Por: Mario Negri
La tragedia de Once, de la que se cumple un nuevo aniversario, no fue solamente un hecho tristísimo que sigue enlutando a nuestra sociedad, sino la manifestación de los extremos a los que puede llevar la combinación prolongada de ausencia total de responsabilidades del Estado, con escasa prioridad por el ciudadano y su vida.
El populismo, que es el sacrificio del futuro en el altar del presente, evita planear e invertir, que son actividades cuyos frutos no se ven inmediatamente. El horizonte del populista es el día siguiente. En el caso del sistema ferroviario, la diferencia entre los magros ingresos tarifarios y los recursos necesarios, no ya para invertir, sino para mantener mínimamente en funcionamiento los trenes, se cubren con subsidios. Como éstos se asignan en forma absolutamente discrecional, opaca y sin ningún control, se dieron las condiciones perfectas para generar inequidad, más una corrupción de una magnitud escandalosa, causa de la falta de controles y transparencia.
El Gobierno, a pesar de su retórica estatista, infló al Estado mientras lo hizo cada vez más ineficaz. Lo que pasó en Once no fue obra de la casualidad. Antes y después hubo episodios similares, con menor gravedad y trascendencia pública. El desapego por la calidad de vida –y por la vida misma- de cientos de miles de compatriotas que diariamente viajan en las peores condiciones es inaudito. Las imágenes de la tragedia son una postal funesta que exhibe por sí sola la hipocresía del “relato”.
Le corresponde a la Justicia determinar las responsabilidades civiles y penales, y esperamos que así suceda en el juicio oral que comenzará en marzo. La función judicial es mirar hacia atrás y reparar, en la medida de lo posible, los daños causados. El resto de los órganos estatales debe dar la debida asistencia a quienes han padecido lesiones físicas y psíquicas, y a los familiares de los fallecidos.
Pero, junto a esa imprescindible tarea de reparación, la sociedad en su conjunto tiene que advertir las consecuencias a las que llevan las políticas populistas y corruptas. La inflación galopante, la falta de energía, la creciente inseguridad, el crecimiento del narcotráfico, entre muchos otros problemas, no han surgido por generación espontánea, sino por la acumulación irresponsable de políticas populistas y de una concepción autoritaria del poder, que tiende a debilitar las instituciones republicanas y los mecanismos de control.
Como demuestra el hecho de que el Gobierno ignoró durante años las advertencias de la Auditoría General de la Nación sobre el estado de los trenes, hay una íntima relación entre la falta de un sólido Estado de Derecho y las muertes de Once. La reconstrucción de la República y de un Estado ágil, eficaz y transparente, que promueva la calidad de vida de los argentinos, será la condición indispensable para que nadie vuelva a poner en riesgo su vida cada vez que toma un tren para ir a su trabajo.