Por: Mario Negri
El reclamo por la actualización del mínimo no imponible en el impuesto a las ganancias es doble: por un lado, la necesidad de que gran parte de los trabajadores dejen de pagar un impuesto al salario. Por otro, que su actualización no quede librada a la discrecionalidad antojadiza del gobierno que la utiliza como herramienta clientelar de negociación y apriete.
En principio, una persona que antes de septiembre de 2013 ganaba $15.001 y quedaba afectado por el impuesto, en la actualidad paga casi el 14% de su salario bruto en ganancias, cuando en 2003 era solo el 1,6%. Así, el mayor impacto de ganancias sobre el salario generó que sus ingresos reales cayeran 12% en 2014 y 6,5% en 2015.
Algunas cifras regionales comparadas son más que demostrativas para entender por qué es un disparate lo que los trabajadores pagan en concepto de impuesto a las ganancias. En Argentina, un ingreso de US$2.500 paga la alícuota máxima de 35%, mientras que en Uruguay, para pagar la alícuota máxima el salario debe ser de US$14.100, en Chile de US$11.400 y en Perú US$6.100.
Por otro lado, donde existe un derecho constitucional vulnerado el oficialismo ve una oportunidad para el clientelismo. Así, prefiere mantener la situación estructural que perpetúa la violación del derecho a cambio de poder preservar una herramienta clientelar. El ejemplo más claro de esto puede verse en los recibos de sueldo. Quienes hoy ganan menos de 15.000 pesos pero más de 8.326 pesos (el mínimo no imponible previsto en la ley) no pagan impuesto a las ganancias debido al último decreto en la materia de 2013. En el recibo de sueldo figura “Beneficio Decreto 1242/2013” para hacer alusión a la exención. Es decir, el oficialismo no hace efectivos los derechos constitucionales, sino que otorga beneficios dispuestos por la generosidad del príncipe a quien todos debemos estarle agradecidos.
Por su parte, el paro se legitima aún más ante las declaraciones del Ministro de Economía y de la Presidenta, que desconocen toda realidad de forma sistemática. Del mismo modo en que para el oficialismo medir la pobreza estigmatiza, negando una realidad evidente, lo mismo sucede con ganancias. Ello así, pues en el mejor de los casos, no ven en el reclamo de ganancias un reclamo válido, lo que implica un verdadero ninguneo a los trabajadores que pagan un impuesto al salario y que cada vez luchan más por llegar a fin de mes. Mientras que, en el peor de ellos, buscan a como dé lugar mantener un instrumento que tiene una doble finalidad: apretar a los sindicatos en las negociaciones de paritarias y guardar una carta electoralista para seguir con anuncios por cadena nacional.
En el medio de estas pujas de poder, se encuentran en calidad de rehenes los pobres, los desempleados, los trabajadores. Cuando la política deja de trabajar para ellos es una señal que indica que debemos mejorarla. Hace mucho tiempo que la política oficial niega a los pobres y mantiene en vilo a los trabajadores y desempleados. La conclusión es evidente.