Por: Martín Guevara
Dos cosas unen a los exiliados cubanos en Miami: una es la nacionalidad y la otra es la poca gracia que les causa la sola mención de Fidel.
Los familiarizan estas características, pero no tienen muchos otros denominadores comunes.
Creo que Miami resulta un prisma mucho más rico en matices que la misma Habana para observar las características de las diferentes generaciones de cubanos que se han sucedido desde hace aproximadamente cincuenta años.
De generaciones y clases sociales.
Los exiliados de la época del triunfo de la Revolución, familiares de batistianos, hacendados, azucareros, son quienes reclaman, además de mayor veteranía, más derechos a la hora de ser tomados como víctimas de Fidel, pero también en muchas ocasiones quienes menos mermados resultaron, por la pluralidad democrática de la sociedad norteamericana.
Luego están los exiliados de poco después, de los años sesenta, gran parte de ellos, personas ilusionadas en un principio con el cambio democrático que suponía la Revolución, con el regreso a las reglas constitucionales, con algunos aportes en materia de justicia social, pero no de relaciones de producción. Alta y media burguesía, profesionales, propietarios de pequeños y medianos negocios prósperos. Dirigentes de partidos políticos, estudiantiles y sindicalistas. Incluso aquellos catorce mil niños conocidos como los Pedro Pan.
Hasta 1980, cuando se reedita otra gran diáspora, se fueron produciendo emigraciones por goteo aunque de importante cantidad de personas, impulsadas en su mayoría por el deseo de progreso económico y de mayor libertad de expresión. Por esos tiempos ya se empezaba a ver a elementos que habían participado activamente en la construcción del socialismo y que, desencantados con los resultados deficientes, elegían el destierro. En su mayoría esta gente atravesaba el proceso del exilio o emigración en la más absoluta soledad e indefensión. Pasaban años desde que solicitaban la salida hasta que les era concedida. Soportaban todo tipo de humillaciones y vejámenes realizando los eternos trámites correspondientes hasta el momento de subir al avión. Ya consolidados los CDR (Comités de Defensa de la Revolución), y sin su principal misión que era vigilar la actividad contrarrevolucionaria, casi extinguida con el derrocamiento de los alzados de la sierra del Escambray y la derrota de los invasores de Playa Girón, estos comités, además de los típicos chismes de barrio, se cebaban en vilipendiar a las familias que habían solicitado la salida y estaban en proceso de ser aceptados. Se los marginaba, causando una gran división en la población entre personas que tenían una relación de amistad e incluso de parentesco con ellos.
Los marielitos de 1980 fueron un fenómeno en Cuba y en Miami. En la isla, porque se iban por primera vez en masa generaciones de personas formadas en la Revolución, muchos que habían formado parte de las agrupaciones de masas revolucionarias, y que en algún momento habían participado de la efervescencia entusiasta que recorrió como una marea los cinco continentes. Y, en Miami, porque por primera vez sus compatriotas emigrados de antaño recibían a una tropa compuesta en gran parte por clase trabajadora, por una importante porción de emigrantes de la raza afrocubana, con usos y costumbres clásicos de las clases proletarias de todo el mundo, prescindiendo del refinamiento y la sofisticación, para dar lugar a una sencillez e inocente gracia, lo suficientemente ocultadas por las primeras migraciones cubanas, un tanto por la distancia social que los separaba y otro tanto por el trabajo que les había llevado empezar a ser aceptados en los pantanos de Florida, como unos ciudadanos más.
Emigrantes trabajadores, desilusionados con la Revolución que debió colmar sus expectativas de clase, pero no lo hizo. Y, en lugar de aprovechar este filón, el exilio aristocrático de Miami los recibió con un entusiasmo menos que escaso.
Luego se fueron sucediendo otra vez por goteo los abandonos, hasta la crisis de los balseros, momento en el cual quienes no se querían de ir de Cuba ya eran casi exclusivamente los que ostentaban cargos de poder y que por ende vivían opíparamente. Treinta y cuatro mil balseros abandonaron la isla poniendo en altísimo riesgo sus vidas, debido a una relajación de las normas de inmigración en las costas de Florida.
Después de ese flujo, se sucedieron hasta nuestros días los viajes sin retorno en busca de nuevos horizontes económicos, pero sobre todo de libertad de elección y opinión, así como a lo largo de todo el espectro se sucedieron las salidas forzosas de presos politicos, una vez liberados, como de otros represaliados y sus familiares.
Los motivos por los cuales cada una de las migraciones rechaza a la Revolución y a su líder máximo varían desde la acérrima enemistad, como es el caso de los primeros exiliados, hasta la abulia frente a la politización y doble moral extrema, del lenguaje y de la vida cotidiana dentro de los límites de isla, pasando por la objeción de conciencia de verdaderos revolucionarios que sintieron que la dirigencia los había traicionado en todos los terrenos.
El reto será la convivencia en respeto mutuo de esas diferentes susceptibilidades, percepciones de la política, de la sociedad, de la tolerancia, de la cultura, de los valores, en fin: de esa enorme Babel con idéntica lengua, cuyo sitio natural en una sociedad normal habrían sido tierras cubanas, pero que actualmente convive sin mayores contratiempos en un país que le ha brindado su apoyo, todo hay que decirlo, gracias también a la conveniencia de promover actos que desprestigiasen a una ya insalvable revolución.
La Revolución cometió errores y ultrajes en su trato a todas las migraciones, incluso a la primerísima que escapaba de la justicia.
Para un demócrata pacifista, los fusilamientos merecen la más categórica reprobación, incluso aquellos de los más execrables torturadores, de los asesinos que arrancaron las uñas y la piel de estudiantes universitarios, de valientes trabajadores de la CNOC primero y luego la CTC de Lázaro Peña, de comunistas de Mella, de ortodoxos de Chibás, de militantes del PSP, y de todos los demócratas y gente de bien, que se oponía al nivel de corrupción y violencia existente en la época de Fulgencio Batista. Pienso que en el mismo momento en que se creyó combatir el mal sirviéndose de él, como bajo la ley del talión, no sólo no se reparó un crimen anterior, sino que en el mismo sitio donde antes existía un abuso cometido por la violencia institucional, pasó a haber dos. Lavar la sangre con sangre es multiplicar por dos su derramamiento, además de lágrimas, de bilis y de otros líquidos que en honor al decoro, huelga mencionar.
A todos los exiliados sin excepción, se los trató de gusanos, de anticubanos, como si existiese el copyright de la esencia cubana ligada a una ideología, y se les impidió ver nuevamente a sus parientes y amistades, a sus barrios, en fin, a su país. Ese cordón cual umbilical une a las diferentes migraciones.
Tendrán un arduo trabajo para ponerse de acuerdo, en que ninguna de estas oleadas migratorias posee el don de la verdad. Por ende, el bastón de mando debe ser de todos, compartido. Cada época de emigración tuvo sus características: unos han sido más aguerridos militantes anticomunistas, otros, lo contrario, y lo que le reprobaban a Fidel fue la traición los principios básicos de la igualdad en el pueblo que propone el comunismo; otros, como el abajo firmante, formaban parte de la generación que no soporta en sus vidas más bajadas de línea, más teques, más cuentos políticos, tampoco militancias de ningún tipo, que sólo quieren que se los deje vivir sus vidas tranquilos sin decirles lo que deben pensar ni hacer. Una generación que les dice a los políticos: ¿Quieres hacerme un bien? Olvídate de que existo.
Ahora les tocará a ellos, los emigrantes, los desterrados, con toda su mochila de conocimientos y experiencias, demostrar si en estos cincuenta años aprendieron la lección de la tolerancia. Gente que convive como un gran conjunto pero que en condiciones naturales habrían sido clases antagónicas, habrían supuesto empleadores y empleados, gobernadores y gobernados.
Al final, aunque no en suelo cubano, la Revolución consiguió hacer desaparecer los antagonismos de clases.
No harían mal en practicar allí donde se encuentren, porque quizás más pronto que tarde tendrán la oportunidad, ineludible, de llevar a cabo todo lo aprendido