Los gatos les temen a los ratones

Luis Novaresio
La toma del Carlos Pellegrini es un disparate. Es absurda, antijurídica y una estupenda metáfora de nuestros días. Que no pase nada y que la situación se sostenga por casi 48 horas confirma el estado de confusión mental y de paradigmas en el que estamos navegando. Naufragando, para ser más precisos. Hace un poco menos de dos días, un grupo de estudiantes de una de las escuelas más prestigiosas del país (si no la más, en su tipo) consideró que era inadmisible que el bar o cantina del establecimiento fuera explotado por empresarios privados. “El lucro del concesionario no es compatible con los principios de la educación pública”, explicó un menor de 16 años ante los micrófonos de cuanto periodista se asomó al lugar. El presidente del centro de estudiantes agregó que los precios excesivos de sandwiches y golosinas, sumados a los valores por fotocopias, son “un acto de exclusión social”. Si no alcanzan estos dichos para colmar el casillero de la sorpresa, el rector de la admirada Universidad de Buenos Aires que tiene jurisdicción en el Colegio dijo que la única herramienta que tiene a la mano es el diálogo con los alumnos. El regente del establecimiento propuso como salida modificar la concesión del bar dando luz y permisos gratis a los que lo atiendan para garantizar “precios sociales” de las comidas y  viandas gratis para todos y todas los que, aun así, no puedan pagar. ¿Enloquecimos? ¿Nadie va a reaccionar? Un acto de exclusión social es matar, excluir de esta existencia, a un panadero harto de ser robado que se defiende cuando le quieren quitar una camioneta o que un pibe de 18 años reciba dos puntazos en el pecho para defender su celular. Se excluye a una madre niña de 13 años que en su natal Tucumán también quiso celebrar este 9 de Julio con su bebé desnutrido y pidió amparo judicial o de algún político sin obtenerlo. Excluida de toda respuesta. Inadmisible es que todavía no se hayan reunido todos los ministros de seguridad del país con la titular de la cartera nacional para lanzar alguna propuesta, alguna, que evite que perder la vida, ser robado o agredido forme parte de una posibilidad cada vez más cierta en la estadística del burócrata de turno. Inaceptable es que pongan a la AFIP, Aduana, Migraciones, Banco Central, inspectores, perros y radares para detectar si el que compró unos cuantos dólares para cruzar la frontera los gasta en vacaciones o los guarda en el colchón. ¿El Pellegrini tomado? ¿Y no se puede hacer nada?  “Se consideran conductas transgresoras a las reglas de convivencia por parte de los alumnos: inciso i) Promover desórdenes dentro del Establecimiento; inciso j) Interferir el normal desarrollo de las clases. Estas conductas tienen sanciones de observación, amonestación, suspensión y expulsión”. Eso dice el Reglamento de Convivencia publicado oficialmente por el Pellegrini el 26 de febrero de 2011. Y, por supuesto, vigente hoy. ¿Alguien lo va a aplicar? Es muy probable que no. Si las autoridades de una escuela pública, que cobran un sueldo generado por los impuestos de todos nosotros, no son capaces de enseñar que la educación es un fenómeno de desiguales, en donde unos, se presume, saben más que otros y eso no es autoritario ni exclusivo, sino propio de la autoridad y la natural  desigualdad existencial. Si los que van a aprender mientras maduran en su crecimiento físico y jurídico creen que ya son capaces e iguales para no respetar reglas elementales de convivencia sin miedo a ser excluidos por la transgresión y con chances de darse sus propias reglas a gusto y piacere. Si todo eso es posible, se entiende que los panaderos sean asesinados por deformación estadística, que los dólares se olfateen con perros en los aeropuertos y que los enemigos capitalistas, escondidos en sus guaridas asquerosas devenidas hoy bares de colegios públicos, no merezcan otra cosa que todo un colegio esté sin clases ni exámenes. Esto seguirá pasando mientras la ley del acto (disparatado) conlleve siempre una consecuencia (también disparatada) y siga así vigente. Y, ya se sabe, semejante ley junto con la de gravedad no han podido aún ser derogadas. Estudiantes y papás del Pellegrini, ¡no pierdan las esperanzas! Vamos en camino.