La delincuencia que involucra a menores es como el dengue, el zika, la langosta, la desnutrición: su pervivencia depende principalmente del Estado. Estos flagelos están latentes. Su presencia depende de las políticas que dicho Estado determine aplicar.
Argentina pasó, después de sus terribles dictaduras, por gobiernos democráticos que fueron declinando en sus políticas tendientes a mantener la calidad institucional. El Gobierno del Dr. Raúl Alfonsín fue un ejemplo con el juicio a las Juntas, pero débil en la política económica. Luego comenzó la venalidad de la política, el aumento de la corrupción, la destrucción del empleo con el menemismo (primer gobierno que comenzó con la usurpación del peronismo). Con las administraciones siguientes continuó la saga de los retrocesos, con pequeños ciclos de estabilización y recuperación, hasta llegar al Gobierno de Cristina de Kirchner (otra usurpación del peronismo), con escandalosa corrupción y utilización de los más necesitados para conformar la mayor cartera de clientelismo político. La perseverante tozudez en la mala praxis política terminó dividiendo a los argentinos por la enorme injusticia social entre los que tienen esperanzas y posibilidades de un mañana y los que están condenados a no esperar nada.
Cabe recordar aquí que el amor es infinito, pero la esperanza es finita. Nacer a la esperanza también es responsabilidad del Estado, porque las políticas deben proyectar futuro. La reaparición de endemias, peligros todos para la sociedad: la desnutrición es un peligro, el dengue es un peligro, la delincuencia es un peligro; la perpetuación de los planes sociales que no contienen vales de esperanza (el trabajo genuino sí lo es, el estudio sí lo es) permite que mucho niños-jóvenes que parecen viejos sean cooptados por lo peor de la calle. La calle que hoy viven nuestros pibes no los involucra con sueños de futuro (esperanza), los esclaviza en un eterno presente continuo donde vivir y morir no se diferencian.
A esta altura, el principal problema que se observa en el Gobierno del presidente Mauricio Macri no es económico, aunque los tarifazos puedan contradecirlo, es político. Los ajustes tarifarios vienen a reparar un enorme y grave problema originado en la gestión anterior. Principalmente en Buenos Aires y en Capital Federal, donde los subsidios al consumo energético hacían de este un monto irrisorio. Herencia muy mal explicada por la nueva gestión. El problema principal es que si al campo se les quitan las retenciones y a los trabajadores no se les permite recuperar en sus salarios la inflación generada por la devaluación y los tarifazos y, por otra parte, se decide subsidiar a las grandes compañías petroleras con 30 dólares, por lo que se lleva el barril a 60 dólares (el mundo lo compra en 30), va a ser muy difícil lograr una de las tres metas que señaló el Presidente como mojones de su gestión: pobreza cero.
En un país sin partidos políticos consolidados, la opinión pública manda. No debe haber nada más exitista que la opinión pública. Por lo tanto, sin quitarle méritos a la performance electoral del actual Presidente, este debiese recordar, tal como me confió un lúcido dirigente político: “La gente se enamoró de Macri por odio a Cristina”. Se le está pidiendo a la sociedad un esfuerzo que no guarda relación con lo que se les sugiere a los verdaderos causantes de dicho esfuerzo. El gran enigma es saber cómo reaccionará esa opinión pública en mayo, junio. Cuando los Gobiernos cuentan con el respaldo de partidos políticos fuertes, sus políticas encuentran sustentabilidad aun si resultan dolorosas.
Insisto en que el problema es político. Si la decisión es convencer a los gobernadores a través de la obra pública y a los legisladores de la misma manera (el senador Miguel Ángel Pichetto lo admitió sin tapujos), el criterio de desarrollo que debe tener todo Gobierno para el país quedaría al arbitrio del canje: te doy, me das.
Este miércoles se reunirá el Partido Nacional Justicialista, el cual está desguazado, desnaturalizado por los vaivenes al que fue sometido por dirigentes que, en su nombre, aplicaron políticas neoliberales, conservadoras, seudoprogresistas y patéticas. Llama mucho la atención que el gobernador Juan Manuel Urtubey resuma al nuevo peronismo en dos adjetivos: “funcional y competitivo”. Esto habla de lo lejos que quedaron las bases sobre las cuales lo fundó Juan Domingo Perón. El justicialismo nació a la vida política argentina para evitar la indignidad de la pobreza a través de la cultura del trabajo y hacer del cumplimiento del preámbulo de la Constitución su mayor desafío.