si fue por esto último, será desde esta noche mejor persona. Lo que no es poco.