Por: Martín Guevara
Todos huyen de mi blues, nena, parecía decir en estos días el máximo líder de la revolución cubana.
Y en realidad es que ya está quedándose solo con sus incondicionales.
Otros tiempos corrían en que las huestes cansadas de comer en la misma mesa con el mismo mantel corrían delante de las consignas que desde su tribuna en la isla lanzaban los dirigentes a propios y extraños.
Y por ellas perecían, soportaban dolor, encanecían en una prisión hostil. Consiguiendo en efecto, otro mantel y otra mesa, y no encontrando en el fondo del plato de sopa a ningún Fidel tangible, a ningún discurso salvador que lo fuese a rescatar, ni una arenga alimenticia.
En cada selva una patada en el trasero, y en el babero, El blues del abandono, nena.
En algún medio de difusión propagandista, escuché durante la semana que el máximo líder de la revolución cubana hacía un alegato antibelicista, al juzgar el acoso, asedio y posterior asesinato del tirano Muammar el Gadafi, por los rebeldes libios, apoyados por las tropas de la OTAN, como un acto de destrucción imperialista.
Concediendo que no dejaron correr demasiado tiempo los buenos aliados para, apenas conocida la noticia de la última bocanada de aire de Gadafi a causa de su brutal linchamiento, acudir raudos a cubrir los apetitosos pozos de petróleo, me pregunto:
¿Se trata de los mismos dirigentes, de barba y verde olivo, que encendían cuanta tibia mecha hubiese, cercana a algún barril de pólvora en el Tercer Mundo?
¿Los mismos que mandaban tropas a cuanto país africano las solicitase, fraternal y desinteresadamente?
¿Quiénes abrazaron la carrera armamentista de la URSS, e incluso se plegaron a los modos y modales del poco refinado Jruschov en aquel octubre tormentoso de 1962, y seis años más tarde encubrieron la invasión de tanques en la Primavera de Praga, y apoyaron todos los desmanes que el uso de la fuerza imperialista soviética produjo y amenazó con causar?
Estoy convencido de que me los han cambiado.
Algún truco nacido de la novísima tecnología de los últimos días habrán usado para colocar a unas pésimas réplicas, de los grandes revolucionarios inclaudicables, que cualquier cosa soportarían antes de ver caer los pilares del socialismo estalinista, de la dictadura del proletariado, antes de entregar los principios leninistas a cambio de cualquier solución que los mantenga vivos y en la poltrona.
Siempre fieles a aquel lema marxista, pero no de Carlos sino de Groucho, que rezaba:
- ¡Estos son mis principios!, si no le gustan, tengo otros.
Algo habrá hecho la CIA me temo.
Hoy en Cuba se puede comprar lo que sea con una buena suma de dinero capitalista. Casas, coches, empresas. Campos de golf.
Revolución be bop.
Se prefiere el comprador extranjero.
Es el paraíso de las empresas. No existen huelgas, los salarios son bajísimos, y no hay sindicatos.
Sigue habiendo partido único, y dictadura, aunque ya ni se molestan en decir que pertenece al proletariado.
Y ahora se nos hacen pacifistas.
Solo nos faltan unos comandantes adalides de la democracia, abanderando a los indignados por la escasez de participación de los pueblos, en la oxidada costumbre de votar tan solamente cada dos años.
Un comandante de Wikileaks, y de Green Peace, y de Amnesty levantando su voz por los presos de conciencia.
Y también uno, con una guitarra bajo un framboyán, cantando su blues: Nobody’s fault but mine.
Publicado originalmente en el blog de Martín Guevara