Por: Martín Guevara
No anda de fiesta la actualidad socio económica española, país donde vivo hace muchos años, realidad a la que pertenezco. Llevamos cuatro años de un frenazo y posterior caída de la actividad económica, ligada casi exclusivamente a la construcción, donde descansaba el milagro económico nacional, sin diversificación ni reinversión alguna en terrenos de mayor calado, de mayor simiente.
Todo comenzó a partir del conocido desplome de Lehman Brothers Inc. E idéntico segmento socioeconómico, fue el que en España dio las primeras campanadas de que algo estaba por cambiar.
Lo que ocurrió es de todos conocido, los datos son devastadores en cuanto al trauma sufrido por la desarticulación de una maquinaria que mantenía en activo a millones de personas, directa o indirectamente ligadas a la tarea de colocar un ladrillo sobre otro. Toda la industria satélite parasitaria de dicha actividad, que va desde las fábricas de tornillos hasta las de grúas, se vio bruscamente afectada por el parón.
En un primer momento se pensó que podía ser pasajero, ni el FMI a manos de Rodrigo Rato, ex ministro de economía con gobiernos del Partido Popular, vio la más mínima punta del iceberg asomar por bajo su propio barco, ni los presidentes de los países más desarrollados siquiera.
Tampoco las empresas calificadoras.
O éstas quizás sí pudieron haberlo visto, sólo que la discreción podría haber sido un condicionante sine qua non, para llegar a catar esos interminables trozos de pastel, con que se los puede observar siempre al cabo de los festines.
Novedosa prestidigitación, ¡todo por aquí; nada por allá!
Transcurrieron los meses, los años, y el país cambió, incluso en su mapa cromático y fenotípico, que empezaba a cobrar una variedad similar a Nueva York o Amsterdam, a causa de la cantidad de nacionalidades que decidieron instalarse aquí, como una subsidiaria de la Babilonia moderna, a saber: cualquier Metrópoli que sea capaz de congregar pasta (*) y libertades, en cantidades que logren suplir las añoranzas de la tierra patria, del pésimo vino propio y de las moscas vespertinas seseantes entre las chozas del poblado.
Entonces el paisaje retornó paulatinamente a la imagen de una España habitada casi en exclusiva por material nacional o de proximidad, incluyendo los sempiternos ingleses y alemanes que arriban con el fin de transcurrir la vejez bajo el sol y bulliciosas maneras del amor.
En eso se llegó a una situación de casi cinco millones de desocupados con seguro de desempleo, de medio millón de inmigrantes retornados a sus respectivos países, de cuarenta mil españoles emigrados en cuatro años a Argentina, de más de diez mil cada año a trabajar en la uva, en la fresa y en la manzana en Francia, de profesionales emigrados al Reino Unido, y Alemania y el éxodo de unos cuantos miles de informáticos y otros profesionales de innovación y desarrollo, a Estados Unidos.
Las cosas donde solían estar
En estos cuatro años, no sólo no se penalizó a los culpables del descalabro, y no se abrió una investigación para esclarecer el grado de responsabilidad de los involucrados, sino que, sin ninguna garantía ni condición de retorno, se les concedió el dinero que celosamente se había ido guardando durante estos años de vacas gordas, espantosamente obesas, y que procedía en su mayoría del pago de impuestos generales, o gravados a las clases medias y bajas.
No hubo ni una medida para recaudar que afectase a los más ricos, pasando por alto dos motivos de orden prioritario, uno es que eran los reponsables de esa situación, y el otro es que son quienes más solidarios pueden ser. Me refiero a los obscenamente ricos, a los cuales un Estado no debe culpar de mezquindad, ni puede esperar de ellos por motu propio un acto de generosidad, sino que debe exigirla. Es lo único que le pedimos al Estado.
Se les proveyó de varios lotes de dinero a fondo perdido. A los trabajadores y pequeños y medianos empresarios que se quedaron sin un céntimo no se les facilitó más que la advertencia de que no se iría a tolerar una actitud incivilizada. También la amenaza de que si no manteníamos contentos a los bancos, corríamos el riesgo de perder los últimos ahorrillos, los cuales ciertamente, el que más o el que menos, mantenemos resguardados y bien vigilados.
Accedimos.
Un poco reconociendo también nuestra porción de responsabilidad en la quiebra del confort prefabricado, cuando la codicia humana llegó a ámbitos del alma otrora límpida y despreocupada de lo material. Más o menos todos y cada uno, en ese acto de aceptación de semejante sodomía, aceptamos el hecho de que nadie nos colocó una pistola en la cabeza ni nos emborrachó para firmar hipotecas inmobiliarias a treinta, cuarenta y hasta a cincuenta años, por coches de marcas y características fuera del alcance de las clásicas posibilidades del vulgo, y todo tipo de elementos fetiches de la suntuosidad mersa, así como artefactos o marcas, diseñados exclusivamente para el nuevo perfil de socios admitidos en el club de gasto.
Diseñados exclusivamente para esa época de espuma de billetes, con líneas y calidades notablemente vulgares, tan poco sugerentes como los nuevos ostentosos. Con distintivos acreditativos del más dudoso gusto. Ya que en definitiva, aún cuando se permitía y promovía el acceso de los grasas al mismo gasto que algunos viejos pudientes, tampoco era cuestión de descuidar la separación de compartimentos.
Unos por un lado y los de siempre por otro, como corresponde.
Pero la participación del vulgo en el sainete, no excusa en absoluto la responsabilidad de bancos y constructoras, quienes promovieron la estampida de esa masa indolente, de todo ese rebaño irresponsable, hacia la mímica burda de una posición financiera holgada, utilizando la tendencia más elemental del hombre común, su codicia.
La izquierda administrando injusticia
Un año más tarde del comienzo de la crisis., y cuando comenzaban a perderse numerosos puestos de trabajo, el director del banco Santander, anunció que los beneficios de ese período fiscal eran superiores a 8 mil millones de euros, manifestando no comprender bien el motivo de queja de la gente.
Hoy, unos años más tarde, además de continuar acumulando beneficios nada despreciables, poseen ya, entre ésta y otras entidades bancarias españolas, no sólo las viviendas adquiridas a quienes no pudieron hacer frente al pago de la hipoteca, sino también la deuda total contraída. Se les tomaba la casa, lo que debería suponer el fin de las obligaciones, y encima cuando la rematan no descuentan lo invertido como pago del préstamo.
Por los bares, las plazas y los loqueros de España toda, se pueden ver zombis a los cuales el banco les quitó la casa y al que le deben unos cuantos cientos de miles de euros.
Más que un abuso parece una broma de mal gusto, una felonía medieval.
La izquierda administrando injusticia es un contrasentido, la izquierda en el poder institucional es como el hombre desempeñando un trabajo bajo la superfice del oceáno, con un traje de buzo o escafandra, o en el cosmos con casco suministrador de oxígeno. Puede ser que incluso hiciese un excelente trabajo, pero en algún momento sentirá la hostilidad del medio ajeno, y por más reservas de airte o de entusiasmo con que cuente, tarde o temprano deberá regresar a su hábitat natural.
Eludo caer en la tentación de considerar que el mismo gobierno que fue acusado de extremista, durante su primera legislatura, no se encontrase con elementos de presión, no hechos públicos por supuesto, que lo pudieron haber persuadido, de tomar las medidas que ya conocemos, sin tocar otras cuerdas sensibles del sistema. Por dos razones, José Luis Rodríguez Zapatero no es ni fue un revolucionario llamado a subvertir el orden social, sino un socialista reformista, acorde a la tradición y los usos progresistas de la democracia social, y la otra versa sobre la gravedad de la alternativa de negarles a los mercados las ofrendas y cebos que lo mantienen de buen humor.
No me cabe duda alguna de que debió haberse encontrado en una encrucijada dificil de resolver, sin echar por tierra del modo que lo hizo, toda posibilidad de trascendencia noble, que se tenía ya granjeada de sobra por lo hecho en sus primeros cuatro años al frente del Ejecutivo. Ciertamente no debía ser un panorama demasiado animado, para terminar aceptando semejante cambio de calidad en el perfil con que pasar a la Historia.
Pero una vez dicho esto, también resulta de dificil digestión, asistir a tantas generosas concesiones a quienes propiciaron esta crisis, sin exigirles a cambio el más minimo aporte.
Los ricos, indignados
Recientemente, con el escaso asombro que me va quedando frente a los disparates de la política en general, pudimos ver como por fin después de que en Francia, catorce de las mayores fortunas del país pidiesen ser gravados con mayores cargas impositivas, lo mismo que en Suecia, Alemania y Reino Unido, observé atónito sin embargo, como el principal partido de oposición, que pretende gobernar, y que se ha llenado la boca con que Zapatero no atiende a los pobres, a los 4 millones de parados, además del propio Emilio Botín, quien declarara haber ingresado atractivas cantidades de efectivo mientras el país se iba a pique, sin el menor rubor, dijeron que les parece un despropósito, un abuso con quienes han tenido la delicadeza y la prudencia de ahorrar en tiempos de vacas gordas. Una falta de consideración. Y las señoras gordas de los barrios proletarios, con todos los hijos en el paro, acompañándolos en sus lamentos.
A los maestros, policías y bomberos se les está exigiendo cada vez más sacrificios por el mismo dinero y la gente considera que son unos caraduras por quejarse. Tres millones de personas perdieron sus trabajos y miles de familias están en proceso de desahucio por impagos. La sociedad quebrada, y no se ha ingresado a un período marcado por los problemas de violencia social, porque el hambre no ha llegado a los hogares. El sistema de bienestar social aún no está completamente desmantelado.
Y ahora que se quiere aplicar una medida necesaria, que recaudará de quienes menos lo precisan y que más oportunidad tienen de mostrar su amor por España, y compromiso con la Patria, resultan ser los menos dispuestos a ayudar en esta coyuntura.
Se han ofendido mucho. Nadie les dio una explicación.
Lo natural es que Botín lo esté. Lo normal era que el Partido Popular se quitase esa máscara con que quería hacer no sé bien que simulación, que tampoco les convenía demasiado, y que dijese: “Nosotros somos partidarios del mercado liberal, del capitalismo más o menos salvaje, y lo que no podemos hacer es apoyar ningún tipo de gravamen sobre las ganancias”.
Pero: ¿qué hacen todos los medios de prensa haciéndose eco de este escandaloso comportamiento?
¿Qué hacen las madres y padres de jóvenes desocupados opinando que a los maestros hay que mandarlos a trabajar más, pero a los ricos es mejor dejarlos en paz con sus dineros, porque si deciden irse de España quién nos dará trabajo (en realidad deberían referir “si terminan de irse”, porque entre paraísos fiscales y mano de obra barata en Oriente, ya no tienen casi capital invertido en el país)?
Me reconozco como simpatizante del capitalismo controlado y con indumentaria humanizante, ese que no pone ningún tope a la capacidad de las personas por arriba, pero sí coloca un límite de caída, tras el cual interviene, no permaneciendo impasible ante la degradación del ser humano. Capitalismo keynesiano si se quiere. De tipo escandinavo. E incluso de los buenos tiempos europeos del Estado de bienestar, lleno de concesiones hechas a los idearios socialistas democráticos.
Tengo la certeza, adquirida a través del conocimiento empírico, de que un sistema socioeconómico basado en la vigilancia estatal de la igualdad indiscriminada, como las dictaduras del proletariado del Este de Europa Asia y Cuba, termina resultando el más injusto de los sistemas posibles, ya que inevitablemente tiende a alejarse de la felicidad social, al suprimir de la persona su condición de individuo y sus diferencias en pos de la masa. Impartiendo además, a la manera de la Santa Inquisición, el oportuno castigo a la tentación de corromper el alma.
Aun cuando creo que categóricamente hay que desterrar la violencia política, sea cual fuere su signo y sus declaradas e inconfesas finalidades.
Y aunque pienso que el mundo que mejore a éste debe estar asentado sobre la base de libertad y el mismo respeto por la diferencia que por la similitud, no he podido evitar estos días sentir una cercanía repentina a ciertos reclamos de mi tío Ernesto, no ya en su espíritu que es donde casi siempre la he experimentado, sino en el terreno en que generalmente me siento más distante.
Quizás haya servido en definitiva para acercarme sin ataduras incómodas, a algunos aspectos de su carácter, aquellos en que coincido no por mandato de una religión familiar ni política, sino por el más elemental sentido del orgullo y el decoro. Y si se quiere, por la firmeza frente a la sodomía no autorizada, ni debidamente lubricada.
Publicado originalmente con el titulo Reminiscencias. E insuficiente cocción, en el blog del autor.