Como no se he visto hace años, Brasil asistió esta semana a varias protestas. El argumento central del movimiento “Passe Livre” (Pase Libre) fue uno: las manifestaciones surgieron por el aumento de la tarifa de buses y trenes en diferentes ciudades. Pero las razones están más allá de las condiciones de los transportes públicos brasileños.
Con el apoyo de partidos de izquierda con baja representatividad legislativa y una masiva participación de estudiantes universitarios, fueron cuatro actos que unieron miles de personas en San Pablo, Río de Janeiro, Maceió, Natal y Porto Alegre. En San Pablo, las protestas se muestran más violentas. En 11 de junio, la avenida Paulista –centro financiero de Brasil– se paralizó con la violencia de los manifestantes que atacaron estaciones de metro, kioskos y sucursales bancarias. Hasta entonces, toda población y la prensa estaban contra las protestas.
Pero todo ha cambió el 13 de junio. El mismo grupo, ahora con una manifestación pacífica, reunió aproximadamente 10.000 personas, que caminaban por el centro de la ciudad cuando la policía reprimió con mucha violencia todos quienes estaban por el camino. Muchas de ellas gritaban “sin violencia” o “no hay amor en San Pablo”. Una reportera del sitio de noticias Folha.com fue herida con un tiro de goma cerca de los ojos. Otro periodista de la revista Carta Capital fue arrestado sin mayor acusación que tener una botella de vinagre (utilizada para contrarrestar el efecto del gas lacrimógeno lanzado por la policía). A partir de entonces, la cobertura de la prensa ha cambiado decisivamente.
La prensa acertadamente percibió que la violencia no era solamente de los manifestantes, sino tambié de la policía. En las redes sociales, era común ver los posteos de personas que decían ahora apoyar el movimiento y estarían presentes en la próxima protesta, el 17 de junio, que finalmente tuvo una masividad inusitada. Más que el apoyo de sectores de la clase media, y aunque la página del movimiento “Passe Livre” haga mención a la no violencia, preocupan los otros nuevos apoyos. La hinchada de Corinthians, segunda mayor de Brasil, invitó a las hinchadas rivales de Sao Paulo, Palmeiras y Santos para que se unan para combatir las injusticias del aumento y la represión policial. Si ellas trasladan la violencia de las canchas para las calles, lo peor puede se pasar.
En ese contexto, preocupa los destinos de las protestas. Contra un grupo sin un liderazgo fuerte, pero con gran poder de movilización en las redes sociales, el prefecto de San Pablo, Fernando Haddad, y el gobernador del estado, Geraldo Alckmin, no tienen grandes posibilidades de negociación para poner fin a las protestas.
En un país sin la tradición de grandes manifestaciones callejeras -a diferencia de los vecinos Chile y Argentina-, se ha visto un cambio fundamental en la manera como la población brasileña demuestra su revuelta. Más allá de una lucha por un aumento de R$0,20 en el bus, se percibe una rebelión contra injusticias que llegaron a un límite para muchos, de todas las clases sociales.
El país de la Copa FIFA 2014 hizo inversiones 30% mayores a lo planeado en nuevos estadios, pero la calidad de la educación sólo es mejor que la de Nicaragua -en comparación con las naciones de América Latina en el índice PISA-. También existe una de las mayores tajas de impuesto sobre la renta del mundo, pero infinitamente lejos de tener los servicios que tienen países con tasas similares como son Finlandia o Noruega.
Esos problemas estructurales necesitan de mayor atención y planeamiento en las esferas locales, estatales y nacional. Sin esa atención, los brasileños demuestran que pueden cambiar su cultura de pasividad por otra que tome la calle, contra diferentes injusticias, en diferentes contextos, sin mayores distinciones de qué partido está en el poder.