Muchos analistas consideran que la relación comercial entre China y Argentina es desigual y que el fundamento de esa desigualdad es nuestra dependencia respecto de las exportaciones de soja, tanto en precio como en cantidad –dado que se exporta a China la mitad de la soja cosechada. Al conocido patrón de comercio que se está consolidando entre Argentina y China, queremos agregarle un actor muy importante en esa relación, que es Estados Unidos.
La principal potencia mundial es a la vez uno de los 3 grandes exportadores de soja, junto a Brasil y Argentina. Es tan así que desde 2009, el principal producto que le exporta Estados Unidos a China es el poroto de soja: mientras en 2001 la soja representaba 3% de las exportaciones totales de Estados Unidos a China, a partir de 2009 empezó a representar alrededor de 10%. Al revés, las exportaciones de “circuitos integrados y “microestructuras electrónicas” bajaron en el mismo período de 10% a 3%.
Estos datos, sorprendentes, marcan una reversión de las ventajas relativas cuyas causas podrían ubicarse en las mejora de los términos de intercambio para los productos alimenticios que se produjo en la última década. Este fenómeno convierte a la soja en uno de los sectores claves de la relación entre las dos principales potencias mundiales del siglo XXI con claras implicancias en las economías de Brasil y Argentina.
Pero la presencia de Estados Unidos también está implícita por otras razones: por un lado las técnicas de producción de la soja son originarias de Estados Unidos. Muchos insumos –como el glifosato y los plaguicidas en general– fueron patentados y son producidos por empresas estadounidenses, que en los casos más conocidos –como Monsanto– instalaron importantes plantas en Brasil y Argentina.
Por otro lado, la relación también es implícita en tanto Estados Unidos mantiene una fuerte influencia en los precios internacionales de los alimentos a través de políticas concretas –como la promoción de los agro-carburantes, los subsidios que otorga a su producción agrícola y la promoción de la reducción de aranceles en los países menos desarrollados a través de la OMC.
Incluso podemos adelantar que Estados Unidos tiene mayor influencia que China sobre los precios internacionales. Esto se puede comprobar con la evolución de los stocks de soja por países en los últimos años y más particularmente durante la última gran alza del precio en 2008. Como lo vemos en el cuadro a continuación, los stocks de Estados Unidos son los que más caen a partir de 2006: 64% en la campaña 2007/2008 respecto del año anterior y 47% en 2008/2009. Con estos datos podemos apreciar que Estados Unidos explica la totalidad de la caída del stock mundial de 2007 (10 millones de toneladas), mientras que Argentina y Brasil explican la totalidad de la caída del stock mundial de 2008 (9 millones de toneladas).
En contraposición, los stocks de China son anti-cíclicos a fin de moderar las alzas de precios. Así es como sus stock aumentan de 2,7 millones de toneladas a 7,5 durante el lapso 2007-2009. Pero su dependencia cuantitativa respecto de la soja obliga al gigante asiático a importar cuando los precios internacionales se elevan. En otras palabras, pareciera que las compras de China no provocan el ciclo alcista sino que son consecuencia de este.
La forma que toma esta relación pareciera ser provechosa para Argentina y para Brasil dado que los mejores precios que impone Estados Unidos les permiten conseguir las divisas necesarias para su crecimiento económico y para enfrentar la restricción externa. A su vez, los precios industriales deprimidos por efecto de los bajos costos de producción en China redundan en una mejora de los términos del intercambio, tanto por aumento de sus precios de sus exportaciones como por reducción de sus precios de importación. La faceta negativa de este nuevo contexto es el efecto de primarización sobre las economías (llamado “enfermedad holandesa”), además de la configuración de un monocultivo con impactos sociales y ambientales de alcances riesgosos. En efecto, el desplazamiento de cultivos con menor rentabilidad pero que son necesarios para el consumo interno no sólo obliga a un aumento en los precios y una mayor inflación, sino que implica el éxodo de poblaciones campesinas hacia las ciudades.