Por: Martín Guevara
Nos desayunamos ahora de que los reyes, príncipes y otros nobles aristócratas tienen una estrecha relación con el dinero y la obtención de la máxima cantidad posible del mismo.
Y no precisamente por el poco eficaz método del trabajo y el sacrificio personal.
Estalla ahora en la actualidad española lo que pasa por ser un escándalo nacional. El Duque de Palma de Mallorca, marido de Cristina de Borbón, hija del rey Juan Carlos, se ve envuelto en un escándalo a causa del manejo indebido del vil metal. El motivo es la aparición de unos ya inocultables papeles y evidencias de negocios fuera de la legalidad, que presentan irregularidades en todo su desarrollo.
No me cabe la menor duda de que hay que poner medios para que eso quede debidamente castigado, caiga quien caiga, porque ante todo le incumbe -y mucho- a la Corona, y fundamentalmente al monarca español quien, al margen de posiciones frente a esa anacrónica y poco útil institución, no se tiene ni de lejos merecido tal final de película. Y que deben ponerse los medios para que esto no ocurra nuevamente.
La Corona debe ser auditada; convendría por el propio bien de la institución que el dinero público destinado a la Casa Real fuese controlado milimétricamente, y los integrantes de la familia real no harían mal en demostrar cierta gratitud al pueblo que les permite seguir viviendo del erario público, expresándolo en la demostración pública y púdica de una mayor austeridad.
Porque si en España, atendiendo a su Historia, alguien tiene que agradecer, es Juan Carlos a su pueblo por aceptarlo como rey. Y no al revés.
Pero dicho esto, el peor momento para intentar desestabilizar una institución tremendamente útil que, en honor a la verdad, no sé si habrá equilibrado todo el daño hecho en siglos, pero en los tiempos actuales de democracia ha significado nada menos que ser el garante de la paz, del equilibrio entre las dos Españas , aquellas a las que algún distraído podría haber considerado agua pasada, pero que si bien no están enfrentadas como en otros tiempos, siguen constituidas de la misma materia indisoluble e incapaz de mezclarse.
El papel de la Corona en estos años, y no sólo durante el intento de golpe de Estado cuando el rey jugó un rol importantísimo en la defensa de la legalidad democrática, sino a lo largo de todos estos años, ha sido feliz, aportando cordura y actuando como un referente suprapartidista. Y, a pesar de la más que lógica tendencia a los principios de la derecha, muchas veces fue una figura tan templada, que favorecía las tesis del progresismo español frente las más retrógradas de los conservadores.
A lo largo de estos años, aún cuando todos sabemos que un monarca sólo puede ser conservador, lo cierto es que la monarquía logró enfadar en muchas más ocasiones a los partidos de derechas, que a los de izquierdas, al no condenar, o simpatizar abiertamente con medidas y leyes de aggiornamiento de la sociedad, más que de contenido ideológico.
La democracia española no es moderna, en tanto no existe la ósmosis que permite el trasvase de votos de la derecha a la izquierda, y viceversa, porque aunque estos últimos, en las recientes elecciones, hayan dejado de votar en masa al partido mayoritario de la progresía, y se hayan derivado hacia otras opciones, conviene recordar que siempre lo han hecho dentro del mismo espectro. La intervención del aparato digestivo, el corazón y la testosterona en la politica española es pues de mayor calado que el deseable.
No está de más que durante los períodos de mayorías absolutas, de polarización total del país a favor de un sentimiento, más que una ideología, exista esa figura neutral que, al final de la discusión e incluso de la pelea, amalgama a ambas partes. Una mamma italiana.
No en vano Juan Carlos nació en Roma.
Los negocios que hoy se relacionan al yerno del rey, tienen la apariencia de ser lo suficientemente repugnantes y delictivos como para permitir a la justicia actuar en consecuencia.
La duda que me asalta sin embargo es sólo soluble dentro de los límites domésticos, con rudimentos caseros. ¿Es que existió alguna vez la duda de que a los monarcas de todas las épocas y nacionalidades, algo les gustase más que la acumulación ingente de bienes? ¿Alguna Casa Real de este planeta logró consolidarse como reinado, con lo que ello implica, a través del trabajo?
¿Constituye esto alguna especie de novedad?
Estando claro que el acceso a una jefatura de Estado, con la única condición de la fecundación en la cópula, es un método anacrónico, y cuando menos, muy poco presentable como democrático; no obstante pienso:
¿Quiénes ganarían y quiénes perderían con el daño para la imagen de los futuros jefes de Estado, Felipe y Letizia, resultante de un escándalo de corrupción que no les atañe, aunque les toque de cerca, en lugar de darse a través de la disquisición, de un serio debate sobre la utilidad de dicha institución en el siglo XXI?
La polémica monarquía o república es un capítulo pendiente de la sociedad española, que aguarda a la mayoría de edad de la población en términos de convivencia. Saldarlo a través del calor de la reacción que provocan hechos tan reprobables no parece ser el mejor de los caminos.
Es curioso que mientras Simeón de Sajonia, a quien le correspondería ser Zar de Bulgaria por sucesión, para ostentar el poder, debió convertirse en primer Ministro de su país, como un ciudadano más, el común de las monarquías europeas están en lo alto, pero no pueden intervenir en la política de Estado.
Cabezas coronadas sin mando frente a un rey con bastón y la calva al viento.
En la coqueta y bulliciosa Cuba, Fidel habría abreviado mucho sus complejos trámites para atornillarse al sillón de mando hasta más allá del Juicio Final, si hubiese declarado al linaje caribeño de los Castro, como reyes de la Isla.
Aunque en tiempos de sumisión a Brezhnev, habría tenido que aclarar que Rey sí, pero de sangre Roja.
Tiempos en que Borbón no evitaba el vino. Ni los negocios limpios.